Antena Matriota

La Sicofarmacopea: una escritura en presente con todos los tiempos

Ilus­tración por Fran­cis­co Galár­ra­ga.

—Entre­vista a Alan Pauls—

Rími­ni pierde su capaci­dad para tra­ducir en la cab­i­na de inter­pretación, en mitad de una frase del filó­so­fo al que está tra­ducien­do en simultá­neo, tras jor­nadas de cocaí­na y tra­duc­ción de libros en trance, olvidó de pron­to las lenguas con las que tra­ba­ja. Cono­ció a Vera, luego vivió con Car­men; las mujeres con las que Rími­ni cree estar lejos de Sofía, la que fue su pare­ja más duradera, con quien colec­ciona­ba postales de las obras de Jere­my Riltse, el artista inven­tor del Sickart. Sofía lo ron­da como un fan­tas­ma, esperán­do­lo tras su caí­da defin­i­ti­va. En El pasa­do (2003), la nov­ela más céle­bre de Alan Pauls (Buenos Aires, 1959), el amor no se ter­mi­na, vuelve como otro ros­tro, devo­to y bru­moso. En Tres nov­e­las de época (2022), la trilogía integra­da por His­to­ria del llan­to (2007), His­to­ria del pelo (2010) e His­to­ria del dinero (2013), la intim­i­dad y la políti­ca se invaden; descono­ce­mos el nom­bre de su pro­tag­o­nista, pero es en las lágri­mas, en los rizos, en los bil­letes que acecha, que lo van cer­can­do, donde se dibu­ja un mapa het­ero­doxo de los años 70 en la Argentina.

Con El Fac­tor Borges (2006), Pauls nos des­cubre a un Borges mun­dano, vital­ista, reju­venecien­do con los clási­cos que reseña­ba en diar­ios pop­u­lares, que sueña al lec­tor como un ver­dadero artista. Trance (2017), el glosario para lec­tores que no clau­di­can jamás, Pauls escribe; “Si la lec­tura es hoy una gran prác­ti­ca anacróni­ca —la otra es el teatro— es pre­cisa­mente por la inso­len­cia, la des­fachatez, inclu­so la provoca­ti­va ingenuidad con que exhibe los bla­sones de una cul­tura del enca­de­namien­to, la secuen­cia, el paso a paso, en un esta­do de cosas cuyas mon­edas de cam­bio son la simul­tane­i­dad y el mon­ta­je”. Los ensayos de Pauls inclu­i­dos en Temas lentos (2022), ejem­pli­f­i­can lo que Ricar­do Piglia señaló en El últi­mo lec­tor (2005): “(…) la lec­tura es un asun­to de ópti­ca, de luz, una dimen­sión de la física”. 

En su últi­ma nov­ela, La mitad fan­tas­ma (2020), sus pro­tag­o­nistas, Car­la, una nóma­da dig­i­tal, y Savoy, un cin­cuen­tón ludi­ta, se encuen­tran en Airbn y se des­en­cuen­tran por Skype; es una come­dia sobre las platafor­mas vir­tuales, la nue­va inter­faz de las rela­ciones. A veinte años de la pub­li­cación de El pasa­do, des­de Berlín, Matri­o­ta con­ver­só con Alan Pauls sobre por qué escribir fic­ción es con­stru­ir prob­le­mas. Así ini­ci­amos la primera de una serie de entre­vis­tas a grandes escritores latinoamericanos. 

Ex

Matri­o­ta: Annie Ernaux escribe en Memo­ria de chi­ca (2018): “En el fon­do, solo hay dos tipos de lit­er­atu­ra, la que rep­re­sen­ta y la que bus­ca, ningu­na vale más que la otra, sal­vo para quien escogió entre­garse a una antes que a la otra” ¿Qué pien­sas de esta definición?

Alan Pauls: Creo que la com­par­to, en tér­mi­nos gen­erales, hay muchas nociones o ideas que apare­cen en la cita que podrían ser dis­cu­ti­das: rep­re­sentación, búsque­da, pero en prin­ci­pio sí, me parece que suscri­bo. Me intere­saría mucho saber dónde se ubi­ca Annie Ernaux en relación con estos dos polos lit­er­ar­ios que ella plantea, porque una cosa intere­sante con Ernaux es jus­ta­mente que prob­lema­ti­za mucho ese tipo de dis­tin­ciones, la dis­tin­ción entre una lit­er­atu­ra ape­ga­da a lo real, que sería la lit­er­atu­ra que rep­re­sen­ta en la cita, y al mis­mo tiem­po una lit­er­atu­ra que se pien­sa a sí mis­ma, que se prob­lema­ti­za a sí mis­ma, creo que jus­ta­mente una de las poten­cias de la lit­er­atu­ra de Ernaux es esa, que bor­ronea esas fronteras.

En “Tor­rentes de amor”, tú artícu­lo sobre Nan Goldin, inclu­i­do en Temas lentos, escribes: “(…) abis­marse ante el paso del tiem­po y dar fe de su acción sobre la mate­ria. Pero el retorno a ese ori­gen con­tem­pla­ti­vo es sólo el camino más cor­to para inver­tir de man­era deci­si­va la relación entre lo que se ve y los que lo ven (…)” ¿Cómo fun­ciona el pasa­do para ti, es mate­ria en trans­for­ma­ción per­ma­nente, o algo escrito, a lo que duele regre­sar, cor­re­gir, mirar, o ser mirado? 

El tra­ba­jo de cor­rec­ción no se ejerce exac­ta­mente sobre un pasa­do, por eso es tan com­pli­ca­do, por eso es tan difí­cil cor­re­gir lo que uno ha escrito, porque uno sigue orbi­tan­do en el pre­sente de la escrit­u­ra, entonces, no hay dis­tan­cia, no hay obje­tivi­dad, lo que uno está escri­bi­en­do no ter­mi­na todavía de con­ver­tirse en un obje­to. En esa especie de relación de cop­res­en­cia entre el tex­to que uno escribe o que ha escrito y uno que pre­tende cor­re­girlo, es muy difí­cil encon­trar un camino, por eso cor­re­gir es tan com­pli­ca­do. Creo que no hay que cor­re­gir un tex­to como si uno estu­viera ade­cen­tán­do­lo, empro­li­ján­do­lo, ni siquiera mejorán­do­lo, sino que hay que cor­re­gir un tex­to como si uno sigu­iera escri­bi­en­do por otros medios, o sea, con­sid­er­ar la cor­rec­ción como parte de la escrit­u­ra, no como una instan­cia higiéni­ca, de con­trol de cal­i­dad, que es como muchas veces se toma. 

Con respec­to al pasa­do, ten­go rela­ciones muy difer­entes según las épocas, en gen­er­al, tien­do a pen­sar que el pasa­do no pasa, no creo mucho en la dis­tin­ción pasa­do, pre­sente y futuro, me parece que es una arqui­tec­tura tem­po­ral que suscribi­mos porque resul­ta cómo­da, para tran­quil­izarnos, pero más bien ten­go la impre­sión de que el tiem­po fun­ciona de una man­era mucho más con­fusa. Los tiem­pos se super­po­nen, coex­is­ten, se insem­i­nan unos a los otros, se incluyen unos en otros; eso es lo que hace del tiem­po una expe­ri­en­cia, o una condi­ción intere­sante, si real­mente el tiem­po acep­tara esa dis­tin­ción en fas­es: pasa­do, pre­sente, futuro, no ten­dría mucha gra­cia. Escribí El pasa­do, mi nov­ela más larga, para desple­gar esa idea de los tiem­pos que se imbri­can unos en otros, has­ta qué pun­to, en el caso de la nov­ela, en el ter­reno de una expe­ri­en­cia amorosa es muy ingen­uo decir que un amor ter­mi­na cuan­do la pare­ja se sep­a­ra, o inclu­so dejan de quer­erse, has­ta qué pun­to es ingen­uo pen­sar que eso que se exper­i­men­tó con esa otra per­sona, por el sim­ple hecho de no verse más, o de no quer­erse más, va a dejar de empezar, va a dejar de estar pre­sente en el pre­sente de las per­sonas que lo vivieron, en ese sen­ti­do soy más de la idea de que el pasa­do es algo que está tan pre­sente en el pre­sente como en  el futuro. 

Los esta­dos de trance son recur­rentes en tus fic­ciones, suce­den en esce­nas de lec­tura, en el cine, a menudo enca­bal­gan hacia otra digre­sión que mod­i­fi­ca a la tra­ma ¿En El pasa­do, el trance tiene que ver con la idea de que el amor no se ter­mi­na, se abandona?

No, creo que cam­bia de esta­do, de for­ma, cam­bia tam­bién su man­era de influir, de pesar, se vuelve tal vez más espec­tral. Hablan­do de expe­ri­en­cias amorosas impor­tantes, que dejan huel­las, que trans­for­man las man­eras de ver, de hablar, de rela­cionarse con el cuer­po, me parece que es difí­cil pen­sar­las como trances, porque los trances no sue­len durar, sue­len ser expe­ri­en­cias de pura inten­si­dad, por lo tan­to, aco­tadas a un lap­so cor­to. En cam­bio, la expe­ri­en­cia amorosa, por lo menos la expe­ri­en­cia amorosa de la que yo habla­ba en El pasa­do, es una expe­ri­en­cia que tiene el tiem­po de su lado, para decir­lo con los Rolling Stones; es un trance más home­opáti­co si querés, un trance dis­uel­to, amor­ti­za­do en una exten­sión tem­po­ral, que en el caso de mi nov­ela eran 13 años los que vivían jun­tos esos dos per­son­ajes, que tam­poco es tan­to tiem­po. Pero hay algo en el fenó­meno de la duración de una expe­ri­en­cia amorosa que me parece que es impor­tante, así como me parece muy impor­tante la duración en el trance de la lec­tura. Si, efec­ti­va­mente los trances en mis libros tienen en gen­er­al que ver con expe­ri­en­cias artís­ti­cas. Así como hay gente que bus­ca trances en la Ayahuas­ca, en las dro­gas, en expe­ri­en­cias de híper oxi­ge­nación, de ayuno, de voto de silen­cio, yo encuen­tro esa especie de éxta­sis, de arreba­to, de rap­to, en expe­ri­en­cias artís­ti­cas, de relación con obje­tos o con tex­tos, esa es mi Sicofarmacopea.

Sofía sigue dejan­do nota en la bil­letera, en los bol­sil­los, entre las pági­nas de los libros de Rími­ni. Por­ta­da de El Pasa­do (2003).

Para mí como nov­el­ista me parece mucho más intere­sante pon­erse a obser­var los fenó­menos, que atrincher­arse detrás de un diag­nós­ti­co, o de una indignación.

Lágri­mas, bil­letes, rizos 

¿Por qué abor­das los años seten­ta en la Argenti­na en torno a la políti­ca, bajo las coor­de­nadas del pelo, el fetichis­mo mon­e­tario y el llanto? 

Bueno, porque me parece que es una déca­da muy pen­sa­da y muy escri­ta, por lo menos en Argenti­na, a groso modo, des­de el guion de la His­to­ria con mayús­cu­la, el guion de las grandes causas, de las grandes vic­to­rias, de los grandes fra­ca­sos, de las grandes catástro­fes: el sueño rev­olu­cionario de la primera mitad de la déca­da, el hor­ror de la dic­tadu­ra en la segun­da. Yo siem­pre me con­sid­eré un hijo de los años 70, para bien y para mal, quería escribir sobre esos años, sobre esa escuela que fueron los 70, pero no me sat­is­facían ningu­na de esas puer­tas prin­ci­pales por las cuales se había inter­ro­ga­do la época. Me pare­ció que era más intere­sante para mí, más afín con lo que yo hago en tér­mi­nos lit­er­ar­ios, bus­car una vía más lat­er­al, más secun­daria para entrar­le a la época. Entonces se me ocur­rió esta idea de tomar esos tres ele­men­tos: llan­to, pelo y dinero, como si fuer­an los restos, los ves­ti­gios de esos años, tratar de leer la época en esos ele­men­tos, sigu­ien­do una cier­ta línea que tra­ba­jo des­de hace tiem­po, que es una línea obsesi­va, que es tratar de leer lo macro en lo micro. Al mis­mo tiem­po, esa idea iba a lle­varme a lo que yo más quería, que era tratar de pen­sar los años 70 en fun­ción de una oposi­ción ínti­mo, públi­co, o pri­va­do, públi­co o per­son­al históri­co, sino jus­ta­mente des­dibu­jar un poquito esa dis­tin­ción, tratar de mostrar has­ta qué pun­to, en los 70, lo más ínti­mo era al mis­mo tiem­po lo más políti­co y vicev­er­sa. Has­ta qué pun­to la his­to­ria, los cuer­pos, o la dimen­sión públi­ca de la políti­ca, las vidas pri­vadas, esta­ban total­mente entrelazadas.

En Rojo y negro (1830) Stend­hal escribe: «La políti­ca, repli­ca el autor, es una piedra ata­da al cuel­lo de la lit­er­atu­ra, y que, en menos de seis meses, la hunde. La políti­ca en medio de los intere­ses de la imag­i­nación es un pis­to­le­ta­zo en medio de un concier­to. Es un rui­do des­gar­rador sin ser enér­gi­co. No con­cuer­da con el sonido de ningún instru­men­to. Esa políti­ca va a ofend­er mor­tal­mente a la mitad de los lec­tores, y abur­rir par­tic­u­lar­mente a la otra mitad que la encon­tró espe­cial y enér­gi­ca en el per­iódi­co de la mañana (…) “¿No es tu trilogía sobre el llan­to, el pelo y el dinero como haber entra­do dis­paran­do al concierto?

No, porque creo que cuan­do Stend­hal habla de la políti­ca, la describe en tér­mi­nos tan ofen­sivos, monótonos, porque ofende y aburre, me parece que pien­sa en la gran políti­ca, en la Realpoli­tik, eso que yo llam­a­ba el guion de la his­to­ria; el guion de la his­to­ria es la ver­sión de la his­to­ria que todos más o menos suscribi­mos, a la que todos más o menos nos afer­ramos para dar­le un sen­ti­do al pasa­do, siem­pre está mon­ta­do sobre grandes hechos, sobre grandes acon­tec­imien­tos. La políti­ca con la que yo tra­ba­jo en la trilogía es una políti­ca mucho más menor, mucho más mol­e­c­u­lar, por lo tan­to, no sue­na estrepi­tosa como sue­na la políti­ca en el tex­to de Stend­hal. De hecho, los pocos acon­tec­imien­tos políti­cos históri­cos con los que tra­ba­jo en la trilogía son muy cono­ci­dos, son los hitos pop de los años 70 en Argenti­na, por ejem­p­lo, el secue­stro del Gen­er­al Aram­bu­ru, que dio comien­zo a los años 70 en Argenti­na, por ejem­p­lo, tra­ba­jo ese hecho des­de un pun­to de vista com­ple­ta­mente capri­choso, arbi­trario, que es la fun­ción que cumple en ese gran acon­tec­imien­to, el secue­stro de un mil­i­tar, una pelu­ca, la pelu­ca de la mil­i­tante mon­ton­era Nor­ma Arros­ti­to. Ese es el movimien­to que hago, no me pon­go a hablar de Aram­bu­ru, del poder mil­i­tar, no me pon­go a hablar de Mon­toneros, de la guer­ril­la. Lo que pien­so es, qué papel jue­ga este ele­men­to com­ple­ta­mente super­fluo en este gran acon­tec­imien­to de la his­to­ria argenti­na. Pero al mis­mo tiem­po encuen­tro, ese es el desafío del proyec­to, tra­to de encon­trar en ese ele­men­to super­fluo una cier­ta tasa de ten­sión, una cier­ta tasa de dra­mati­ci­dad que desmiente com­ple­ta­mente el carác­ter supues­ta­mente super­fluo de la pelu­ca. Entonces me parece que ese tipo de políti­ca, que más bien no es la políti­ca, sino lo políti­co, se mete en el teatro de Stend­hal de una man­era mucho más aviesa, mucho más sub­rep­ti­cia, no sue­na como sue­na el pis­to­le­ta­zo de la políti­ca, podría inclu­so con­fundirse con alguno de los instru­men­tos de la orques­ta, y tam­bién dis­onar. Podría meterse en el teatro de Stend­hal, con­ta­giar algunos de los instru­men­tos de la orques­ta, hac­er­los dis­onar impre­vis­ta­mente en medio de la eje­cu­ción. Efec­ti­va­mente, a mí no me intere­san los pis­to­le­ta­zos en el mun­do de la belleza, lo que me intere­sa es, en todo caso, esos pro­ce­sos por los cuales la políti­ca y el arte, pero tam­bién uno podría decir la sociedad y  el arte, se con­ta­gian mutu­a­mente y empiezan a pro­ducir sonidos extraños o músi­cas nun­ca antes oídas. Creo que ese es el pun­to para mí.

¿Por qué el dinero es un tabú en la fic­ción lit­er­aria, se rep­re­sen­ta la riqueza, pero no el fluir del circulante?

Hay muchos tabúes en la lit­er­atu­ra en relación con el dinero, tal vez otro tabú sería el tra­ba­jo, porque es algo de lo que la lit­er­atu­ra cada vez habla menos. El dinero siem­pre me interesó mucho quizá porque nun­ca con­seguí hac­er­lo real­mente. En el caso de la trilogía, me pare­ció com­ple­ta­mente inmoral escribir sobre los años 70 sin hablar de dinero, sin hablar de la economía. Porque la expe­ri­en­cia económi­ca para cualquier argenti­no es una dimen­sión abso­lu­ta­mente con­sti­tu­ti­va, lo reconoz­camos o no, los argenti­nos esta­mos más atrav­es­a­dos por la economía que por la políti­ca, ese quizás sea un prob­le­ma para el fun­cionamien­to de la Argenti­na como sociedad y para su hor­i­zonte político. 

Los 70 son un fetiche del dis­cur­so políti­co, son el últi­mo gran momen­to de éxta­sis políti­co en Argenti­na, pero siem­pre se olvi­da su dimen­sión económi­ca, la dimen­sión mate­r­i­al de la expe­ri­en­cia políti­ca. No solo porque en los años 70 empieza el fenó­meno de la sico­ti­zación de la economía argenti­na, con los cic­los de inflación, de hiper­in­flación, las deval­u­a­ciones, la depre­ciación del peso, los cam­bios de mon­e­da, que es un tipo de psi­co­sis masi­va que per­mea a todos los argenti­nos, es el rég­i­men en el que la Argenti­na vive des­de hace ya medio siglo. Sino tam­bién porque para mí, que era ado­les­cente en los años 70, tenía 14 o 15 años en los momen­tos más álgi­dos pre­vios al golpe del 19776; la dimen­sión mon­e­taria, económi­ca, de la lucha políti­ca me parecía com­ple­ta­mente fasci­nante. Por ejem­p­lo, es algo de lo que hablo en la nov­ela, ¿cómo hacían los gru­pos guer­rilleros para decidir cuán­to dinero iban a pedir por los empre­sar­ios que secues­tra­ban? Esa operación de tasación de vidas me parecía fasci­nante. Ni siquiera me pre­gunt­a­ba cuál era el val­or moral que tenía esa operación de tasar una vida, pero me interesa­ba mucho ese extraño inter­cam­bio en el que de repente los sec­tores más antagóni­cos de la sociedad, no sé, los del­e­ga­dos de Rock­e­feller en la Argenti­na y la lucha arma­da, entra­ban en un cir­cuito económi­co com­ple­ta­mente bizarro, com­ple­ta­mente deli­rante, en el que el inter­cam­bio era ese, yo te devuel­vo a una per­sona con vida y vos me das, no sé, 40 mil­lones de dólares. ¿Cómo se finan­cia­ba el proyec­to de la Rev­olu­ción, cómo la izquier­da rad­i­cal, la izquier­da arma­da pens­a­ba con­scien­te­mente cues­tiones económi­cas abso­lu­ta­mente vitales para su sub­sis­ten­cia? ¿Cómo con­seguimos armas, cómo con­seguimos dinero, cómo con­seguimos tra­jes, cómo con­seguimos pas­aportes? Ese es el desafío que me plante­a­ba cuan­do escribí His­to­ria del dinero, había un back­stage económi­co en esa inten­si­dad políti­ca del que nun­ca se habló mucho, como si la políti­ca fuera por un lado y la economía y el dinero fuera por otro, quería reunir esas dos dimen­siones y a la vez quería dar cuen­ta de la pres­en­cia cotid­i­ana del dinero. 

Vivo en Berlín hace cua­tro años, es como si la Argenti­na y Ale­ma­nia fuer­an país­es que pertenecier­an a plan­e­tas difer­entes; la fre­cuen­cia, la inten­si­dad, la reg­u­lar­i­dad con la que se habla de dinero en la Argenti­na, una con­ver­sación cotid­i­ana, de calle, entre cualquiera y cualquiera, acá es abso­lu­ta­mente inimag­in­able. Y ya no tiene solo que ver con que en Ale­ma­nia es un país rico y la Argenti­na es un país emer­gente, o ex rico, o algu­na vez rico. Tiene que ver con una for­ma de vida, es imposi­ble vivir en la Argenti­na sin hablar de dinero, es imposi­ble hablar en la Argenti­na sin pen­sar en el dinero. En la nov­ela yo quería que no pasara una pági­na sin que la pal­abra dinero apareciera men­ciona­da, la pen­sé como una nov­ela porno, solo que en vez de esce­nas de sexo había esce­nas de dinero, en cada pági­na tenía que pasar algo con el dinero, un bil­lete tenía que apare­cer, alguien tenía que com­prar algo, alguien tenía que dar­le a alguien algo a cam­bio de algo. Quería pon­er en esce­na esa ubicuidad inso­portable que tiene el dinero en la Argenti­na y que la tiene todavía hoy. Me acuer­do que cuan­do publiqué la nov­ela en 2013, la fui a pre­sen­tar a España, que esta­ba en ese mis­mo momen­to en la cri­sis de la bur­bu­ja inmo­bil­iaria, cuan­do llegué me dijeron: “pero esta es una nov­ela muy españo­la”. Me hacía gra­cia esa ingenuidad de los país­es del primer mun­do, la sen­sación que tienen de haber ter­mi­na­do con el dinero, lis­to, ya está, ya resolvi­mos la cuestión del dinero. La cuestión del dinero es una cuestión insol­u­ble. En este momen­to en Ale­ma­nia hay 10% anu­al de inflación y están tem­b­lan­do, eso es lo que hay de inflación en un mes en Argenti­na. Quiero decir, para mí era una nov­ela “históri­ca”, entre comil­las, porque era una nov­ela que recon­struye los años 70, y de repente era actu­al en España. Todo lo que cuen­to en la His­to­ria del dinero es lo que está pasan­do en la Argenti­na des­de hace ya casi diez años. Eso es lo más fasci­nante del dinero, Freud y Marx lo sabían muy bien: sexo y dinero, no hay con qué dar­les, no hay cómo neu­tralizar­los, no hay como amor­dazar­los, no hay cómo dis­ci­pli­nar­los. Hay una poten­cia per­tur­bado­ra en el dinero y en el sexo que no sé si tienen otras dimen­siones de la exis­ten­cia humana, de hecho, en His­to­ria del dinero para mí era muy impor­tante con­tar la vida de esa famil­ia des­de el pun­to de vista del dinero, era como ser freudi­ano, pero reem­plazar el sexo, o el deseo, por el dinero. Entonces, en vez de hablar de los prob­le­mas afec­tivos que tenían los per­son­ajes en la famil­ia, me ded­i­ca­ba a describir sus com­por­tamien­tos económi­cos. El padre que inven­ta el dinero que tra­ba­ja, pero que en real­i­dad el ver­dadero dinero lo hace jugan­do a las car­tas, la madre que se ded­i­ca a despil­far­rar, el hijo que goza pagan­do. En un momen­to pen­sé, cómo hubier­an cam­bi­a­do las cosas si en vez de haber acep­ta­do con Freud que lo que hay que bus­car siem­pre en una famil­ia es el deseo, el secre­to, hubiéramos bus­ca­do el dinero. Qué pasaría si cuan­do uno se tum­ba en el diván del anal­ista en vez de hablar de lo que te hizo tu papá, o lo poco que te quiso tu mamá, con­taras cómo fun­ciona­ba el dinero en tu famil­ia. Tuve un momen­to de ilu­mi­nación freudo­marx­ista, es muy intere­sante ver cómo fun­cio­nan las famil­ias en relación con el dinero, es muy sig­ni­fica­ti­vo, es muy rev­e­lador, está lleno de sorpresas.

“Y que el dinero, por fin, reem­place a la rev­olu­ción”. His­to­ria del dinero (2013), pág. 150

Yo no escri­bo para opinar sobre las cosas, escri­bo para obser­var fenó­menos, para obser­var cosas que cam­bian, creo que la nov­ela es sobre cosas que cam­bian, por ejem­p­lo, el mun­do afectivo. 

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¿De qué man­era en La Mitad fan­tas­ma la vir­tu­al­i­dad ver­sus la pres­en­cia analóg­i­ca ten­siona, resig­nifi­ca el cam­po afec­ti­vo y las bre­chas gen­era­cionales entre Savoy y Car­la, sus protagonistas?

Bueno, la nov­ela es una come­dia, de todos los libros que escribí es el que más cómo­do se siente en ese género, creo que la come­dia tiene que ver bási­ca­mente con el malen­ten­di­do, no nece­sari­a­mente con el fra­ca­so, pero sí con el malen­ten­di­do y con la vol­un­tad de no amor­dazar el malen­ten­di­do, de no tratar de resolver­lo, de no tratar de san­ear los daños que pro­duce, sino más bien de empu­jar­lo, de lle­var­lo has­ta las últi­mas con­se­cuen­cias. Lo que hay entre el mun­do pres­en­cial de Savoy y el mun­do dig­i­tal de Car­la es una relación de malen­ten­di­do, de comu­ni­cación entor­peci­da, eso no quiere decir que no haya relación, la nov­ela está mon­ta­da sobre la tran­si­ción entre una expe­ri­en­cia del mun­do y la otra; solo que esta tran­si­ción está vista des­de la per­spec­ti­va de Savoy, que muy vis­i­ble­mente está per­di­en­do el tren; un cin­cuen­tón seden­tario que tiene difi­cul­tades con la vida tech­no. Pero en rig­or, lo que a mí me intere­sa en la nov­ela es cómo pen­sar y con­tar ese momen­to de meta­mor­fo­s­is, insta­larme en ese malentendido.

En real­i­dad, hay un prin­ci­pio de la relación, es ese mes que ellos pasan jun­tos en Buenos Aires, en ese aparta­men­to de Airbnb o algo por el esti­lo. Ahí tienen una expe­ri­en­cia tradi­cional, siglo XX del amor, que es la inten­si­dad del enam­oramien­to, lo que sigue después es la admin­is­tración, podríamos decir, aunque es una pal­abra hor­ri­ble, pero la gestión de ese cap­i­tal ate­so­ra­do durante ese mes de cuer­po a cuer­po. Entonces la nov­ela tiene algo de eso, cómo estos dos per­son­ajes hacen para ges­tionar, para hac­er rendir, por supuesto, fra­casan­do, ese pequeño cap­i­tal que jun­taron jun­tos, cap­i­tal amoroso, libid­i­nal, etcétera, que jun­taron en ese primer mes. En rig­or en El pasa­do yo trata­ba de con­tar lo que pasa con las ruinas de una expe­ri­en­cia amorosa impor­tante, sin con­tar casi la expe­ri­en­cia amorosa, acá más bien lo que hago es dar unas pis­tas de eso que pasa en ese primer momen­to, el momen­to del flec­ha­zo, del enam­oramien­to, y después el momen­to del amor, lo que sucede teóri­ca­mente al enam­oramien­to, dis­olver­lo en ese enig­ma, en ese agu­jero negro que es el amor a dis­tan­cia, el amor de pan­talla, esa es la premisa de la novela.

La nov­ela tran­scurre mucho en los inter­cam­bios de Skype que tienen Car­la y Savoy, para Savoy la tec­nología Skype con­spira con­tra la comu­ni­cación con Car­la, y al mis­mo tiem­po, si no hubiera Skype no habría en rig­or relación ningu­na entre Savoy y Car­la. O sea, esa especie de obligación de lidiar con lo que a uno lo pone en el peor de los lugares, en el lugar de la incom­pe­ten­cia, en el lugar del desam­paro total, de la tor­peza total, es al mis­mo tiem­po lo que hace que uno pue­da bal­bucear algo en ese idioma. Savoy acep­ta ese reto, es la parte de héroe de come­dia que tiene, acep­ta librar esa batal­la, y le va como le va, pobre. Pero no es una nov­ela que ten­ga una opinión sobre: “Ah, estos dos nun­ca van a poder encon­trarse”, o “estos dos están con­de­na­dos al fra­ca­so”. La nov­ela más bien se intere­sa por esa zona inter­me­dia en la que un mun­do está murien­do y otro teóri­ca­mente está nacien­do, tra­ta de obser­var qué es lo que pasa ahí.

Yo no escri­bo para opinar sobre las cosas, escri­bo para obser­var fenó­menos, para obser­var cosas que cam­bian, creo que la nov­ela es sobre cosas que cam­bian, por ejem­p­lo, el mun­do afec­ti­vo. Pero no podría diag­nos­ticar esos cam­bios como si viera, dig­amos, en qué direc­ción hor­ri­ble van, no hago ese tipo de diag­nós­ti­cos. Pre­fiero obser­var cómo cam­bian las cosas y en todo caso después pen­sar o diag­nos­ticar o dar un vere­dic­to, pero me da la impre­sión de que, en gen­er­al, existe mucho esa especie de refle­jo condi­ciona­do que tiene que ver con el temor, con la ame­naza: “¡No!, ¡vamos al desas­tre!”, “¡nos acer­camos al Apoc­alip­sis!”, o “¡se acabó el amor!”. No, no, para nada, prob­a­ble­mente asis­ta­mos a muta­ciones del amor, segu­ra­mente esas muta­ciones ten­drán for­mas y caras que no vamos a enten­der del todo al prin­ci­pio, que nos van a resul­tar un poco mon­stru­osas. Para mí como nov­el­ista me parece mucho más intere­sante pon­erse a obser­var los fenó­menos, que atrincher­arse detrás de un diag­nós­ti­co, o de una indignación.

Savoy nada hacia Car­la, has­ta que su corazón cor­ta sus brazadas. Por­ta­da de La mitad Fan­tas­ma (2020).

Efec­ti­va­mente, a mí no me intere­san los pis­to­le­ta­zos en el mun­do de la belleza, lo que me intere­sa es, en todo caso, esos pro­ce­sos por los cuales la políti­ca y el arte, pero tam­bién uno podría decir la sociedad y  el arte, se con­ta­gian mutu­a­mente y empiezan a pro­ducir sonidos extraños o músi­cas nun­ca antes oídas.

¿El antí­do­to al fac­tor Borges estaría en la dimen­sión pro­fana de Puig? 

Sí, pero es un antí­do­to rel­a­ti­vo, que no fun­ciona como tal, por su puesto, ape­nas uno lee bien a Puig y uno lee bien a Borges, se da cuen­ta has­ta qué pun­to esos dos escritores, que se igno­raron mien­tras coex­istieron en el mun­do, tienen muchas más cosas en común de lo que uno podría imag­i­narse. A pri­ori todo los sep­a­ra, gen­era­cional­mente, en tér­mi­nos de back­ground biográ­fi­co, social, famil­ias, relación con la cul­tura. Sin embar­go, Borges y Puig están muy cer­ca uno del otro porque com­parten una can­ti­dad de nociones muy rad­i­cales sobre la lit­er­atu­ra, la autoría en la lit­er­atu­ra, la propiedad en lit­er­atu­ra, la relación con la oral­i­dad, que final­mente los ponen por momen­tos en una mis­ma posi­ción. Los dos son escritores que tienen una cier­ta acti­tud con­cep­tu­al en relación con la lit­er­atu­ra, los dos tra­ba­jan mucho con ideas, los dos eran ciné­fi­los recal­ci­trantes. En rig­or, Puig no es exac­ta­mente el antí­do­to con­tra Borges; aunque para la lit­er­atu­ra argenti­na, que siem­pre estu­vo y está muy mar­ca­da por Borges, la apari­ción de Puig a fines de los años 60 fue un gran acon­tec­imien­to; era la primera lit­er­atu­ra que aparecía como total­mente indifer­ente al par­a­dig­ma bor­giano, Puig escribía como si no hubiera leí­do a Borges, como si viniera de un plan­e­ta remo­to donde de Borges ni siquiera se había oído hablar. Llevó mucho tiem­po, unos 20 o 30 años, enten­der a este mar­ciano que era Puig, una especie de punk de la lit­er­atu­ra, que venía a decir sí, se puede hac­er lit­er­atu­ra sin saber de lit­er­atu­ra, se puede hac­er lit­er­atu­ra con las voces de las muca­mas, con las voces de los emplea­d­os de correo, con las letras de los tan­gos, con los diar­ios ínti­mos de mujeres de clase media baja de provin­cia; se puede hac­er lit­er­atu­ra con géneros menores, bas­tar­dos, sin pres­ti­gio, se puede hac­er lit­er­atu­ra sin esti­lo; tar­damos en recono­cer que ese escritor que pate­a­ba el tablero, al mis­mo tiem­po retoma de una man­era muy tor­tu­osa, yo no diría la tradi­ción de Borges, sino más bien un arse­nal; una caja de her­ramien­tas que Borges había puesto a pun­to durante 40 años de vida lit­er­aria. Yo diría que Puig y Borges com­parten bue­na parte de esa caja de herramientas.

¿Cuál es tu relación con las platafor­mas como wattpad, con estas nuevas for­mas de trans­misión de la lit­er­atu­ra, en las cuales se pub­li­can nov­e­las por capí­tu­los, los usuar­ios comen­tan cada entre­ga como pasaría en otras redes, des­en­ca­de­nan­do un furor, una especie de beat­le­manía del libro, cuan­do se supone que es una época donde el libro ya desapareció?

No estoy muy infor­ma­do, pero no me cues­ta nada imag­i­narlo, me parece que es la ten­den­cia gen­er­al, la lóg­i­ca de las redes sociales está con­ta­gian­do a todos los cam­pos, esa lóg­i­ca fun­ciona sobre la base de dos con­duc­tas; la con­duc­ta groupie y la con­duc­ta heater, son las úni­cas dos posi­ciones posi­bles, que real­mente pro­ducen una cier­ta dinámi­ca en ese cam­po; segu­ra­mente hay gente que inter­viene de man­era más inspi­ra­da o más inteligente o más per­spi­caz, pero las dos úni­cas poten­cias que mueven la esce­na son el odio, la injuria, y por otro lado, la fasci­nación, es como si todo se hubiera groupiza­do, pero por supuesto, los groupies en cualquier momen­to se vuel­ven haters, como sabía muy bien el pobre John Lennon. Me parece que la lit­er­atu­ra es una especie de rehén, como lo son en gen­er­al todos los bienes cul­tur­ales tradicionales. 

¿Cómo es la lit­er­atu­ra que se pro­duce ya en la red, para ser con­sum­i­da en la red? Ahí hay una lóg­i­ca muy de la indus­tria cul­tur­al aho­ra, la idea de que el libro no puede perder­se la explotación de fenó­menos que nacen online, como los youtu­bers. En la Feria del Libro de Buenos Aires las colas de gente que espera autó­grafos por un libro, las más largas son las de libros de youtu­bers, no las de los autores de best sell­ers. Ya no esta­mos hablan­do de lit­er­atu­ra, esta­mos hablan­do de obje­tos cul­tur­ales, o sea, de indus­tria cul­tur­al; la relación con el públi­co, y con la masivi­dad del obje­to libro, está cam­bian­do com­ple­ta­mente en fun­ción de una especie de reino del éxi­to, que es el mun­do online. Al mis­mo tiem­po, todo es abso­lu­ta­mente fugaz, pien­so en Har­ry Pot­ter y me parece tan antiguo como el Qui­jote, y Har­ry Pot­ter es un fenó­meno que, no sé, duró 20 años, ter­minó hace 10, o 15, no sé muy bien. Pero un éxi­to de la indus­tria cul­tur­al como Har­ry Pot­ter ya lo veo como a Stend­hal, como alta lit­er­atu­ra, porque final­mente eran nov­e­las que una mujer se senta­ba a escribir para ser pub­li­cadas en for­ma de libro, era un fenó­meno com­ple­ta­mente tradi­cional. Al lado de eso, estos pro­duc­tos que nacen online y que después lle­gan en for­ma de libro, tienen total­mente otra con­sis­ten­cia, si es que tienen algu­na, están pen­sa­dos para apare­cer y desa­pare­cer, para ser reem­plaza­dos ráp­i­da­mente por otros, son como libros o his­to­rias, o expe­ri­en­cias nar­ra­ti­vas que ya incluyen una cier­ta mor­tal­i­dad. Al mis­mo tiem­po, me parece que el libro tal como lo conocíamos, tal como nos gus­ta a nosotros, sigue existien­do y sigue fun­cio­nan­do, tam­poco en este plano me gus­ta emi­tir vere­dic­tos apocalípticos.

Aho­ra cualquiera puede escribir en la Web, lo que sea, es una especie de, entre comil­las, libre con­trol de cal­i­dad; yo escri­bo como me sale, otro escribe muy bien, hay otro que escribe una nov­ela, otro escribe sim­ple­mente un relato…

Es muy pasion­al, y a la vez es el retorno total del con­tenido, por supuesto, del con­tenido per­son­al, que es lo que la gente dice de sí en las redes, lo que la gente pone de sí en los per­files, las his­to­rias que cuen­ta, o sea, no hay otro con­tenido que no sea per­son­al, esa especie de self­ie nar­ra­ti­va. Y a la vez, de la escrit­u­ra en sí, que es lo que uno está acos­tum­bra­do a leer en la lit­er­atu­ra o a bus­car en la lit­er­atu­ra, se ocu­parán otros, no se ocu­pa el escritor o la escrito­ra, se ocu­pan otros, que son los edi­tores, si es que hay tam­bién. Pero ya no impor­ta eso, lo que impor­ta es ofre­cer una especie de con­tenido, y ese con­tenido está fatal­mente mar­ca­do por la regla de lo per­son­al, del yo, de la expe­ri­en­cia propia, etcétera. Creo que el prob­le­ma es que eso empieza a afec­tar los cri­te­rios con los que la indus­tria edi­to­r­i­al decide qué pub­licar y qué no, ahí me parece que empieza a haber un problema.

A finales del año pasa­do teníamos agen­da­da una entre­vista con Marce­lo Cohen, pero se can­celó, poco tiem­po después fal­l­e­ció. ¿Cuál de sus libros pre­fieres? ¿Te dejó una enseñan­za de escritura?

Marce­lo era un escritor úni­co. El tipo de proyec­to lit­er­ario que desplegó a lo largo de su vida es increíble­mente sostenido, con­sis­tente, incon­fundible. En ese sen­ti­do, Marce­lo es de una tradi­ción de escritor como la de Juan José Saer, inclu­so como la de Borges, escritores que pare­cen pro­pon­erse escribir en fun­ción de un pro­gra­ma poéti­co, políti­co, estéti­co abso­lu­ta­mente inque­brantable; eso quedó plas­ma­do por esa gran inven­ción que fue el Delta panorámi­co, que es el mun­do en el que tran­scur­rían las fic­ciones de Marce­lo. Creo que hoy eso es algo casi sobre­nat­ur­al, me parece extra­or­di­nario poder entrar en la obra de Marce­lo, en cualquier lado por donde entres vas a encon­trarte en medio de ese paisaje, en medio de ese proyec­to, en medio de ese pro­gra­ma de escrit­u­ra. A la vez Marce­lo fue un gran ensay­ista, un gran ensay­ista muy a la ingle­sa, muy poco afrance­sa­do, de hecho, él era muy angló­fi­lo y tra­ducía extra­or­di­nar­i­a­mente bien del inglés. Creo que era alguien que tiene una cosa que en lit­er­atu­ra es cada vez más difí­cil de encon­trar, es como un lec­tor con oído abso­lu­to, creo que eso tiene mucho que ver con la relación que Marce­lo tenía con la músi­ca, sobre todo con el jazz; era alguien que escuch­a­ba la lit­er­atu­ra, que es algo muy mis­te­rioso, que muy pocos escritores y muy pocos críti­cos tienen, cuan­do es lo primero que ten­drían que ten­er. La muerte de Marce­lo fue un golpe muy duro, así como fue un golpe muy duro para mí y para mi gen­eración en Argenti­na, la muerte de Ser­gio Chejfec el año pasa­do tam­bién, como fue un golpe durísi­mo para mí y para nues­tra gen­eración, la muerte de Luis Chi­tar­roni hace unas pocas sem­anas. Hay algo de ese mun­do, de ese con­cep­to de la lit­er­atu­ra, de ese modo de vivir la lit­er­atu­ra que se va con ellos, eso es algo un poco des­o­lador. Pero a la vez me parece que en esos tres casos: Luis Chi­tar­roni, Ser­gio Chejfec y Marce­lo Cohen, lo que es extra­or­di­nario es la obra que dejan, esa escrit­u­ra que dejan, está ahí y es inde­struc­tible, ahí hay algo a la vez des­o­lador y apa­sio­n­ante, porque son tres escrit­uras irreductibles.

Los sabios con­fi­na­dos de Godard, las alfom­bras de carame­los de González Tor­res, Puig ree­scri­bi­en­do las nov­e­las que lee. Por­ta­da de la edi­ción chile­na de Temas Lentos (2012)

Qué pasaría si cuan­do uno se tum­ba en el diván del anal­ista en vez de hablar de lo que te hizo tu papá, o lo poco que te quiso tu mamá, con­taras cómo fun­ciona­ba el dinero en tu familia.