Sobre la posición horizontal

Tan­to plo­mo para desa­lo­jar­los, y esta­ba vacía, con los muros pin­tar­ra­jea­d­os, con caras llenas de tumores de toda la plana may­or, ust­ed inclu­i­da; su retra­to tenía bar­ros y esquir­las, esta­ban sacán­dole fotos cuan­do la bom­ba explotó.

—Detrás de una loca siem­pre hay un imbé­cil— dijo Car­oli­na —. Creemos que fue él quien se la llevó antes de que llegáramos

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Un paseo en dron

— Por eso no te dura ningún novio. Te va a tocar largarte — le dijo Car­oli­na —. ¿Tienes ahor­ros? Puedes ser mesera y estu­di­ar de noche, cam­biar de acen­to y dar clases de yoga, para escort te va a tocar quitarte pre­cio, aunque ganarías más. Si tienes buen estó­ma­go podrías encon­trar a alguien de seten­ta para arri­ba, que no le importe lo hecha mier­da que estás. 

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Un vagón a todas partes

Cuan­do iban a bajar en la estación Gen­er­al Anaya, Max­i­m­il­iano sal­ió cor­rien­do con el libro. Ramiro trató de seguir­lo, pero lo perdió de vista en el puente peaton­al. Max­i­m­il­iano iba arri­ba de la escalera eléc­tri­ca, asus­ta­do, dejan­do pasar a la gente. Al salir, Max­i­m­il­iano lo esper­a­ba en la calza­da, quiso tomar­le de la mano, pero Ramiro se hincó para arre­man­gar­le la ropa, no sabía cómo aco­modarse ese ter­no que le gusta­ba tan­to, pero que otra vez era muy grande para un niño. 

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Taladrar el cerco

La expul­sión de Assange era una de los propósi­tos de la derecha ecu­a­to­ri­ana, acata­do por el gob­ier­no de Lenin Moreno. Para que sucediera, hubo dos eje­cu­tores en sin­cronía: los lat­i­fun­dios mediáti­cos y la diplo­ma­cia. Las noti­cias fal­si­fi­cadas y las calum­nias de la pren­sa par­ro­quiana con­tra Julian Assange han trata­do de ocul­tar los con­tenidos de Wik­iLeaks. En tan­to edi­tor, Assange preparó un archi­vo ver­az sobre cómo opera en Lati­noaméri­ca la diplo­ma­cia norteam­er­i­cana, secun­da­da por académi­cos y peri­odis­tas locales.

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Por una pipa perdida

Al cruzar por el patio no entien­des tan­ta prisa, los corre­dores llenos. “No, no serás pin­to­ra”, te dices mien­tras pasas a su lado, “sino cajera del Ban­co Glob­al. No, no eres biól­o­go, eres cajero del Ban­co Glob­al. No, no serás peri­odista, sino cajero del Ban­co Glob­al. No, no eres académi­co, eres cajero del Ban­co Global”.

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Mercurio retrógrado

Cuan­do sub­ías por la Av. Simón Bolí­var, tu moto empezó a echar aceite y a pati­nar bajo la llu­via. Cal­cu­las y no sabes cuán­do podrás sacar­la de la mecáni­ca. Tu visa de tra­ba­jo se ven­ció y no te alcanzó para ren­o­var­la. “O te largas o te bajo el suel­do”, dijo el super­vi­sor sin mirarte. No hubo aguinal­do en diciem­bre. En el reci­bo de la quin­ce­na hay un des­cuen­to por unos uni­formes que nun­ca te dieron y una nota con negril­la al final: “Cualquier reclamo sig­nifi­cará la sep­a­ración del puesto sin liq­uidación”. De tan­to hablar sobre cómo tra­jeron a sus her­manos o a sus pri­mos, de los giros que envían a su madre, dejaste de ver a tus compatriotas.

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Bannoptikum

Anteay­er, cuan­do ibas a prepararte para salir, vol­teaste al ven­tanal del jardín; el arbus­to de espinas arti­fi­ciales se lev­an­tó con una ganzúa en la mano, sus ojos eran un alar­i­do. Cor­riste a tu cuar­to y tra­baste la puer­ta, mar­caste a seguri­dad y cuan­do con­tes­taron, llo­raste. No encon­traron a nadie; pero esa fla­ma se eriza des­de tu estó­ma­go a la gar­gan­ta. Dejaste de salir, durante el día cier­ras las corti­nas, hiciste podar el jardín. Tiraste los fras­cos de pastil­las al excusado. 

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