— Entrevista con Fernanda Melchor Pinto —
Las pulsiones que empujan a la violencia son múltiples: deseo, ira y frustración, la llanura costera de Veracruz como un paisaje con las cicatrices latiendo, son los elementos que vertebran a la literatura de Fernanda Melchor Pinto (Veracruz, México, 1982). Una casa embrujada, un exorcismo, una ex reina de belleza auto enclaustrada en un apartamento carcomido por la humedad, migrantes estafados que creían haber llegado a Florida, sin saber que están perdidos en un puerto inundado de crack, son las crónicas de Aquí no es Miami (2013). Entre Los Portales, el Malecón y Boca del río, las presas se vuelven verdugos en Falsa liebre (2013), su primera novela. En un canal del pueblo de La Matosa aparece el cadáver de la Bruja, los truenos no paran en Temporada de huracanes (2017), donde los adolescentes se secan al aire del crimen. Matriota platicó con Fernanda desde Puebla, justamente cuando Paradais, su nueva novela, está a punto de salir.
Matriota: Escribe Sergio Pitol en el prólogo de Tríptico del carnaval (1999): “Hay días en que despierto convencido de que cualquier acto realizado en mi vida no ha sido producto de la voluntad, sino de la predeterminación. Si el libre albedrío ha intervenido, lo hizo de manera menguada” ¿Cómo fue para ti dejar Veracruz, establecerte en Puebla, con libros por terminar y clases a cuestas?
Fernanda Melchor Pinto: Es imposible no estar de acuerdo con Pitol, aunque mi primer impulso sea decir que mi llegada a Puebla fue producto exclusivo de mi voluntad de abandonar Veracruz. Pero si hago memoria de las circunstancias que en 2011 me llevaron a Puebla, me doy cuenta que son muchos los factores ajenos a mi libre albedrío los que me trajeron a esta ciudad. De entrada, fue porque apliqué a un programa de maestría en Estética y Arte que un amigo poeta me recomendó, y cuando hablé para pedir informes, resultó que era el último día para mandar los papeles, pero la secretaria de la universidad me dio la oportunidad de entregarlos unos días más tarde. No tenía en absoluto un tema de investigación, pero otro amigo a quien llamé por teléfono para pedirle consejo me sugirió que propusiera algo relacionado con la obra del fotógrafo Enrique Metinides. En media hora redacté dos cuartillas con algunas ideas bastante vagas y eso bastó para ganarme una plaza en el programa, que incluía una beca bastante decente… En Veracruz yo sentía que las cosas se habían agotado: acababa de terminar el primer borrador de Falsa liebre, mi primera novela, que en buena medida habla de mi adolescencia en el puerto, y sentía necesidad de irme a otro lugar. No tenía dinero, no tenía trabajo, estaba cansada de frecuentar los mismos ambientes de siempre, la violencia escalaba imparable, y cuando un día de septiembre regresé de una caminata para hallar la casa del vecino acribillada a balazos, la necesidad se convirtió en algo más cercano a la urgencia… Así que cuando supe que me habían aceptado en la maestría, agarré mi borrador de novela, mis libros y mi gato y me fui del puerto sin mirar atrás. Y hasta ahora no me he arrepentido.
Falsa liebre aborda entre otros temas la prostitución infantil de menores en un Veracruz sitiado por el cartel los Zetas ¿Qué cambió y que ya no existe hoy?
Para ser sincera, Falsa liebre le debe más a la literatura de Luis Zapata o de Dennis Cooper que de cualquier tipo de investigación periodística o etnográfica que yo hubiera podido hacer sobre la prostitución infantil en el puerto, aunque hay muchas cosas, muchos detalles que yo fabulé inspirada en las historias que algunos amigos me contaban, cuando éramos adolescentes y pasábamos muchas horas vegetando en un parque muy parecido al que sale en la novela. Algunos de estos amigos a veces se prostituían con hombres adultos; la mayor parte de ellos negaban ser homosexuales; alegaban que lo hacían por el dinero, y uno tenía la impresión de que realmente creían que eran ellos los que se aprovechaban de los hombres con los que se acostaban. Con el paso del tiempo, un par de ellos murieron, de sida… Creo que en su momento no me interesaba tanto retratar una realidad concreta; más bien estaba en búsqueda de formas de usar lo sórdido y lo retorcido para mostrar las cosas que me interesaban, que justamente tenía más que ver con una atmósfera que yo sentía en Veracruz que con una realidad específica: esta sensación de ser muy joven y sentir que no hay futuro ni esperanza ni amor en el mundo.
¿Visitaste a curanderas en Catemaco para escribir Temporada de huracanes? ¿Cuánto de documental tiene tu literatura?
Nunca he ido con una bruja o brujo, en realidad soy una persona racionalista, bastante incrédula y desconfiada de cualquier explicación que huela a metafísica o a religión. En realidad nunca me pasó por la cabeza hacer investigación de campo con curanderas para escribir la novela. Creo que no hubiera funcionado; a esos lugares hay que ir con fe, no con escepticismo, siento que me hubiera perdido de cosas que sólo la gente con fe puede ver… Más bien tomé todo lo que sabía del tema, todas las historias que alguna vez escuché en los veintitantos años que viví en Veracruz, un lugar donde la gente manifiesta creencias muy peculiares, mezcla de catolicismo, espiritismo, religiones indígenas y africanas, santería, que siempre me parecieron fascinantes, y las usé como motivos en la novela. Creo que quien lea Temporada de huracanes pensando que hallará un tratado sobre prácticas reales de magia en México quedará muy decepcionado. Creo que en Temporada pasa un poco lo mismo que con Falsa liebre, que no me interesaba tanto espejear la realidad sino usar ciertos estratos de realidad como material para contar lo que me interesaba.
Hace años, cuando aún vivía en Veracruz, le pregunté a un viejo periodista por qué en el puerto no existía un sindicato o una unión de periodistas que luchara para mejorar las condiciones de trabajo y los sueldos. El viejo se rió en mi cara, me dijo que era imposible que algo así existiera debido a los intereses de las empresas.
Con la pandemia, los músicos y los artistas escénicos han vivido sus peores días al no poder trabajar. Para una escritora como tú ¿Qué viste en el campo literario, donde la precarización se aceleró con la virtualidad?
Es incontable la cantidad de gente que ha perdido su trabajo durante esta pandemia. No puedo hablar enteramente por el gremio de los escritores, porque desde que me alejé de las redes sociales, me entero muy poco de lo que pasa. Pero entre mis conocidos, profesionistas en su mayoría, con estudios universitarios, el desempleo es galopante y las perspectivas no pintan muy bien en el corto plazo. La gente, tengo la impresión, está desesperada.
¿Qué fue lo quedó después del huracán, es decir, es posible escribir cuando las libertades civiles se ven limitadas por una emergencia sanitaria?
En el caso de la pandemia, sólo puedo hablar por mí misma. Tuve el privilegio de tener asegurado el sustento y me dediqué a terminar una novela entre marzo y junio del año pasado, la más fuerte del confinamiento en México. Había estado demorando la conclusión de ese proyecto y de pronto me quedé sin excusas para terminarlo. Me hundí en la escritura para no enterarme de nada, es la verdad. Las noticias me aterraban y preferí refugiarme en el trabajo.
La literatura mexicana tiene una fuerte base formalista, está muy bien escrita, pero muchos de los libros más promocionados carecen de neuma ¿La literatura mexicana rechaza la experiencia?
A mí la literatura mexicana que más me gusta, la que más me marcó como lectora y como escritora es la que une, a la vez, experimentación formal y experiencia, subjetividad hecha cuerpo: Se está haciendo tarde (1973), de José Agustín, o Los albañiles (1964) de Vicente Leñero, o El vampiro de la Colonia Roma (1979) del recientemente fallecido Luis Zapata, o La vida conyugal (1991) de Sergio Pitol, o Las batallas en el desierto (1981) de José Emilio Pacheco, o Elsinore (1988) de Salvador Elizondo, u Oficio de tinieblas (1962), de Rosario Castellanos, para citar tan sólo unos cuantos ejemplos. Estas obras me marcaron y suelen ser mis guías, su lectura me impulsa a la escritura. Para ser sincera, me acerco poco a la literatura contemporánea. Hay muchísimas cosas que me gustan y que disfruto como lectora pero que no necesariamente me impulsan a escribir.
La crónica y la no ficción tuvieron su auge, pero hoy parecen agotadas, no solo por el desborde de lo real, sino porque los grandes medios de comunicación perdieron credibilidad. ¿A las salas de redacción habría que incendiarlas, o finalmente, pasar a un nuevo modelo, donde los lectores no solo sean suscriptores, sino accionistas o participantes del medio; y que como consecuencia se aumenten los sueldos y haya condiciones para la investigación?
Hace años, cuando aún vivía en Veracruz, le pregunté a un viejo periodista por qué en el puerto no existía un sindicato o una unión de periodistas que luchara para mejorar las condiciones de trabajo y los sueldos. El viejo se rió en mi cara, me dijo que era imposible que algo así existiera debido a los intereses de las empresas. No sé bien cómo funcione en otros lados, pero en México, empresa periodística que no vive de vender publicidad vive de venderse públicamente a los gobiernos o a los proyectos políticos, y nadie se espanta. Es parte de la simulación de cultura democrática que se vive en México desde que triunfó la Revolución… Pero no estoy muy segura de que el involucramiento de los lectores mejoraría las condiciones del trabajo periodístico, tal vez forzaría a los medios a rendir cuentas, que siempre es positivo. Pero nada de esto garantiza un mayor espacio para la crónica, para el reportaje narrativo, que ahora son altamente reconocidos, pero siguen sin ser bien pagados. En ese sentido, las condiciones de creación del periodismo narrativo de alto vuelo se parecen más a las de la literatura: son obras que para su concepción y realización aún requieren del deseo puro del escritor que las crea; requieren una curiosidad genuina por parte de quien las escribe para terminar siendo obras verdaderas y no meros encargos salidos de una redacción.
En el camino hacia el reconocimiento y el prestigio ¿que se pierde?
Si te descuidas, la capacidad de ser tú misma y no el personaje en que los demás quieren convertirte.
¿En tu biblioteca todavía guardas algún ejemplar de un libro pirata o disco del que por alguna razón no te has querido deshacer?
No tengo ediciones físicas piratas, nunca las he comprado; aquí en México mayoritariamente se piratean libros de superación personal, que es un género que no me atrae mucho. Tengo muchos libros en pdf en esta misma computadora, cosas especializadas sobre cine, fotografía y filosofía, de cuando estudiaba la maestría y descargaba libros y artículos para escribir la tesis; me era fácil hacerlo y en las aulas se fomentaba ese tipo de “piratería”, aunque también teníamos acceso a muchas bases de datos digitales gracias a la universidad. De ahí en fuera, tengo el Adolescents de la banda de punk Adolescents, en una copia pirata que me regaló mi analista porque una de las canciones le recordaba a Falsa liebre, y tengo también el Incesticide de Nirvana que me “quemó” una amiga muy querida allá por el año, bu, ni siquiera me acuerdo. ¿Dos mil o dos mil uno?
¿Cuál es tu evaluación hasta hoy de la política cultural del gobierno de Andrés Manuel López Obrador?
Este gobierno se ha dedicado a desmantelar minuciosamente las instituciones de cultura y ciencia de México, y aún no queda claro con qué se sustituirán.
Ahora que la censura de las redes sociales se extendió a lo real, ¿crees que el poder del GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) bloquearía la producción intelectual a escala planetaria?
Es algo en lo que no he pensado mucho, para ser honesta. Tal vez porque lo mío es escribir novelas, y es algo que haría de cualquier forma, aunque no tuviera una computadora Mac ni pudiera usar internet para investigar datos; seguiría escribiendo historias porque no puedo imaginar mi vida sin escribir, e incluso si no pudiera publicar o ganar dinero con los libros lo seguiría haciendo; buscaría otra forma de ganarme la vida y seguiría escribiendo. Tal vez en el caso de producciones rigurosamente intelectuales, como la ciencia y la tecnología, ahí sí definitivamente estas grandes corporaciones podrían bloquear los esfuerzos de ciertos grupos contrarios a sus intereses, pero no veo cómo podrían impedir que las personas sigan creando arte. A lo mejor estoy siendo demasiado optimista y no me doy cuenta. Habría que preguntarle a los creadores de disciplinas colaborativas para darnos una idea más amplia.
A diferencia de las décadas pasadas de posmodernidad unipolar, el mundo ha tomado otra vez una cara poblada de dualismos en disputa: globalismo versus soberanismo, multipolaridad versus globalización, etc. En este contexto, América Latina vive una batalla política entre los gobiernos del llamado progresismo frente al proyecto neoliberal. Los primeros pregonan agendas de igualdad, como las conquistas de género, que hace poco tuvieron un logro importante en la Argentina con la legalización del aborto. Por otra parte, en el campo del arte y la literatura, en algunos casos, se cae en una inquisición a posteriori de autores y obras de arte. Así las cosas, el neoliberalismo promueve las libertades individuales que aterrizan en términos como rendimiento y micro emprendimiento, vendiéndonos el horizonte de un “artista” micro empresario de sí mismo. En este contexto: ¿Qué esperar de la producción literaria y estética contemporánea? ¿Cómo escapar a ese esquema de mandatos sin morir en el intento?
Creo que una de las tareas esenciales de un creador es justamente revelar lo ilusoria de toda polarización ideológica o política. El escritor tiene que ser capaz de ver más allá de estos constructos maniqueos y desnudar cómo se ensambla la sociedad y cómo se ejerce el poder, real o simbólicamente, a través de una poética, un estilo. Eso es lo único que puede hacer un escritor, seguir ofreciendo una mirada, un punto de vista. Lo demás está totalmente fuera de su control, y depende más de las leyes del mercado, de la industria editorial, de las modas intelectuales, de las relaciones públicas. Uno no puede controlar el mundo, pero sí puede controlar lo que escribe.
Si pudieras definir a Paradais, tu nueva novela, en tan solo una frase ¿cuál sería?
Me voy a robar una frase que mi querido Antonio Ortuño me dijo justo anoche: “Páradais es puro trash metal, duro y a la jeta”.
Si te propusieras escribir un alegato para abandonar las redes y por la desconexión de lo virtual ¿cómo empezarías?
Creo que no trataría de convencer a nadie de dejar las redes sociales, cada quien es libre de destruirse como se le pegue la gana. Para mí Facebook y Twitter siempre fueron una fuente inagotable de masoquismo y creo que dejarlos fue aún mejor decisión que dejar de fumar. Me siento más real ahora, más viva, menos asustada. Creo que todos los que nos dedicamos a una actividad creativa deberíamos cultivar un espacio inaccesible en nuestro interior, algo que yo imagino como un pequeño jardín amurallado, y las redes, desgraciadamente, pueden muy fácil volverse plagas que devoran y deslucen ese jardín.