PostApocalipsis Nau

Extremos pormenores

Ilus­tración por Fran­cis­co Galár­ra­ga.

 ― Vamos, es jus­to ahí, al lado de la ven­ta de cola­ciones, aba­jo del por­tal, ese al que le fal­ta una piedra, ahí no hay cámaras, me decías mien­tras cam­i­namos apresurados. 

Bajamos por los recov­ecos de las calles angostas reple­tas de fan­tas­mas dester­ra­dos del metaver­so bancario. 

―Mira, es como en una nov­ela de Pyn­chon, esta­mos cyber enreda­dos de nazis por todas partes, ten­emos orgas­mos incon­scientes cada diez min­u­tos o menos, así sen­ta­di­tos frente al dis­pos­i­ti­vo con el mis­mo Imipolex G de los cohetes V2, pero esta vez unta­do en cada post de perfil. 

El Arcoíris De La Gravedad sal­ió de nue­vo al fir­ma­men­to radi­ac­ti­vo de la democ­ra­cia privada.

― Sal­ió para quedarse, me decías jade­an­do mien­tras cruzábamos cor­rien­do por un zaguán tras pasar las enormes puer­tas de madera del por­tal. Cam­i­namos entre los ecos de nue­stros pasos por los corre­dores que conectan var­ios patios de la casa colo­nial. En el últi­mo patio, al lado de la higuera fos­fores­cente, tras una pile­ta tal­la­da en piedra, entramos hacía aba­jo por una puer­ta escon­di­da en el piso, descendi­mos var­ios met­ros por unas escaleras en espi­ral has­ta bajar al refugio. 

Desconec­ta­mos todos los dis­pos­i­tivos ape­nas lleg­amos, solo quedó encen­di­do en una esquina un sin­te­ti­zador analógi­co para cal­i­brar los osciladores de baja fre­cuen­cia, me recuer­da a un Micro Korg de los dos­miles. “¿Deberíamos esper­ar tan­to?”, me pre­gun­to. “¿Por qué no eje­cu­tar la mis­ión ya?”, varias horas de obscuri­dad a luz de una vela, cal­i­bran­do nue­stros tra­jes al oscilador. De donde yo ven­go ya no existe la parafina. 

― Afuera son las nueve de la noche, los trolls salen a patrullar. Es Doña Fré­ne­sis quien dirige a la ban­da­da, me dices mien­tras encien­des el candelabro. 

― No hay man­era de evi­tar­los, con­tin­uas, ― a menos que la fre­cuen­cia audi­ti­va sea en mod­os menores. Entre bom­bardeo y bom­bardeo, el Troll Cen­ter de Fré­ne­sis garan­ti­za el microtrá­fi­co de mer­ca por toda la ciu­dad, opera des­de el metaver­so del Ban­co, des­de ahí cal­i­bran las fre­cuen­cias de onda para evi­tar dis­rup­ciones de con­sen­so. Es una especie de fer­til­izante nitro­ge­na­do que inoc­u­la líneas dis­cur­si­vas ban­car­ias para el metaver­so men­tal de cada cuenta­ban­quino. Para lograr­lo, les fun­ciona muy bien el modo Mixo­lidio, es ese efec­to épi­co del Do que se con­vierte en Si bemol, alin­ea las con­cien­cias en un sus­piro al uní­sono inapelable del metaver­so bancario.

Cen­amos las Bonitís­mas que sacaste de tu mor­ral con el café que sobró. Nos pusi­mos a anudar las cuer­das mien­tras titi­l­a­ba la luz sobre nues­tras som­bras agi­gan­tadas en la pared, hici­mos los cin­co nudos. Como si tocaras un instru­men­to, cal­cu­la­bas con tus dedos la direc­ción y la dis­tan­cia de cada cuerda. 

― El Puquina tiene cin­co vocales a difer­en­cia del Aymara y del Quechua, que solo tienen tres: Moray sig­nifi­ca, el cen­tro, que en Quechua se dice chaupi, este es el primer nudo. El segun­do nudo viene del primero, es Aymu­ray o mayo, el mes de la cosecha. El ter­cer nudo es Titi, el sol en Puquina. El cuar­to nudo es Ascheno, el cielo. El quin­to nudo invo­ca Har­ka-na, que es luchar.

Con el ába­co sonoro que tra­ji­mos, cal­i­bramos los nudos a las for­mas de la escala nat­ur­al menor. Moray en un Do Eóli­co, Aymu­ray resonó con el Re bemol Fri­gio, Titi y Ascheno o el sol y el cielo, son bemoles eóli­cos y Har­ka-na es una quin­ta dis­minui­da de apoyo Locrio. 

― ¿Por qué los mod­os menores nos camu­flan?, te pregunté. 

― Porque el metaver­so casi no sopor­ta las alteraciones, la invo­cación en Puquina es un códi­go que opera encrip­ta­do a través de mod­os menores, entra como un virus en el metaver­so ban­car­io, nos per­mite acced­er a la infor­ma­ción clasi­fi­ca­da y alter­ar el algo­rit­mo, podemos ser invis­i­bles e intervenir. 

Cer­ca del amanecer, los nudos esta­ban acti­va­dos con todas las alteraciones en el altar del fal­cóni­da sagra­do, ya con nue­stros tra­jes cal­i­bra­dos en la inter­váli­ca menor, acti­va­mos todos los dispositivos. 

― Con­figu­ra el mapa toponími­co, me ordenaste. 

Las coor­de­nadas esta­ban trazadas. 

― La pal­abra, la tier­ra, la pal­abra, me dijiste entre risas mien­tras comen­zamos el asen­so para salir del refugio.

Afuera las calles lucían como una acuarela cor­ri­da hacia atrás, una mel­cocha de col­ores a pun­to de empanizarse. Nosotros éramos un cuchil­lo horadan­do el espa­cio a una veloci­dad invis­i­ble. Lleg­amos al Troll Cen­ter en un parpadeo, subi­mos más rápi­do que el ascen­sor has­ta lle­gar al últi­mo piso. Cuan­do la vimos por primera vez, esta­ba sen­ta­da frente a un mon­i­tor con una botel­la, vien­do porno, tenía el ros­tro des­en­ca­ja­do, no se podía saber si llora­ba o reía. Alrede­dor de la habitación habían mon­i­tores que proyecta­ban las cámaras repar­tidas por toda la ciu­dad. Cuan­do Fré­ne­sis se per­cató de nues­tra lle­ga­da, ya era tarde, su mira­da esta­ba vacía, lucía una chi­va des­cuida­da, con una cal­va dis­im­u­la­da por una pelu­ca rubia, un tra­je de burócra­ta suda­ka, le san­gra­ba la nar­iz del sus­to. Se paro desafi­ante, nos encaró como un roe­dor acor­ral­a­do, cuan­do quiso reac­cionar ya la habías someti­do boca aba­jo con­tra el piso, maldecía con su mandíbu­la con­tra el entabla­do tratan­do de lla­mar por ayu­da a los granaderos. 

― ¡Quiénes son ust­edes, no saben con quién se meten!, a mi me pagan en bra­cas, incen­dio las redes y las calles bajo pedi­do. ¡Ust­edes son nadie!

Doña Fré­ne­sis bal­buce­a­ba sudan­do frio. No se cuán­to tiem­po te tomó sacar­le cada nano-implante de la piel, uno por uno, con cuida­do para que no se estropeen. Cuan­do nos fuimos era una alfom­bra arras­trán­dose, bus­can­do su dosis, repi­tien­do máx­i­mas empresariales. 

― No recor­dará nada, dijiste miran­do las mues­tras, ―pero quedaran las cica­tri­ces de los nano-implantes extir­pa­dos por todo el cuer­po. Para cuan­do ubiquen la fil­tración de infor­ma­ción ya será tarde. 

Sin ser detec­ta­dos, decod­i­fi­camos la data en nue­stros dis­pos­i­tivos mien­tras regre­samos por los extremos por­menores de las calles paralizadas. 

La noche sigu­iente fue la últi­ma en el refu­gio sub­ter­rá­neo, los trolls redoblaron su con­trol, solo esperábamos las coor­de­nadas para aban­donar la zona y regre­sar al campamento. 

― ¿Por qué la gente aquí luce como en el museo de cera?, te pre­gunte mien­tras fum­abas miran­do las for­mas de la luz del can­de­labro en el techo. 

― Esa paráli­sis es la ausen­cia de deseo, se lo roban todo para fab­ricar nano implantes, a cam­bio, el metaver­so les inoc­u­la un sim­u­lacro sen­ti­men­tal, como a Fré­ne­sis. El efec­to: el movimien­to social se relen­ti­za, no hay deseo, solo impul­so, no hay políti­ca, solo son­deos, no hay conocimien­to, solo infor­ma­ción, no hay tiem­po, solo inmedi­atez paralizada. 

Después silen­cio, diste una cal­a­da y después otra, más silen­cio. No pude dormir.