PostApocalipsis Nau

El Clítoris de Chita

“Min­er­va” — Ilus­tración por Fran­cis­co Galárraga

El tat­u­a­je fos­fores­cente cobró for­ma sobre la marea del vien­to leve de la tarde. Aba­jo, acostadas en cír­cu­lo con nue­stros hue­sos ilu­mi­na­dos, proyec­ta­mos el mapa en el aire.

Con la mente en silen­cio, sin regre­sar a ver a nada ni a nadie, habías conec­ta­do todos los amule­tos durante la noche. Cam­i­naste lento a con­tra luz de los astros en la obscuri­dad de los arbus­tos y la hojaras­ca. Te tomó horas has­ta lle­gar al campamento.

Pro­gra­ma­da en modo ancla­je para seguir la quine­sis, tu Shi­gra abraz­a­ba el movimien­to de tus botas, de ella col­ga­ba el cas­co de plumas cobrizas y un cin­to rojo heredado.

A tu lle­ga­da todo fue difer­ente. Ya no había tiem­po que perder, cada quien hacia lo suyo sin vac­ilar, como en un bar­co en alta mar antes de la tor­men­ta. El silen­cio bor­dó el alien­to gen­er­al cuan­do entraste al cir­cu­lo de fuego. Tu mira­da nos aus­cultó casi de reo­jo y te paraste frente a todas. Nos hablaste con la aten­ción inten­sa de una hor­da en cac­ería, en nues­tras mentes tu nom­bre retum­ba­ba des­de hace días: Fla­ge­lo de Miel.

— ¡Somos el clí­toris de Chi­ta! ¡No la mamá de Tarzán! ¡De la vida y la muerte nos pro­tege la cripto­fa­sia colec­ti­va!, dijiste y acti­vaste en nue­stro pul­so la mis­ma señal, apun­tan­do sobre el cen­tro del mapa.

Antes de cor­tarte el pelo y pin­tarnos con Chon­ta y sal los pómu­los de la cara, nos antic­i­paste a todas en la oril­la del río:

—En pocos días vamos hacía el cen­tro de los flu­jos dester­ri­to­ri­al­iza­dos del sen­ti­do, donde la mon­tu­ra suplan­ta la cabeza y la opinión tiene freno de bozal. Ya sabe­mos: nos engañan con las polar­i­dades de la car­ta del con­sumo, como si la nat­u­raleza no fuera Homo Sapi­ens y ambos en sí, el deseo que con­struye el sentido.

Hierogamia y sac­ri­fi­cio, no hubo tiem­po para el miedo cuan­do comen­zó la oscilación de tus bra­zos y el dis­eño fos­fores­cente ini­ció su dan­za cir­cu­lar rev­e­lando el Chaquiñán.

Cor­ri­mos por el bosque como dedos que se deslizan por entrastes inter­váli­cos y líneas de tren hacia escalas del futuro. En un solo cuer­po artrópo­do, acari­ci­amos el bar­ro con el mis­mo flu­jo men­tal has­ta alcan­zar la máx­i­ma veloci­dad. Nue­stros cuer­pos se evap­o­raron inyec­ta­dos en la tierra. 

— Somos Luti­ta atrav­es­an­do las porosi­dades colo­niales en camino a la ciu­dad. Un vien­to imper­cep­ti­ble que cruza el gran­i­to del sub­sue­lo. Arri­ba, la piedra pómez alcan­za el cen­it, ilu­mi­nan­do nue­stro rumbo.

—Lle­gare­mos por la mag­ni­tud de onda entre las sibi­lan­cias de las dis­tor­siones medievales de la sinar­quía local, nos dijiste esa mañana en el río.

— En el cen­tro del cul­to a la cor­ba­ta de Tarzán mate­ri­alizare­mos nue­stros cuer­pos como una piedra de río en un zap­a­to de tra­je

La Gár­go­la nar­co­mes­ti­za del priv­i­le­gio del asfal­to no esper­a­ba esta visi­ta en la tarde de sem­ana. Sobre la mesa las botel­las de Norton.

— Que buen after se puso el Alcalde, has­ta nos tra­jo a las chi­cas del mar­ket­ing para hac­er horas extras y se vino a cel­e­brar con nosotros y sus colab­o­radores. Pen­só mien­tras se hacía un mosco, cortesía de la casa.

Tam­baleán­dose bajó las escaleras, después de mirarse des­fig­u­ra­do en el espe­jo del baño, pen­só:  ya no ten­go la mele­na de hace veinte años, cuán­do el asun­to era ser mil­i­co o met­alero, en todo caso, algo es seguro: el alco­hol es cosa de hombres.

Aún tenía en sus manos parte de los mechones de pelo con san­gre que le arrancó a su novia en medio de la bor­rachera y en la bil­letera lo que le sobra­ba de lo que cobró al Munici­pio por hac­er el show para la cam­paña del banquero.

— ¡Odi­amos a todos!, gri­ta­ba des­de el micró­fono, mien­tras los munic­i­pales ata­ca­ban a doscien­tos fieles de su igle­sia como parte del per­for­mance acordado.

— Es mejor ten­er­los sacu­d­i­en­do las greñas por Satanás a que se alis­ten en con­tra de las pri­va­ti­za­ciones, decía el asesor mas joven del Alcalde mien­tras brindaban.

— Somos extremos, alter­na­tivos e inde­pen­di­entes, se lee sobre su hoja de vida en el escrito­rio de la Sec­re­taría Munic­i­pal, garan­tía para jóvenes libres, el slogan.

Con tal que lo dejen par­tic­i­par del Fon­do Con­cursable, en juicio has­ta se declaró fem­i­nista, después de todo son otros tiem­pos, total si alguien lo encara, se las ten­drá que ver con él. Su deal­er es abo­ga­do de un con­sor­cio y ya le ha sal­va­do de algu­nas en las que ha par­tido las pier­nas o asesina­do por opin­iones incon­ve­nientes sobre vio­la­ciones acalladas.

Alrede­dor de la mesa solo hay sil­las y con­ver­sa­ciones sor­das con inter­mi­ten­cias com­pul­si­vas para revis­ar el celu­lar. En Twit­ter la ten­den­cia dice que en la Emba­ja­da ponen Yapa como cortesía del Ban­co del Poncho.

Fla­ge­lo de Miel nos obli­go a obser­var­los durante cin­co min­u­tos des­de la cor­nisa. Adheri­das a la pared exter­na habíamos acti­va­do los flu­jos decod­i­fi­ca­dos  de mag­ni­tud cero. No tomó nada subir los deci­beles de ultra­sonido y con­ver­tir el edi­fi­co en un microon­das, nue­stros cas­cos por momen­tos parecían moverse como un espe­jis­mo de agua cobriza boca arri­ba en la pared lateral.

Salta­mos hacia atrás cam­bian­do la fre­cuen­cia de mag­ni­tud y bajo la for­ma artrópo­da emprendi­mos el regre­so. Aden­tro del microon­das, los crá­neos reb­ota­ban como en una orgía de clí­toris lib­er­a­dos por luces roboscópi­cas hacia el infinito.