—Entrevista a Ramón Torres Galarza—
“La economía es el método, el objetivo es el alma”, esta célebre frase de Margaret Thatcher sigue marcando el ritmo de la producción de subjetividades del neoliberalismo desde fines del siglo pasado hasta hoy. Desde entonces, vivimos el desfalco paulatino de todos los recursos simbólicos, tradiciones históricas y referentes en los cuales el individuo podía asirse o increpar el sentido de su propia existencia. El proyecto neoliberal entendió muy bien la necesidad de conquistar la subjetividad humana, ha significado el paso sistemático de la antropotécnica de la modernidad del siglo XVI y XVII del mejoramiento de las competencias productivas (Weltverbesserung) para el gobierno de la población con el fin de mejorar a un “mundo defectuoso” a través del trabajo, como señala el filósofo contemporáneo Peter Sloterdijk, a la antropotécnica de la “mejora de uno mismo” (Selbstverbesserung), ingrediente indispensable de esta hiper individualización de la sociedad de la comunicación. Los Estados han dejado de ser los criadores artificiales de la población para la generación de riqueza, dieron paso a una auto ortopedia del individuo a través de las redes. El neoliberalismo nos abarrota de dispositivos e identidades instantáneas, desechables, para el consumidor consumido; un individuo auto explotado, atravesado por el consumo, incluso, en el desempleo estructural.
¿Es posible la construcción de un sujeto político cuando el futuro ya no se presenta como un lugar de disputa? ¿Cómo pensar horizontes colectivos en América Latina? ¿Cuál es el lugar desde dónde se puede reafirmar la identidad colectiva, la política y la concepción del Estado? Desde Caracas, conversamos con Ramon Torres Galarza, filósofo, escritor, académico y ex diplomático ecuatoriano, autor de una extensa obra filosófica y literaria, de la que hay que destacar libros como Ser del Sur (Casa de las Américas, La Habana, 2013), El Sentido de lo Común (CLACSO, Buenos Aires, 2018), InVerso (Rocamadour, Quito, 2021). Torres Galarza es miembro permanente del Grupo Internacional de Filosofía y Arte y Miembro Honorario de la Academia Iberoamericana de Filosofía.
Durante la Colonia hubo más de 700 sublevaciones indígenas, las cuales volvieron a retumbar en el Paro Nacional de Octubre de 2019 y en el Levantamiento de Junio de 2022. Estos estallidos son el núcleo de Nosotros y Ellos (Sur Editores, Quito, 2022), el último libro de Torres Galarza, un ensayo de filosofía del derecho, sobre cómo se ha ido postergando, bloqueando, al Estado Plurinacional, en tanto alternativa proteica contra el neoliberalismo.
Deconstruyendo regímenes
Matriota: En “Las revoluciones en democracia, las democracias en revolución”, ensayo incluido en El sentido de lo común (2018), señalas que “se trata de una revolución de la democracia, una disputa sobre la construcción del orden”. Sin embargo, el capitalismo es una fábrica de subjetividades, la vida es asumida como una mercancía sin aparente polo de resistencia, las gramáticas políticas tienen un tiempo mucho más lento que la expansión del capitalismo, el big data y las formas transversales de expansión y hegemonía del capital, ¿Qué tipo de Estado podría amparar a las instituciones, el acceso a los derechos colectivos, que además, incorpore saberes populares y ancestrales para que la fragilidad del vaivén electoral no deje piedra sobre piedra?
Ramón Torres Galarza : La hipótesis de que vivimos tiempos de democracias en revolución, de revoluciones en democracia, intentó una caracterización analítica comparativa, basada en experiencias de investigación y docencia, entre procesos de transformación, de revolución de nuestras democracias, entendidas como gobiernos progresistas hace dos o tres décadas aproximadamente; en el caso de Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay principalmente, fue una categoría que hoy debe ser afirmada, pero criticada desde la contemporaneidad en la historia. A mi criterio, el neoliberalismo en su fase mutante actual, desarrolla una nueva capacidad para devastar a la democracia, devastar el Estado, devastar a las sociedades, devastar las culturas, devastar los modos de vida, las comunidades. En ese sentido, ya no basta con afirmar la posibilidad de una utopía, que sería la democracia o la revolución, o la relación entre ellas y la búsqueda de su transformación mutua. Es decir, los procesos revolucionarios en América Latina fundamentalmente han buscado la instauración de la democracia. Si bien la democracia y la revolución serán condiciones de una utopía permanente, de una utopía posible de los pueblos, de la política, de la economía, de la filosofía, de la antropología, de la historia; hoy vivimos un tiempo mucho más complejo, donde lo que está en juego es la centralidad de la vida, de la vida de todas las vidas. Ya no es solo una hipótesis, una ontología, una episteme que tiene que ver con una razón ideológica, sino con la razón de la continuidad de la vida. Por tanto, hoy, es imperativo construir una nueva democracia, cuando ha sido devastada por el neoliberalismo, por esta terrible fase mutante del capitalismo, para dar curso al régimen totalitario de las corporaciones, donde el capital especulativo y financiero tiene más derechos y poderes que los estados, que los seres humanos, que la naturaleza, negando el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, en definitiva, el derecho a la vida. De este modo, se ha logrado consolidar un poderoso sistema jurídico nacional e internacional que consagra los derechos del capital, a diferencia de la fragilidad de los sistemas de protección de derechos y de sus instituciones estatales o públicas. Así el derecho neoliberal devastó los sistemas jurídicos del estado liberal y los regímenes jurídicos garantistas que en su momento significaron un avance sustancial en el “derecho a tener derechos”.
Evidentemente, la existencia de los Estados nacionales, la existencia de los proyectos nacionales y populares, desde mi punto de vista, tienen un reto de mayor significación: Cómo poner la centralidad de la vida, y más aún, de todas las vidas, como el conflicto fundamental. Evidentemente, para eso necesitamos revoluciones, necesitamos radicalizar la democracia. Pero creo que la ontología, el objeto, el sujeto de estos procesos contemporáneos de transformación, requieren una mirada de mayor complejidad a la que tuvimos en el pasado reciente, al concebir al Estado como el eje desde el cual se generaban procesos de transformación. Hoy ya no pueden ser solamente los Estados los sujetos protagónicos de la transformación, porque las corporaciones privadas del neoliberalismo desconstituyeron la lógica de funcionamiento estatal y público para dar paso a un régimen totalitario, a una dictadura del capital y del mercado sobre el Estado. Para el capitalismo, en su fase mutante contemporánea, el modelo del Estado liberal dejó de ser funcional, devastó la lógica de la democracia liberal para construir sociedades de mercado, no sociedades con mercado, cuyos sujetos económicos son los que determinan las formas de relación y de existencia de la ciudadanía.
El dogma neoliberal, en el pasado y en el presente, nos impone su lógica de más mercado y menos estado. Las sociedades de la postpandemia están obligadas a pensar y actuar en relación con la necesidad de la calidad del Estado respecto de los objetivos y capacidades fundamentales para proteger la vida. La organización y acción del Estado en relación con la vida constituye un aspecto fundamental para pensar su naturaleza y carácter, su rol y función. Por tanto, debemos reflexionar profundamente sobre la necesidad de una nueva cualidad de las políticas públicas que expresen el interés de protección y distribución preferente para los carentes, los más pobres, los comunes.
Esta profunda mirada sobre el Estado, sin duda tiene que ver también con la sociedad y la democracia. Evidentemente, en América Latina en pandemia, o después de los efectos de convivir y/o sobrevivir a ella, vamos a tener que pensar nuevamente acerca del rol de los partidos políticos, de los movimientos sociales, de los nuevos sujetos políticos: mujeres, jóvenes, pueblos indígenas y negros, comunidades sexodiversas, entre otros. No en la lógica imperial de exacerbar diferencias, ni fragmentar luchas y reivindicaciones que tienen que ser unitarias y multifinalitarias.
Expresar la nueva cualidad de la democracia supone reconocer la pluralidad convergente de intereses y actores de la política. Solamente así será posible generar nuevas formas de participación, representación y gobernabilidad democrática y de generar estabilidad económica, política y social. De la estabilidad y continuidad de la vida. Vivimos entre la utopía por el Buen Vivir, la democracia y los derechos frente a la distopía del miedo, la violencia y la muerte.
Pensar que una totalidad se delimita como tal en la medida que tiene como excepción a otros parece ser el mecanismo de la derecha y también de los sectores étnicos ¿Cómo trascender hacia la inclusión?
Creo que en el tiempo que nos ha tocado vivir, esa razón de la totalidad tiene que ver con el otro, la razón es ser otro. La razón y la alteridad de mi conocimiento se constituye en la relación con el otro. Es decir, creo que vivimos un tiempo de desconocimiento y afirmación de la otredad, de la alteridad, de lo ajeno, de lo distinto, de lo diverso, de lo plural. Ese desconocimiento, o esa afirmación del otro o de la otra, supone una fundamental pregunta que nos devuelve al origen de la filosofía latinoamericana, que en su momento fue negada por la ortodoxia y la prepotencia epistémica de la filosofía occidental, que jamás en América Latina podría existir una filosofía y peor aún la filosofía del ser latinoamericano. Precisamente nuestra filosofía del ser latinoamericano se constituye en la existencia de lo común, es decir, una pertenencia donde nos constituimos en función con el otro, con los otros. Esa filosofía, no sobre la diversidad, sino desde la diversidad constituyente de nuestra identidad de origen y de destino. Ese tejido de comunidad plural, esa relación para entreayudarse en comunidades solidarias, que tienen la capacidad de protección, de cuidado, de amorosas comunidades, de sentidos, de quereres, de saberes y de poderes, precisamente han sido desconstituidas por una razón hegemónica, colonizadora, conquistadora, devastadora, de una episteme y de una ontología, no solamente del ser latinoamericano, sino del ser humano.
Ese ser humano es lo que precisamente ha sido desintegrado de esa totalidad. En América Latina surgieron las primeras formas de vida, en el momento en que grandes placas tectónicas chocaron, se dio curso a la diversidad geológica. Los grandes testigos de esa diversidad geológica son los Tepuyes, las formaciones de piedra gigantescas que existen en los nueve países de la cuenca amazónica: Guyana, Surinam, Brasil, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia. De esas primeras formas de vida que aparecen en el planeta surge la diversidad geológica, de esa diversidad geológica surge la biodiversidad: ecosistemas, especies y genes. De esa biodiversidad surge la diversidad cultural: lenguas, costumbres, cosmovisiones, saberes, pensamiento, cosmología, cosmogonía, respecto de lo que constituye esa identidad constituyente de nuestro origen como América Latina. Pero viene la conquista y fractura, invade, desnaturaliza, desarticula esa suma, esa multiplicación de identidades que somos como Nación, que somos como culturas, que somos como pueblos. Esa idea del otro ha sido impuesta, surge de una conquista y entonces se fragmenta la noción de Estado, de democracia, de economía, de comunidad, de institucionalidad, de lo que constituye una vida en común. Esa vida en común, que puede ser denominada Buen vivir, Sumak kawsay, Sumak kamaña, la vida en plenitud, constituye la utopía posible que fue desintegrada.
Hoy vivimos la distopía del neoliberalismo, que niega la integración de diversidades constituyentes. Tal como la conquista en el pasado, hoy el neoliberalismo en su fase mutante busca desarticularnos, busca romper el sentido y la unidad de lo que nos es común. Precisamente todas las armas destructivas, todas las armas ideológicas, todas las armas mediáticas, todas las matrices del dominio, lo que buscan es diferenciarnos, establecer la posibilidad de que nos reconozcamos y existamos como distintos cuando somos iguales, cuando somos comunes, cuando tenemos identidades de origen y, sin lugar a dudas, identidades de destino. La gran pregunta, entonces, tiene que ver con la alteridad, tiene que ver con lo distinto: Cómo conjugamos el sentido que nos unifica como especie, como culturas, como pueblos, como democracias, como procesos de transformación que ya no pueden, ni deben ser uni clasistas, sino poli clasistas, que ya no pueden tener un solo sujeto protagónico en lo político, que deben tener hegemonías plurales, siguiendo a Gramsci. Esa capacidad de hegemonía cultural está en disputa, sin lugar a dudas, pero no desde una afirmación contemplativa o valorativa de prepotencia regional latinoamericana, sino como una afirmación cultural que existe y se transforma en relación con los otros. La gran disyuntiva es cómo construyes en la afirmación de la parte, la posibilidad del todo.
Ethos plural
En el origen de los Movimientos indígenas en Latinoamérica está la impugnación al Estado nacional por considerarlo un continuador del régimen colonial. ¿Cómo superar la disputa entre dos modelos de Estado; el extractivista, versus la economía popular y solidaria, por otro que sea capaz de dejar atrás la pobreza?
Me parece que es una contradicción de origen, también de destino. De origen, porque el movimiento indígena en América Latina y en el mundo surge como una afirmación, como una búsqueda de su identidad en relación con el Estado, con la sociedad y con la cultura hegemónica. Esta característica hace que el proyecto político del movimiento indígena en el Ecuador, y en otros países de América Latina, se constituya fundamentalmente en negación del Estado nacional, de permanente disputa con ese Estado liberal, con ese Estado de bienestar, con ese Estado dador, con ese Estado representador, con ese Estado que no asume la lógica de representación ni de participación de los pueblos indígenas, sino que asume una lógica de intermediación, de cooptación, de sometimiento. Hasta que, en 1990, con el Primer levantamiento indígena, el levantamiento del Inti Raymi, se plantea la sociedad intercultural y la construcción del Estado plurinacional. Pero de 1990, hasta el 2023, vivimos en medio de un laberinto, que no encuentra salidas para la construcción de la sociedad intercultural y del Estado Plurinacional. Esa afirmación desde lo indígena no constituye a esa sociedad como intercultural.
Lo intercultural supone un diálogo, un encuentro de sentidos, un diálogo de saberes, una visión compartida de lo que es una sociedad intercultural. El Estado plurinacional implica que los pueblos indígenas reconozcan los límites y virtudes de un Estado nacional y viceversa. Que el Estado nacional sea capaz de reconocer un Estado plural, una economía plural, una administración de justicia plural, una forma de institucionalidad distinta que no puede ser homogeneizada ni homogeneizante. Creo que actualmente estamos frente a una condena desde el pasado hacia el porvenir; al retomar la importancia de lo que constituye una obligación compartida, la construcción de la sociedad intercultural no solamente es un derecho de los pueblos indígenas, sino una obligación de la sociedad y del Estado en su conjunto. Mirar lo indígena como un problema sólo de los indios es reproducir una visión racista, condenar al movimiento indígena a que no se organice políticamente, es ejercer nuevamente una tutela benefactora sobre el movimiento indígena como un movimiento políticamente minusválido. Entonces, cuando sectores de la izquierda se preguntan por qué el movimiento indígena se politiza, por qué tienen un brazo político, es evidente que necesitan su propio proyecto político, pero también debe ser un proyecto político que tiene que descubrir al otro, no encubrirse en el otro.
Ese indigenismo negador es el que debe ser superado por una visión de dirigencias que conjuguen la lógica de lo plural, de organizaciones de base, que conjuguen a alcaldes, prefectos, gobernadores, que construyan en las sociedades y comunidades locales la vida intercultural, de la economía plural, la coexistencia entre economía de la comunidad, economía social y economía del capital, en la lógica productiva, en la rentabilidad económica, social y ambiental, en la producción alimentaria, en la lógica del Buen vivir. Porque nada más ajeno a entender lo indígena como una forma atrasada, condenada a la pobreza, a su páramo, a su comunidad o a la selva, y no en formas contemporáneas de comprender lo indígena como una salida, como una posibilidad ante la modernidad fallida del capitalismo.
Para Bolívar Echeverría el proyecto civilizatorio que es necesario adjudicarle a la modernidad es un proyecto de refundación radical. Un proyecto dirigido a rehacer y recomponer lo mismo el sentido de la relación entre lo humano y lo otro (lo no humano o “naturaleza”) que el sentido de la relación entre el individuo singular y el individuo colectivo. Es un proyecto que despierta con los primeros —incipientes— efectos de la revolución técnica de los medios de producción y consumo que, según los historiadores de la técnica, comenzó a esbozarse en la Edad Media europea, a comienzos del segundo milenio. Entonces, ese ethos del que habla magistralmente Echeverría, ese ethos de la razón étnica, es un ethos que debe conjugarse en la razón política, en la razón económica, en la razón organizativa, en la forma de organización del Estado.
Eso se llama sociedad intercultural y Estado plurinacional, es un proceso de construcción que se debate entre la utopía de una nueva democracia intercultural y una distopía racista, hegemónica, excluyente, donde el indio es el otro y no ese nosotros constituyente de una razón incluyente del ser ecuatoriano; que es una razón amorosa, comunitaria, de ayudarnos, de protegernos. Creo que es momento en Ecuador para que conjuguemos las cualidades maravillosas de lo que constituye nuestra identidad de origen: somos comunidades amorosas, solidarias, protectoras, comunidades de paz, somos comunidades dignas; donde el desencanto del neoliberalismo, la brutal represión y la presencia de la lógica del terror, del miedo, de la inseguridad, terminaron sometiendo a una sociedad y una cultura maravillosas; necesitamos una nueva clase política que represente nuestros intereses y no los intereses del neoliberalismo, de las corporaciones privadas, no los intereses del capital especulativo y financiero transnacional, la lógica imperial que ha disuelto la existencia del Estado para someter al Ecuador como un país proveedor.
Si algo puso en evidencia el Paro de Junio de 2022 es el nivel de organización de la CONAIE, frente a la escasa organización en los centros urbanos; los mestizos estamos separados por identidades de consumo. El progresismo no ha sido capaz de articular una organización más allá de lo electoral, tampoco ha construido una hegemonía cultural contra el neoliberalismo. ¿Crees que en este tiempo de persecución, se podría construir una fórmula a pesar de las taras de la tecnocracia, que además adopte a lo Plurinacional?
Es posible que el movimiento indígena y la sociedad ecuatoriana en su conjunto comprendan que lo indígena no solamente son los indios alzados que se toman Quito para representar la novedad en la historia y para visibilizar la existencia de los pueblos indígenas. Sino que comprendan que son formas de vida, modos de producción, comunidades solidarias, formas de relación con la naturaleza, de una cosmovisión cuya capacidad de relación con la Pachamama y con el cosmos subsisten hoy de manera asombrosa y maravillosa, representando algunas de nuestras búsquedas más trascendentes. Así las cosas, comprender lo indígena desde una clave contemporánea supone superar esa noción antropologista, folklorista, que condena a lo indígena como una forma de pasado. O el culto o la alabanza de lo indígena como la forma perfecta de relación con la sociedad y la naturaleza. Es una forma de presente y de porvenir, pero que tiene que ser conjugada en una razón plural, tiene que ser un diálogo de intereses convergentes, no divergentes, no de desarticulación, de desintegración, de procesos de unidad en la sociedad ecuatoriana. Creo que vivimos un momento en que hay que descubrir al otro, la razón del otro, respetar al otro, escuchar al otro, coexistir con el otro, construir con el otro. Asumir y vivir la diversidad no como una amenaza sino como una oportunidad.
Los movimientos progresistas y la izquierda han tenido una tensa relación con los movimientos indígenas.En el ámbito del derecho constitucional, se asimiló el concepto de Estado Plurinacional como una forma de neutralizarlo. ¿Cómo construir un Estado Plurinacional?
Creo que es un momento en el Ecuador donde el movimiento indígena, aquel movimiento indígena que conserva una identidad de origen y de destino en relación con la construcción de una sociedad y de un Estado plurinacional, requiere comprender que un proyecto político no puede ser exclusivamente indigenista. La Revolución ciudadana y otros movimientos de izquierda requieren constituir un eje, un acuerdo, una alianza, un frente que represente intereses más amplios que los que han venido representando históricamente. Eso exige un respetuoso diálogo político, ideológico y esencialmente, la construcción de una agenda contemporánea para el Ecuador, que no sea solamente la relación ni la lógica partidaria entre la Revolución Ciudadana y la CONAIE, o de Pachakutik y la CONAIE, sino para definir un proyecto donde existen sujetos múltiples, plurales, que han emergido desde el desencanto sobre la política, sobre lo político, sobre los movimientos, sobre los dirigentes, sobre las jerarquías. Y evidentemente y de modo emergente debe ser superada la deriva, la pérdida de sentido de sectores e intereses que en el movimiento indígena enajenan, alquilan o venden al poder, los principios y la trayectoria histórica del movimiento indígena. En ese eterno retorno del cambio del oro por los espejos. Entonces, el encantamiento o el desencanto sobre lo indígena se debate entre nosotros y ellos, entre la afirmación y la terrible negación de lo que son ellos. Entonces, si no construimos una razón en común entre nosotros y ellos, es decir, una razón plural, de convocatoria más abierta, vamos a seguir favoreciendo a los intereses que buscan fraccionar las nuevas formas de relación que la Revolución Ciudadana y la CONAIE o que el movimiento indígena estarían buscando. Para mí es un imperativo esencial para dar salida al laberinto que vive el Ecuador, una relación fundamental, estratégica, histórica, entre el movimiento indígena, la revolución ciudadana y otros movimientos y fuerzas progresistas de izquierda, de trabajadores, etcétera. Sin duda que esa visión estratégica pasa por lo táctico, concreto e inmediato que constituye el escenario electoral, donde si no somos capaces de articular un conjunto de sectores y actores, nuevamente será el neoliberalismo, con cualquiera de sus actores visibles o enmascarados, el que nos negará la posibilidad de una nueva democracia.
El progresismo no tiene un horizonte revolucionario; nunca impugnó al sistema capitalista, vino para remozarlo, para ejecutar las reformas que las elites rentistas y parasitarias fueron incapaces de concebir. ¿El progresismo es la izquierda de Wall Street?
La verdad es que el término progresismo me resulta un despropósito conceptual y político, porque supone la noción de progreso, una noción relacionada con la modernidad capitalista en decadencia, con esa modernidad homogénea y homogeneizante, ajena a nuestra razón de origen, a nuestra razón de destino; ajena a la nueva razón contemporánea que tiene que constituirnos como especies, como formas de vida solidarias, como comunidades diversas, con la defensa de la vida, de todas las vidas. Construir la razón plural supone la superación de la modernidad capitalista, el desarrollismo significaba progreso, el primer mundismo significaba mejorar la calidad de vida. Todas esas falsas nociones han sido derrotadas, de la misma manera, también tiene que ser superada la noción del anti extractivismo. Porque hay formas de aprovechar el extractivismo para generar factores de distribución y de redistribución de la riqueza. De lo contrario, la guerra del capital y de las corporaciones, como hoy la guerra entre Ucrania y Rusia, pone en el centro de la discusión geopolítica y geoestratégica el tema de los recursos naturales, de la energía, la soberanía alimentaria. Nuestras comunidades indígenas y campesinas, nuestros países, deben construir una lógica regional latinoamericana, una economía regional, que tenga que ver con la producción alimentaria, con la producción y la conservación de energía, con la producción de salud para la vida. Es decir, nuestros páramos, nuestra selva amazónica, contienen los principales principios activos con los que se elaboran los fármacos en el mundo y la posible seguridad alimentaria planetaria. Lamentablemente, la industria alimentaria, la industria farmacéutica, están controladas por las grandes corporaciones. América Latina es, ha sido, deberá ser un continente para la paz, para la democracia, para el buen vivir y para la existencia entre nosotros y ellos.
Poiesis contra el ruido
¿Qué sería aquello que puede quedar exento de la apropiación del capitalismo?
Creo que vivimos un momento en que debemos valorar y criticar la noción de biopolítica desarrollada magistralmente por Michel Foucault. También valorar desde un pensamiento propio, desde el pensamiento crítico, la visión sobre la psico política desarrollada por Byung-Chul Han. Hay que leer al filósofo coreano y al filósofo francés en la relación necesaria entre biopolítica y entre psico política, no en una lectura excluyente, ni en una lectura que endiose a uno o al otro como un rock star contemporáneo. ¿A qué voy? En el 2019, y aún antes del 2019, se sucedieron en el planeta, y esencialmente en América Latina, las formas de resistencia más importantes contra el neoliberalismo, se dieron un conjunto de estallidos, de levantamientos, de insurgencias nacionales y populares, de la reconstitución epistémica y maravillosa de aquellos viejos nuevos sujetos de siempre: las mujeres, los pueblos indígenas, las comunidades afros, las comunidades GLBTQ+, etcétera. Esa explosión de diversidad evidenció que el neoliberalismo sigue sometiendo a los cuerpos, sigue desarrollando un fenomenal aparato que domina a los cuerpos a partir de la necropolítica, y de la thanato política, de la política del miedo y del terror que somete, castiga, tortura, maltrata, violenta cuerpos, y no sólo cuerpos, sino sujetos. Esa característica del aparato represor del Estado es una característica global, por tanto, la noción de la biopolítica desarrollada por Foucault sigue siendo una característica principalísima para comprender que el poder del neoliberalismo y el poder de los Estados que lo representan siguen usando las políticas represivas, las políticas de la muerte, las políticas del control, del miedo y del terror en una psicología que nos condena a los cuerpos, nos condenan a escondernos, a temer la posibilidad de existir en sociedades. En el Ecuador vivimos la devastación del Estado, de la democracia, de la sociedad y de la cultura a partir de la vigencia de las corporaciones neoliberales, y de tal vez una de las más terribles, la corporación del narcotráfico, que coinciden en someter a los cuerpos y las psicologías a esa biopolítica; el control de la historia, el derecho de la muerte y de la gestión de la vida. Lo que hace la biopolítica, según Foucault, es, precisamente, el poder de la vida sometido al derecho de la muerte ejercido por el poder. Entonces, esa característica de someter cuerpos y vidas para el crecimiento, la productividad, la eficiencia, esa forma de disciplinar el cuerpo individual, esa suerte de tecnología de la política sobre el cuerpo, de los aparatos represivos sobre el cuerpo, constituye una razón de la biopolítica. Pero esa forma de disciplina física, esa forma de sometimiento corporal y material que está vigente, sin duda hoy se complementan con la ciencia y la tecnología, transformadas en una fuerza productiva directa.
Siguiendo a Han, podemos decir que la psiquis como fuerza productiva es la que determina esta distopía digital, esta intoxicación por la información, este enjambre donde las víctimas y cómplices del régimen digital nos sometemos al imperio de los sentidos de las redes, a esa pérdida de conocimiento individual de lo que somos; somos libres y esclavos a la vez, estamos sometidos a una dictadura de lo digital, a nociones inconexas y conceptos arbitrarios que desarticulados por el mundo de lo digital, rompen la lógica analógica, es decir, la capacidad de análisis, la capacidad comparativa, la capacidad de analizar un dato respecto del otro, una información respecto de la otra.
Hoy estamos sometidos a un totalitarismo digital que nos impide pensar, analizar, comparar, discriminar, jerarquizar, que rompió la lógica analógica, porque allí estaba la condición fundamental de analizar y de comparar. La psique de los seres humanos está conducida por la lógica del comercio y del mercado a partir de las redes y la tecnología. Entonces, esa capacidad de control ya no solo somete a los cuerpos, sino a las mentes, a nuestras conductas y a los comportamientos, sometidos por el algoritmo y por el poder inmenso de las redes sociales que controlan nuestros consumos y nos consumen. Fundamentalmente, la lógica del sometimiento nos dice que para ser seres humanos debemos consumir, algo mucho más perverso que el sometimiento de los cuerpos. Entonces, vivimos un nuevo tiempo en el cual somos víctimas y victimarios de nosotros mismos, caemos en la exhibición permanente, poseemos una cantidad impresionante de información y no de conocimiento. Del consumo luego existo al me exhibo y luego existo.
Si nos planteamos las formas de relación a través de un like, supuestamente en sociedades híper comunicadas e híper informadas, padecemos como sociedades del cansancio, siempre tenemos agotamiento crónico, tenemos depresión, tenemos déficit de atención, hiperactividad o agotamiento permanente, y nos incomunicamos cada vez más. ¿Entonces cómo vivimos la relación con el otro? ¿Cómo vivimos la relación con el distinto? ¿Cómo nos comunicamos entre distintos? Lo que vivimos es una ficción de comunicación entre desconocidos reales y conocidos virtuales, esa falacia utilizada por el capitalismo a través del comercio digital; supuestamente vivimos en comunidades, pero somos comunidades virtuales, digitales, organizadas por el comercio y el mercado, ajenas a una identidad cultural constituyente. Por eso insisto, este nuevo tiempo en que vivimos nos exige pensar, hacer y construir comunidades de sentidos, de saberes, de poderes y de quereres, que re constituyan la capacidad e identidad del ser latinoamericano, del ser humano, como una identidad propia y ajena, abierta y en relación con todas las identidades del mundo, pero que afirmen nuestra voluntad de existir en el mundo, a partir de modos de vida, de culturas, a través de economías regionales latinoamericanas, a través de identidades plurales, de esa suma de diversidades constituyentes.
En InVerso (2021), abordas recurrentemente el tiempo, el cuerpo propio, cósmico, galáctico. Dices: “Dimensión extraña la del punto pues en su interior contiene todas las formas posibles.”
En el pasado, la relación cósmica estaba determinada en todas las culturas, es más, todas las civilizaciones fueron civilizaciones organizadas, estructuradas, determinadas por una razón cósmica, por un diálogo de los seres humanos y sus formas de organización social, productiva, cultural, tecnológica, en relación con el cosmos. Es decir, estábamos plenamente integrados, insisto en el concepto como culturas y civilizaciones, con la razón universal, con la razón cósmica, con el universo entendido como elemento esencial del cual somos parte. Entonces, en esa totalidad, en esa forma de existencia, es que nos constituimos como seres humanos, como culturas, como civilizaciones. Los mayas, los aztecas, los incas, determinaron todas sus formas de organización social, todas sus formas productivas, todas sus formas tecnológicas, toda la organización de sus templos, toda la organización de sus cultivos, en relación con el alineamiento de los planetas, la fecundidad y la fertilidad estaba relacionada con el cosmos. Pero vino la razón occidental y negó esa relación con el cosmos, nos impidió ver para arriba, nos sometió a ver sólo para abajo, esa característica de romper la lógica del Hanan Pacha, del Kay Pacha, del Uku Pacha.
Es decir, el orden del mundo de arriba, del mundo de los costados y del mundo de abajo, fue roto. Entonces, InVerso es una poesía de la imprescindible necesidad de mirar y de sentir arriba, de reconstituir nuestra relación con esa totalidad planetaria, cósmica, interestelar, de otras formas de vida, de otras energías, de otras frecuencias. Nos remite al hecho de que existen sucesos cósmicos, existen sucesos planetarios, sucesos interestelares, sucesos energéticos que están determinando nuevamente los acontecimientos en la tierra, sin embargo, seguimos siendo tan incapaces, tan infinitesimalmente mínimos, intrascendentes. No nos damos cuenta; primero, de la existencia de esa inmensidad cósmica en nosotros; segundo, no nos damos cuenta de esa relación de la inmensidad universal y cósmica y planetaria en nuestras formas de organización social, política, económica. Entonces, nuevamente, la arrogancia y la prepotencia de una filosofía sobre el ser que pretende dominar no solo el planeta, no solo la naturaleza, sino que hoy pretende conquistar el espacio para dominar en el planeta Tierra a partir de los recursos que existen en otros planetas. Entonces, la arrogancia del capitalismo, el sinsentido del capitalismo, el sin sentido de la ciencia y la tecnología determinadas por el capital, la codicia y la rentabilidad, hoy pretenden conquistar otros mundos una vez que terminaron jodiendo a nuestro propio mundo.
La poesía y la filosofía a veces se adelantan a la ciencia. A propósito de InVerso, en un artículo sobre mi poesía publicado por el Instituto Astrofísico de Burgos en España, se preguntaban si es que soy astrofísico. Evidentemente que no, yo intento solamente ser un poeta, intento ser un pensador que siente, de astrofísico no tengo nada, sin embargo, la poesía siempre es una percepción, una sensibilidad previa a las hipótesis científicas y de pensamiento, porque son sentimientos. Siguiendo a Orlando Fals Borda, este excepcional sociólogo colombiano, que al sistematizar conocimientos de campesinos, afirmó que somos seres sentipensantes. Entonces InVerso es un pluriverso sobre el universo, es una indagación sobre la relación de los seres humanos con el cosmos. Es la desesperada convocatoria poética para que busquemos nuevamente esa relación entre los seres humanos y el cosmos.
“En el silencio encuentras aquello que buscas en la palabra”, escribes en Avistamientos (2021). ¿Cómo construir una poética en un tiempo donde abunda el ruido, citando a Lezama Lima en Analectas del Reloj (1953) : ”la única pasión del pensamiento es descubrir algo que ni siquiera se pueda pensar”?
Afirmo que mi poética es apenas un susurro, a veces una palabra, pocas veces un sentido, no sobre el deber ser, sino sobre el ser. Una poesía que se debate entre la angustia de expresar en la palabra el sentimiento como intento escrito, compartido, expresado o publicado y el maravilloso silencio que en sus significantes y significados, nos cuesta tanto entender, o asumir para sobrevivir entre el ruido, el sonido y el sentido. Por eso el intento de poner en diálogo los sentidos entre la palabra y la música, las imágenes, el teatro, la danza, la pintura, el arte y las culturas, como una rendija mínima elemental, desde la cual intentó avistar, con mis videopoemas por ejemplo, para no sucumbir a ese terrible y maravilloso imperio de los sentidos al que estamos sometidos por las redes sociales. Una geopoética para la vida.
“…poesía; fotografía de la respiración…” escribió Lezama Lima en Analectas del Reloj (1953). ¿Todavía es posible la poeisis, en el vértigo del hombre esclavizado por su ideal de libertad?
Decía un excepcional poeta y ser humano, Humberto Vinueza, que…“en el silencio florece la palabra”…desde allí hoy milito en la Filopoiesis, en el amor por hacer o crear, en medio de una condena para ser libres y liberar, en un tiempo donde al parecer son inútiles la filosofía y la poesía, la ternura y el abrazo, en medio de este totalitarismo invisible, de esta dictadura perfecta que no solamente coacciona o elimina a los individuos mediante la violencia, la fuerza y el miedo, sino que también lo hace mediante la ficción de existir en el reino del capital, que somete y disciplina para que nuestros cuerpos y mentes tengan como única finalidad vital consumir para existir. Entonces insurge la razón poética que intenta descifrar la creación como un hecho simbólico y material donde está supuesto un otro, la otra, un nosotros, es decir la palabra como un acto de cocreación entre el yo y el otro.