—Entrevista a Anahi Durand—
Bajo esta atmósfera andina compartida, una conversación necesaria con Anahi Durand, docente de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Secretaria de Relaciones Internacionales del Movimiento Nuevo Perú, nos llevó por varios temas de la coyuntura política peruana, en los que inevitablemente subyacen: el pulso y la sedimentación de las causas, contradicciones, debates, reflexiones y aportes que en transformación, resignificación o simplemente en obsolescencia de actualidad, son el humus y materia de estos tiempos, aparentemente marcados por una modernidad inacabada, entre experiencias y expectativas, entre regulación y emancipación. A pesar del embate neoliberal, al telón de fondo de Jean-François Lyotard sobre el fin de los grandes relatos, es bueno contrapuntearlo con Alberto Flores Galindo, cuando cita en el principio de su libro La agonía de Mariátegui (1980), al propio Mariátegui: “Agonía no es preludio de la muerte, no es conclusión de la vida. Agonía — como Unamuno escribe en la introducción de su libro — quiere decir lucha. Agoniza aquel que vive luchando contra la vida misma Y contra la muerte”.
Mucha agua ha pasado bajo el puente del pensamiento crítico peruano y latinoamericano. Desde el siglo XIX, con nombres como Manuel González Prada y Manuel Atanasio Fuentes, posteriormente, el anarco sindicalismo de principios del siglo XX, y en la década de 1920, la heterodoxia marxista que planteaba José Carlos Mariátegui desde la Revista Amauta, aportando para América Latina la necesidad de pensar vías propias hacia un horizonte socialista que respondan a nuestra realidad cultural e histórica. Después, la conformación de una cultura política de izquierda en los sesentas, con el agotamiento del régimen de Juan Velasco Alvarado, la movilización campesina en la región andina, el sindicalismo del magisterio SUTEP, las elecciones para la Asamblea constituyente de 1978, presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre, en la cual el dirigente campesino Hugo Blanco tuvo el tercer lugar. La elección de Alfonso Barrantes Lingán como alcalde de Lima en 1984, configuró en aquel momento una izquierda con gran fuerza electoral. Sin embargo, el fraccionamiento propio del las izquierdas, característica latinoamericana, conjuntamente con la irrupción de la violencia salvaje de Sendero Luminoso, precipitaron la caída en picada de la izquierda peruana, que con el advenimiento del gobierno de Alberto Fujimori en 1990, se consumó. Había caído el socialismo real en el mundo, bajo el cerco amarillista de la espectacularización del miedo y el escándalo, Francis Fukuyama cantaba el supuesto fin de la historia. Los saberes se especializaron cada vez más, las ciencias sociales investigaban realidades parciales bajo modelos heurísticos, se erguía el imperio de los tecnócratas del desarrollo en la proliferación de organismos multilaterales de asistencia técnica y oenegés con consignas variadas de diseño proyectivo estandarizado.
La militancia, el arte, la filosofía y la praxis social quedarían separadas en casilleros diferenciados hasta la fecha, como meras especializaciones para foros y mesas redondas, o para el quehacer burocrático del individualismo, la administración, y la auto explotación, hoy conocida como emprendimiento. Por la conjunción entre literatura, ciencias sociales, filosofía, psicoanálisis y la acción política, la visión de Mariátegui sobre Revista Amauta que Flores Galindo señala en su libro, se nos presenta como un camino de reconstrucción: “Amauta no fue pensada como la obra exclusiva de Mariátegui; por el contrario, estaba destinada a ser el órgano de una generación, el mecanismo para agrupar a los intelectuales peruanos y cohesionarlos frente a la cultura dominante. Resulta sintomático que el proyecto surgiera en una revista y no desde los claustros universitarios. Fue una generación antiacadémica…”
Después de treinta años de neoliberalismo devastador, el Perú vive la irrupción de las fuerzas populares, representadas por el profe Pedro Castillo, un maestro rural del interior y líder sindical, que encarna el hastío de las mayorías con la clase política, con la precariedad económico social en la que viven, agudizada dramáticamente por la pandemia. Ausencia de debate programático, voto reactivo, una articulación hegemónica de poder de derecha dispuesta a todo, representada nada menos que por Keiko Fujimori, con Vladimiro Montesinos haciendo llamadas desde la cárcel para incidir en la proclamación de resultados; un enorme deja vu. De esto y más charlamos con Anahi.
Matriota: Pedro Castillo irrumpe en el radar del sistema político liberal peruano y regional. No encarna a ninguno de los actores políticos en contradicción del escenario de la democracia liberal del siglo XXI: por un lado, el modelo neoliberal bajo la receta periférica, y por otro, la socialdemocracia que busca mayor redistribución, progreso, fortalecer el Estado mediante la política pública y la garantía de derechos básicos. Sin embargo, parece que esa enorme población del interior del Perú no se vio representada por ninguna de estas posiciones. ¿Qué pistas nos arroja en cuanto a los alcances y límites de este escenario: neoliberalismo versus progresismo? ¿Cuál es tu lectura?
Anahi Durand: Creo que el caso peruano es particular en varias líneas. No es necesariamente otro triunfo progresista, ni de derecha versus izquierda; estos resultados electorales son sólo entendibles comprendiendo la magnitud de la crisis política que desató el caso Odebrecht, al que le sucedió la tragedia de la pandemia. Fueron unas elecciones sin un centro político, sin espacio para las grandes discusiones ideológicas y programáticas. Ante todo, se trata de un voto muy reactivo, muy demandante en términos de cambios. Eso es lo que logra encarnar PERÚ LIBRE; que ya se había prefigurado en las elecciones complementarias al Congreso que tuvimos en 2020. Hay que ver un poquito más atrás, en esas elecciones del 2020 ya hubo estas fuerzas emergentes que representaban muy bien el descontento, sobre todo de los sectores populares menos favorecidos por el modelo. En ese momento, el ascenso del FREPAP las últimas dos o tres semanas, un partido religioso, o de Antauro Humala y la UPP ya nos daban una alerta de cómo serían las presidenciales de 2021. En ese entonces aún no había llegado la pandemia, pero ya estaba la crisis política. Creo que en el triunfo de Pedro Castillo se expresa un voto muy de protesta, de impugnación al modelo, pero también de identificación; de votar a alguien como yo, antes que los grandes debates o las dilucidaciones programáticas o de política pública. Quizás en la segunda vuelta eso ya jugó un poco más, pero en la primera vuelta, ese 19 % que sacó el profe Castillo, en un escenario de fragmentación tremenda, con dieciocho partidos, vino del núcleo de las zonas rurales más empobrecidas, menos favorecidas por este modelo primario exportador, que se identifican con Castillo, dándole un voto en clave muy identitaria.
Tal como está el mundo parece imposible escapar a la lógica de la gobernanza global y su entramado tecno-burocrático institucional. Al llevar a cabo las reformas institucionales que la burguesía local subdesarrollada fue incapaz de concebir para lograr un mínimo de Estado de bienestar, uno de los errores de los procesos progresistas fue caer en la lógica de la eficiencia tecnocrática gubernamental. Bajo la dinámica electoralista estas reformas pueden venirse abajo, como estamos viendo en Ecuador. ¿Sería posible administrar el Estado verticalista, cuya naturaleza es garantizar intereses corporativos, y promover simultáneamente otras formas de Estado desde abajo, que garanticen un repliegue a las fuerzas progresistas cuando no alcancen a formar gobierno?
Aquí en Perú tenemos un Estado mafioso y ahorita lo estamos viendo en acción. Todavía no se proclama a Pedro Castillo como presidente electo. El 15 de junio la ONPE terminó de contar los votos, y lo que se vino es una andanada legal del fujimorismo para impugnar las elecciones, cuestionar las distintas actas en zonas rurales, sobre todo, y la reacción de diversas instituciones donde hay operadores del fujimorismo. Si algo hizo el neoliberalismo en Perú no fue solamente montar un aparato tecnocrático, como lo ha hecho en otros países, sino corromper a las instituciones, enquistar una red de corrupción que ahora vemos muy vigente, por eso esta reacción tan desesperada de no querer respetar los resultados electorales. Saben que el presidente Pedro Castillo no va a ser sumiso a sus intereses, ni a sus formas de gobernar y administrar, con sus dosis de corrupción y tecnocracia. Pero en el caso peruano la corrupción ha permeado a todos los poderes del Estado, lo estamos viendo en el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), en el sistema de justicia.
Desmontar todo eso ya es una tarea muy grande en sí misma, además de hacerlo en un contexto adverso, porque no llegas a la presidencia con un 80% de votación, sino apenas con 50.2 %, con 44 mil votos de diferencia. Esto te obliga a plantear muy bien los pasos a dar. No abandonar esa plataforma de cambios que te llevó a donde estás, pero ir pensando los pasos que siguen para llevarla adelante. Consensuando, articulando, haciendo política con los diversos actores que te van a permitir sobrevivir. Creo que el primer objetivo de este gobierno tiene que ser el de durar, sólo así podrá enfrentar a los poderes enquistados en distintos espacios, que ya están impidiendo su proclamación. O sea, no es que van a obstaculizar al Gobierno, ya están haciendo lo imposible para que no se dé su proclamación, incluso han llegado a pedir nuevas elecciones. Es un escenario muy complejo, que exige una acción muy pensada, muy articulada y consensuada del presidente Pedro Castillo.
Perú evidencia una enorme fractura centralista entre Lima y el interior andino. Los postulados en la política son un indicador de tal contraste ¿Cómo ves a las agendas de género? ¿Se limitan a los centros urbanos o hay un feminismo en las comunidades indígenas y campesinas del interior?
El Perú es absolutamente centralista. No hay una ciudad que haga de contrapeso a Lima, como Guayaquil a Quito, o Cali a Bogotá. Lima concentra casi diez millones de habitantes, el 30 % de la población nacional. Además, Lima ha crecido sin ningún orden, concentra muchos procesos urbanos y de politización distintos a las regiones del sur andino, donde sí ha habido otra dinámica de movilización, más vinculada a demandas socio ambientales, por ejemplo, en el caso de las comunidades andinas indígenas, la mayoría de luchas son por la defensa del territorio ante el avance de la industria extractiva. En el caso de los feminismos en Perú, hubo un movimiento feminista popular muy importante en las ciudades, surgió en la década de los 70, con un tejido social muy amplio, pero que lamentablemente tuvo que enfrentar la arremetida de Sendero Luminoso, que asesinó a dirigentas populares como María Elena Moyano. Después, al clientelismo y la violencia fujimorista arrinconaron completamente al feminismo popular que surgió en los 70, se replegó en algunos centros de pensamiento, de oenegés. Pero con esta oleada latinoamericana feminista que sale de Argentina, también hay un ascenso en Perú, sobre todo en las generaciones más jóvenes, más universitarias, más urbanas. No sé qué tanto hay un feminismo comunitario, indígena, campesino. La cuestión indígena aquí tiene otro recorrido, no tenemos las organizaciones indígenas que hay en Bolivia, Ecuador o Chile. Aquí están la FENMUCARINAP o la ONAMIAP, que son organizaciones de mujeres indígenas que están en proceso de consolidación desde la perspectiva feminista, no solo en lo post material, como la reivindicación sexual y reproductiva, sino también en materia de economía feminista, de uso del tiempo, de economía de cuidados. Todavía es un terreno en construcción.
Pese al embate neoliberal y a la violencia interna de otras décadas, ¿todavía quedan sindicatos fuertes? ¿Crees que hay una revitalización del sindicalismo en el Perú?
El sindicalismo fue absolutamente atacado por el fujimorismo, en 1992 se impuso la reforma laboral asesinando líderes sindicales, como a Pedro Huilca, dirigente de la Confederación general de trabajadores del Perú (CGTP), asesinado por el Grupo Colina, al igual que a otros líderes regionales del sector minero. Así avanzó la reforma neoliberal en Perú, con el sindicalismo penalizado constantemente por las empresas. La agroindustria, por ejemplo, no permitía la sindicalización. Entonces, en un país con un 70 % de informalidad, si eres un trabajador informal, ¿cómo te vas a sindicalizar si “tu patrón eres tú mismo”? Esa estructura de explotación laboral impide tener un movimiento sindical fuerte. Entonces, ¿qué sindicatos fuertes hay?, el de maestros, el de los trabajadores estatales que quedaron luego de los programas de ajuste. La ley que aprobó Fujimori en los noventa es completamente lesiva, pero después de los últimos cinco o seis años, con todas las reformas que la OIT ordenó implementar al Perú, a pesar de esto, llegó un nuevo momento para potenciar la actividad sindical. De hecho, el SITOBUR de las trabajadoras de la limpieza en Lima es muy representativo, liderado por la compañera Isabel Cortez, que viene de lograr un escaño en el Congreso del Perú; o la FENTTRAHOP de las trabajadoras del hogar también. Pero siguen siendo sectores minoritarios porque la informalidad y el desempleo aquí son tremendos, las trabajadoras formales que pueden sindicalizarse deben ser apenas el 20 %. Lo mismo ocurre con las trabajadoras de limpieza pública, la constante tercerización y la informalización del trabajo va en contra de la sindicalización. Lo que sí hay es un reconocimiento al aval del sindicato como organismo legítimo para pelear derechos.
El legado político/cultural del neoliberalismo en el Perú fue instalar el dispositivo del terror: reivindicación social = terrorismo ¿Esta oportunidad histórica con el gobierno de izquierda liderado por el presidente Castillo podrá al fin dejar atrás el “terruqueo”?
El “terruqueo” como eje de desprestigio o de anulación del adversario ya perdió fuerza en la sociedad peruana. Ya la población no lo cree, de hecho, el triunfo de Castillo en medio de tanto “terruqueo” demuestra que perdió toda credibilidad. Aunque perdió su fuerza impugnadora hacia el adversario de izquierda, es una práctica que las élites han asumido y no van a soltar, se volvió parte de su repertorio de crítica, de criminalización, de desprestigio a los movimientos sociales. En el Perú somos los pioneros del “terruqueo” por lo que significó Sendero Luminoso, un caso más bien atípico de lucha armada. Terminó afectando a los movimientos populares, a sus líderes, dañó directamente a la población, por eso hay un rechazo muy grande a lo que fue Sendero Luminoso. Este aprovechamiento de la “terruquización” como estrategia de criminalización cuando hay una huelga de maestros, un paro cocalero, una protesta estudiantil, lo usaron contra dirigentes como Pedro Castillo y Verónika Mendoza.
El terrorismo ya no es una amenaza real para la gente en el Perú. En estas elecciones se demostró que la preocupación central era sobrevivir, la crisis económica es terrible, se han perdido tres millones de empleos, el Perú es uno de los tres países con mayor letalidad por COVID-19. El “terruqueo” ya perdió su fuerza para liquidar al adversario, ya no es aceptable, no vamos a permitir que siga siendo parte del paisaje. El triunfo de Castillo lo representa claramente, aunque le hayan dicho senderista, MOVADEF, terrorista, igual ganó.
El hecho de que un gobierno de izquierda suba al poder en el Perú en un momento regional en el cual las experiencias populares previas de Brasil y Argentina fueron interrumpidas por gobiernos neoliberales. El chavismo lucha contra una guerra de asedio imperial para mantenerse en el poder. Tabaré Vázquez, más moderado, sucedió a José Mujica en Uruguay ¿Qué significa esto para la comprensión del fenómeno populista de izquierda en la región? ¿Cómo dar la batalla cultural en una población que vota contra sí misma, está despolitizada y es presa del control mediático?
Los progresismos, entendidos como gobiernos contrarios, o por lo menos distintos al modelo neoliberal tal cual se ha aplicado, han tenido momentos de flujos y reflujos. Perú no estuvo muy acompasado con esos flujos. En 2011 Ollanta Humala ganó la presidencia con una plataforma progresista, pero a los pocos meses se cambió de camiseta, se alineó con todos los poderes y no hubo un movimiento social que lo hiciera volver a sus promesas de campaña. Por eso hay sombras que se ciernen sobre Pedro Castillo. No es que él haya ganado con una plataforma ideológica progresista, es un profesor que ha ganado sobre todo por un voto crítico, de descontento sí; pero tiene a la mitad de la población en contra. Esto no hay que desconocerlo. Ganó con un 50.02 % del electorado, va a tener que pensar muy bien los pasos a dar para llevar a cabo un gobierno progresista. Esa es la línea en que ha trabajado para la segunda vuelta, porque su partido, Perú Libre, reconoce que no estaba en sus planes llegar al gobierno; es un partido regional, chico, sus planes eran pasar la valla electoral y entrar al Congreso. Al verse en ese escenario, no es que tengan el plan quinquenal para gobernar y transformar el Perú. Va a tener que desarrollar un plan de gobierno en un entorno hostil y polarizado. A diferencia de Ollanta Humala, pienso que Castillo no va a cambiarse la camiseta, también hay otro momento en el país, ese precedente nefasto no sería tolerado tan fácilmente. Aunque esa es la receta que le está dando la derecha: ¿Quieres que te proclamemos? Deshazte de Perú Libre, deshazte de todos los izquierdistas, acá hay técnicos que van a hacer el trabajo.
Perú Libre no es un movimiento de masas arraigado. Esa también es la preocupación, cómo gobiernas sin un partido sólido. En Nuevo Perú podemos ser un soporte en cierta medida, eso tampoco asegura un escenario de mayor arraigo para facilitar los cambios. Por ello van a ser clave dos elementos: el primero, la Asamblea Constituyente; el segundo, las luces que hay en el escenario regional: Bolivia y Argentina están en la misma línea. En el caso peruano, hay que tener políticas redistributivas, cambiar la matriz neoliberal, desmontar poco a poco un modelo que ha funcionado por 30 años. Así, por ejemplo, un sector como las AFP, ¿cómo desarmar un modelo de pensiones de ese tipo, que fuga capitales y están apoyando a Keiko Fujimori? Hay incertidumbre, los grupos de poder ni siquiera lo han dejado subir al profe Castillo y ya están impidiendo su proclamación. Haciendo un ejercicio de imaginación, ¿cómo desmontar el modelo para hacer algunos cambios sin una correlación sólida, con esta precariedad? El escenario regional podría jugar a favor: México, Argentina, Bolivia serían favorables en temas claves como la vacunación, cosas que lleguen muy pronto a la gente y le den seguridad en medio de este ambiente de polarización.
¿En este contexto cómo concibes la militancia, qué retos de resignificación adviertes?
Perú no tiene un tejido social densamente organizado en el cual se pueda respaldar Pedro Castillo. El conflicto armado y el neoliberalismo pulverizaron a un tejido social muy vigoroso que se construía desde los años 70 y 80; la informalidad y la precarización vaciaron al sindicalismo. Las organizaciones indígenas y campesinas son muy precarias. Entonces, ¿en qué se apoya este gobierno para llevar a cabo su plataforma de cambio? Habrá que hacer un ejercicio de movilización, de politización. Vuelvo al tema de la Asamblea Constituyente: puede darnos un debate sustantivo con la gente, explicar las políticas de Estado, nos permitiría tener un marco garantista que aquí no tenemos. Claro, el riesgo va a estar siempre en replegar en una tecnocracia más organizada, en un buen manejo del gasto público, que efectivamente son importantes, pero no te garantizan un proceso de cambios. La correlación es adversa, hay una sociedad poco organizada, la crisis actual es tan grande, se presenta un enorme desafío. Viendo las experiencias de otros gobiernos progresistas ¿cómo no se defrauda a quienes votaron por ti y a la vez se convence un poco más a quienes no lo hicieron? La mitad no votó por ti y tienes que hacer cosas por ellos, pero no puedes dejar a la gente que sí votó por ti y está esperando lo que prometiste. Ojalá que una vez proclamado como presidente electo Pedro Castillo pueda tener un horizonte más claro, lo digo como parte del equipo de gobierno que se ha armado en la coalición con Juntos por Perú y Nuevo Perú. No hemos tenido la tranquilidad de mirar post elecciones el escenario que vendría. Hay ideas, se ha publicado un Plan bicentenario, se han hecho distintos documentos, pero ya con la proclamación final esperamos que el profe siente líneas de gobierno más firmes, defina su gabinete, las áreas prioritarias para esta etapa serían la economía y la salud. También la relación con las organizaciones sociales, el viene del gremio docente, esa es su base, se ha reunido mucho con ellos, pero hay otros espacios que también tendrán que ser atendidos para ampliar el arraigo popular que permita llevar a cabo las reformas.
Vivimos un momento en que la especialización del conocimiento ha secularizado la política, el arte, la academia, etc. Todo está compartimentalizado, sin embargo, estos elementos, si bien manejan lenguajes específicos, son uno solo. ¿Cómo romper esa brecha perniciosa entre el perfil del “gobernante de oficio”, como señalaba Weber, el “arte por el arte” del individuo, y la academia autorreferencial ahogada en papers sin valor de uso social?
Este es un desafío abierto, en el caso peruano, con una academia despolitizada, paupérrima en términos de recursos, cómo emprendes procesos de gobierno que te den esa nueva relación. Ahí el caso boliviano es importante de mirar, Evo Morales no viene de la academia, su círculo más inmediato tampoco, al igual que Pedro Castillo, viene del mundo rural. El caso boliviano es ejemplar en construir un entorno de gobierno que a la vez sea capaz de pensar lo que se va trabajando, las medidas que se van adoptando, en una clave distinta a la compartimentalizada. Ese fue el desafío de intelectuales orgánicos como Álvaro García Linera. Pero en general, construir toda una capa de administración del Estado más allá de la tecnocracia que ya conocemos y que no sale de la lógica neoliberal. Por otro lado, está la acción y el pensamiento en clave transformadora de intelectuales y profesionales. Ese es el gran reto que vamos a tener en Perú, en un escenario muy adverso, donde se le niega la proclamación, lograr consolidar el gobierno.
Esta hiper especialización que ahora te pide el mercado laboral, el ejercicio de la labor académica, los paper a entregar, estos títulos de nobleza académica cultural que uno tiene que cumplir si quiere estar en el campo. Dónde te va a dar la vida para dedicarte a la política, al arte, a la novela, salvo que seas multimillonario. Esto nos pasa sobre todo entre los que somos docentes de la universidad pública, como yo, que tengo que hacer mil cosas orientadas a la sobrevivencia antes que para afirmarme en el campo intelectual. Mira, uno de los retos de la época es que las generaciones más jóvenes no terminen ensimismadas en el narcisismo académico intelectual, donde entre ellos se lean y se comenten, viendo por encima del hombro y cínicamente a quienes hacen política. Tampoco desconectarte en la práctica militante de la parte más reflexiva. Me costó mucho, más en estos tiempos de pandemia, que mis alumnos salgan a la calle, justo ahora que nos están robando la democracia. Tener una visión multidimensional de las cosas potencia la parte artística al complementarla con la reflexión sociológica, con la actividad política, que finalmente nos compete a todos. Cuando formamos el movimiento Nuevo Perú junto a compañeros de muchos años, aspirábamos a tener una reflexión intelectual, a estar en un partido de cuadros. Hemos logrado ciertas cosas, pero también hemos sido sobrepasados por la coyuntura, por un país que no está esperando eso ahora. Mientras Verónika Mendoza sacó el 8 %, Pedro Castillo lo duplicó con otra trayectoria, con reivindicaciones más vinculadas a sectores rurales empobrecidos que esperaban una voz como la suya, desde donde ellos hablan.
Tiendo a ser optimista, se viene un proceso interesante para el Perú, que ojalá contagie a las universidades, a las ciencias sociales. Estos procesos también detonan la investigación para las ciencias sociales. El proceso que se abre en Perú, si se llega a completar, va a significar un enriquecimiento de la discusión, va a politizar a la academia en términos positivos. Nosotros en Perú tenemos una tradición de intelectuales orgánicos muy valiosos, como José Carlos Mariátegui, o Alberto Flores Galindo, ellos te recuerdan que puedes estar pensando el país, haciendo literatura, haciendo sociología, antropología y a la vez activando políticamente.