El clavo en la humareda

Lib­er­tario era Bue­naven­tu­ra Dur­ru­ti, vos estás hin­cha­do de esteroides y cobardía. En esta par­ti­da de aje­drez perdiste tu hacien­da en la ter­cera juga­da. Matri­o­ta te va a quitar todo lo que tus abue­los nos arrebataron; la pla­ta que fugas a Dubái; la casa de tus viejos, con su arte colo­nial y su colec­ción arque­ológ­i­ca. Matri­o­ta te va a sacar tus empre­sas, san­gui­jue­las del Estado.

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Para blindar a la broca

Su Exce­len­cia, mue­ca y son­risa, estás cansa­do de medir lo que dices en las sesiones del pleno. El pres­i­dente de la Corte te parece más des­pre­cia­ble cada día. Cuan­do te bus­ca, resuelves sus dudas no por respeto, sino por miedo. Si insistes con una ini­cia­ti­va, tus cole­gas y el pres­i­dente la der­rib­an. Al mis­mo tiem­po que entró la deman­da vino la lla­ma­da des­de la sede en Mon­tre­al: ellos se hacen car­go de los abo­ga­dos de la comu­nidad. La deman­da es para que se le con­cedan dere­chos al Río Xurandó, en la región de Oro­ge­nia. Mien­tras el liti­gio se pro­lon­ga, se le revo­cará la con­ce­sión a la empre­sa chi­na; el Min­is­te­rio del Ambi­ente se arreglará con los diri­gentes, no hay lob­by que no le llegue al pre­cio a los activis­tas. Las bro­cas ya están en la aduana.

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Marabunta

En la obscuri­dad del túnel, solo la luz de la obsid­i­ana me guía, el con­tra­pun­to solemne susurra miles de vocecitas que armo­nizan innu­mer­ables comi­siones de emba­jadas indul­gentes, almuer­zos y fes­tines de la obse­cuen­cia en degradé.

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