― Vamos, es justo ahí, al lado de la venta de colaciones, abajo del portal, ese al que le falta una piedra, ahí no hay cámaras, me decías mientras caminamos apresurados.
Bajamos por los recovecos de las calles angostas repletas de fantasmas desterrados del metaverso bancario.
―Mira, es como en una novela de Pynchon, estamos cyber enredados de nazis por todas partes, tenemos orgasmos inconscientes cada diez minutos o menos, así sentaditos frente al dispositivo con el mismo Imipolex G de los cohetes V2, pero esta vez untado en cada post de perfil.
― El Arcoíris De La Gravedad salió de nuevo al firmamento radiactivo de la democracia privada.
― Salió para quedarse, me decías jadeando mientras cruzábamos corriendo por un zaguán tras pasar las enormes puertas de madera del portal. Caminamos entre los ecos de nuestros pasos por los corredores que conectan varios patios de la casa colonial. En el último patio, al lado de la higuera fosforescente, tras una pileta tallada en piedra, entramos hacía abajo por una puerta escondida en el piso, descendimos varios metros por unas escaleras en espiral hasta bajar al refugio.
Desconectamos todos los dispositivos apenas llegamos, solo quedó encendido en una esquina un sintetizador analógico para calibrar los osciladores de baja frecuencia, me recuerda a un Micro Korg de los dosmiles. “¿Deberíamos esperar tanto?”, me pregunto. “¿Por qué no ejecutar la misión ya?”, varias horas de obscuridad a luz de una vela, calibrando nuestros trajes al oscilador. De donde yo vengo ya no existe la parafina.
― Afuera son las nueve de la noche, los trolls salen a patrullar. Es Doña Frénesis quien dirige a la bandada, me dices mientras enciendes el candelabro.
― No hay manera de evitarlos, continuas, ― a menos que la frecuencia auditiva sea en modos menores. Entre bombardeo y bombardeo, el Troll Center de Frénesis garantiza el microtráfico de merca por toda la ciudad, opera desde el metaverso del Banco, desde ahí calibran las frecuencias de onda para evitar disrupciones de consenso. Es una especie de fertilizante nitrogenado que inocula líneas discursivas bancarias para el metaverso mental de cada cuentabanquino. Para lograrlo, les funciona muy bien el modo Mixolidio, es ese efecto épico del Do que se convierte en Si bemol, alinea las conciencias en un suspiro al unísono inapelable del metaverso bancario.
Cenamos las Bonitísmas que sacaste de tu morral con el café que sobró. Nos pusimos a anudar las cuerdas mientras titilaba la luz sobre nuestras sombras agigantadas en la pared, hicimos los cinco nudos. Como si tocaras un instrumento, calculabas con tus dedos la dirección y la distancia de cada cuerda.
― El Puquina tiene cinco vocales a diferencia del Aymara y del Quechua, que solo tienen tres: Moray significa, el centro, que en Quechua se dice chaupi, este es el primer nudo. El segundo nudo viene del primero, es Aymuray o mayo, el mes de la cosecha. El tercer nudo es Titi, el sol en Puquina. El cuarto nudo es Ascheno, el cielo. El quinto nudo invoca Harka-na, que es luchar.
Con el ábaco sonoro que trajimos, calibramos los nudos a las formas de la escala natural menor. Moray en un Do Eólico, Aymuray resonó con el Re bemol Frigio, Titi y Ascheno o el sol y el cielo, son bemoles eólicos y Harka-na es una quinta disminuida de apoyo Locrio.
― ¿Por qué los modos menores nos camuflan?, te pregunté.
― Porque el metaverso casi no soporta las alteraciones, la invocación en Puquina es un código que opera encriptado a través de modos menores, entra como un virus en el metaverso bancario, nos permite acceder a la información clasificada y alterar el algoritmo, podemos ser invisibles e intervenir.
Cerca del amanecer, los nudos estaban activados con todas las alteraciones en el altar del falcónida sagrado, ya con nuestros trajes calibrados en la interválica menor, activamos todos los dispositivos.
― Configura el mapa toponímico, me ordenaste.
Las coordenadas estaban trazadas.
― La palabra, la tierra, la palabra, me dijiste entre risas mientras comenzamos el asenso para salir del refugio.
Afuera las calles lucían como una acuarela corrida hacia atrás, una melcocha de colores a punto de empanizarse. Nosotros éramos un cuchillo horadando el espacio a una velocidad invisible. Llegamos al Troll Center en un parpadeo, subimos más rápido que el ascensor hasta llegar al último piso. Cuando la vimos por primera vez, estaba sentada frente a un monitor con una botella, viendo porno, tenía el rostro desencajado, no se podía saber si lloraba o reía. Alrededor de la habitación habían monitores que proyectaban las cámaras repartidas por toda la ciudad. Cuando Frénesis se percató de nuestra llegada, ya era tarde, su mirada estaba vacía, lucía una chiva descuidada, con una calva disimulada por una peluca rubia, un traje de burócrata sudaka, le sangraba la nariz del susto. Se paro desafiante, nos encaró como un roedor acorralado, cuando quiso reaccionar ya la habías sometido boca abajo contra el piso, maldecía con su mandíbula contra el entablado tratando de llamar por ayuda a los granaderos.
― ¡Quiénes son ustedes, no saben con quién se meten!, a mi me pagan en bracas, incendio las redes y las calles bajo pedido. ¡Ustedes son nadie!
Doña Frénesis balbuceaba sudando frio. No se cuánto tiempo te tomó sacarle cada nano-implante de la piel, uno por uno, con cuidado para que no se estropeen. Cuando nos fuimos era una alfombra arrastrándose, buscando su dosis, repitiendo máximas empresariales.
― No recordará nada, dijiste mirando las muestras, ―pero quedaran las cicatrices de los nano-implantes extirpados por todo el cuerpo. Para cuando ubiquen la filtración de información ya será tarde.
Sin ser detectados, decodificamos la data en nuestros dispositivos mientras regresamos por los extremos pormenores de las calles paralizadas.
La noche siguiente fue la última en el refugio subterráneo, los trolls redoblaron su control, solo esperábamos las coordenadas para abandonar la zona y regresar al campamento.
― ¿Por qué la gente aquí luce como en el museo de cera?, te pregunte mientras fumabas mirando las formas de la luz del candelabro en el techo.
― Esa parálisis es la ausencia de deseo, se lo roban todo para fabricar nano implantes, a cambio, el metaverso les inocula un simulacro sentimental, como a Frénesis. El efecto: el movimiento social se relentiza, no hay deseo, solo impulso, no hay política, solo sondeos, no hay conocimiento, solo información, no hay tiempo, solo inmediatez paralizada.
Después silencio, diste una calada y después otra, más silencio. No pude dormir.