Antena Matriota

El monje y el soldado

Dibu­jo por Sonia Casares / inter­ven­ción dig­i­tal Fran­cis­co Galár­ra­ga.

—Entre­vista a Edgar­do Cozarinsky—

“Lunes 21—anota Ricar­do Piglia en una entra­da de 1966, en el primer tomo de Los Diar­ios de Emilio Ren­zi (2015) — Ayer con Beat­riz Gui­do, siem­pre estram­bóti­ca y diver­ti­da. Ver­tig­i­nosa en su casa bar­ro­ca, mue­bles antigu­os y con­ver­sa­ciones cir­cu­lares. Esta­ba Edgar­do Cozarin­sky, que me pasó el orig­i­nal de una nov­ela de Manuel Puig”.

De entre las varias vidas de Edgar­do Cozarin­sky (Buenos Aires, 1939), encon­tramos al pre­cur­sor del ensayo doc­u­men­tal en Jean Cocteau:, el descono­ci­do de sí mis­mo (1985), o La guer­ra de un solo hom­bre (1981), sus largome­tra­jes de fic­ción exper­i­men­tal como Pun­tos sus­pen­sivos (1971), el “south­ern” Guer­reros y cau­ti­vas (1989). Cozarin­sky volvió a la lit­er­atu­ra con La novia de Odessa (2001), escrito durante su recu­peración en un hos­pi­tal cuan­do le diag­nos­ti­caron una enfer­medad ter­mi­nal; el dique se rompió trayen­do una obra pro­lí­fi­ca, donde se desplazan los sig­nifi­ca­dos para lle­gar a otra vida. 

“Todos estos hijos y nietos de exi­la­dos, todos estos nos­tál­gi­cos del impe­rio, — habla el amante de Pela­gia Zenai­da en un rela­to de En el últi­mo tra­go nos vamos (2017), ganador del Pre­mio His­panoamer­i­cano de Cuen­to Gabriel Gar­cía Márquez (2018) —  que llo­ran la pér­di­da de las grandes propiedades rurales de sus antepasa­dos, y algunos se pre­sen­tan con un títu­lo de nobleza, son en real­i­dad nietos de almacen­eros de Zelenograd, de escri­bi­entes de ofic­i­nas públi­cas de Vyborgsky, de fer­roviar­ios del Tran­si­beri­ano. El padre de Isabel nun­ca se engañó sobre su pro­pio tal­en­to, bas­tante modesto, pero tenía mucha astu­cia e ideó un plan para sat­is­fac­er esas ilu­siones de grandeza. Copi­a­ba los retratos de nobles pin­ta­dos por los artis­tas corte­sanos menos cono­ci­dos del siglo XIX, uni­formes mil­itares y con­dec­o­ra­ciones para los hom­bres, toda una marea de enca­jes y pun­til­las para las mujeres, y en el lugar del ros­tro orig­i­nal copi­a­ba una fotografía del cliente. El resul­ta­do nun­ca decep­cionó. «Qué pare­ci­do a tu bis­abue­lo…». «La san­gre de tus antepasa­dos está vis­i­ble en tus fac­ciones…». Porque, además, la tran­scrip­ción de los apel­li­dos del alfa­beto ciríli­co al lati­no per­mitía pirue­tas: algún Boron­sky se trans­forma­ba en Vron­sky, un Golin­sky se ani­mó nada menos que a Galitzin…”

Las apa­chetas, esas piedras que van dejan­do los kwichuas al bor­de del camino, sea en Puel­laro, o en Jujuy, las jun­ta­mos por correo elec­tróni­co con Edgar­do Cozarin­sky, a quien el edi­tor Chris­t­ian Bur­go­is definió como un mon­je cuan­do escribe y un sol­da­do cuan­do filma. 

Matri­o­ta: “El pol­vo, dijo, le importa­ba mucho más que la luz, el aire o el agua”, escribió W. G. Sebald en Los emi­gra­dos (1992). “Nada le resulta­ba más inso­portable que una casa en la que limpian el pol­vo, y en ningu­na parte se encon­tra­ba mejor que allí donde las cosas pueden reposar a su aire y en paz bajo la esco­ria gris y sedosa que se for­ma cuan­do la mate­ria, sop­lo a sop­lo, se dis­uelve en la nada”. ¿Qué le dice este pasaje a tu con­cep­ción de la ima­gen, a tu con­cep­to de ficción?

Edgar­do Cozarin­sky: En un del­ga­do vol­u­men de ver­si­fi­ca­ciones, no soy poeta, escribí: “Recuér­dame, mur­mu­ra el pol­vo / y lo dis­per­sa el vien­to”. A veces se me ocurre que mi afec­to por los “segun­dos roles”, por los rel­e­ga­dos a una nota a pie de pági­na, sobre todo por los perde­dores, tiene mucho de rec­ha­zo por las luces encegue­ce­do­ras de la His­to­ria con mayús­cu­la, “ese ído­lo hegeliano, amnési­co y opor­tunista” (me cito de memo­ria, tal vez infiel). Tan­to en mi fic­ción como en mis ensayos avan­zo como un detec­tive, el pri­vate eye de Chan­dler, que bus­ca la tra­ma ocul­ta en medio de indi­cios poco fiables.

“¡Te quiero, pen­de­jo!”, le gri­ta Andrés a Víc­tor mien­tras se lo lle­va la policía. 

Las piedras que están en la tier­ra guardan una energía primera, así como los obje­tos hechos por la mano del hom­bre guardan algo de la per­sona que los hizo. 

Dark (2016) es una nov­ela de ini­ciación, un género que empieza a escasear, sobre la amis­tad vir­il entre un ado­les­cente y un miem­bro de “la pesa­da” ¿Crees que en Dark hay huel­las del uranis­mo de El inmoral­ista (1902), o de Cory­don (1925) de André Gide?

Espero que Dark no sea leí­da en aso­ciación con Gide. Me sien­to muy lejos del autor y de su prédi­ca vetus­ta. En Dark pri­ma el ero­tismo sobre la sex­u­al­i­dad. El ado­les­cente se aso­ma sin enten­der­lo del todo al ero­tismo implíc­i­to en toda relación apa­sion­a­da, fuerte porque excluye el con­tac­to sex­u­al; el adul­to, que arras­tra un pasa­do sór­di­do, reprime su propia sex­u­al­i­dad por la vio­len­cia e ini­cia al chico en las mujeres para poder amar­lo. Es esta tra­ma donde el deseo se esconde y se rev­ela bajo dis­tin­tos ros­tros lo que guar­do de la nov­ela. Sobre Gide y su “uranis­mo”, noción finisec­u­lar del XIX: recordemos que a nadie, ni a Cat­u­lo ni a Napoleón, le escan­dal­iz­a­ban las rela­ciones entre per­sonas del mis­mo sexo has­ta que se inven­tó la pal­abra “homo­sex­u­al­i­dad”.

En ausen­cia de guer­ra (2014) es tu ajuste de cuen­tas con los años 70 en Argenti­na, una ree­scrit­u­ra sin glo­ria de un pasa­do sobre el que abun­dan los diag­nós­ti­cos. Pero la tentación de matar al geno­ci­da de Hen­ri Kissinger, se redobla en Cielo sucio (2022). La lit­er­atu­ra sigue sien­do el lugar donde soñar con la reparación ¿Por qué en la lit­er­atu­ra podemos soñar con los crímenes jus­ticieros, pero en la vida real, una mín­i­ma idea de reparación es cada vez más vaga? 

Es cier­ta tu obser­vación. Kissinger cumple cien años y recibe hom­e­na­jes. Y es sólo la cabeza más vis­i­ble de cier­ta realpoli­tik mundi­al. Si yo tuviera la ocasión de matar a algún políti­co, antes de pasar al acto pediría ¿a qué ilu­so­rio poder? que me garan­tice la impunidad. Aún ten­go algunos libros por escribir…

Lucía, la pro­tag­o­nista de Turno noche (2021), via­ja de Misiones a Buenos Aires por­tan­do den­tro de sí un veneno que la hace “invul­ner­a­ble a los hom­bres”. “Y te dará poder sobre ellos”, le susurra una curan­dera en un sueño. Tam­bién es una nov­ela de aven­turas, no te deja parpadear, la vuelves a empezar ape­nas terminada. 

Mira, yo escri­bo sin un plan, empiezo a par­tir de una ima­gen y me dejo lle­var por las pal­abras, que me sug­ieren rela­ciones entre sí. El hom­bre que muere de un infar­to en la vere­da sin acer­tar con las llaves de su casa, la muchacha que mira morir al padre en una zan­ja, el encuen­tro con una descono­ci­da que va rev­e­lando por atis­bos una iden­ti­dad… Luego sur­gen las cor­re­spon­den­cias: la descono­ci­da es el tardío avatar de aque­l­la muchacha, el hom­bre que muere en la calle se cruzó con ella recién lle­ga­da a la ciu­dad y fue su primera víc­ti­ma, el ami­go mujeriego heredará las pocas líneas de la nov­ela no escri­ta y la hará suya. Es un entra­ma­do que se me va pro­ponien­do, acep­to algo, descar­to mucho. En algún momen­to de la escrit­u­ra supe que tenía que ter­mi­nar con una aper­tu­ra hacia una nat­u­raleza más antigua, más ter­ri­ble que la del ini­cio. Algo así como un acorde final.

Las apa­chetas, esos mon­tícu­los de piedras al bor­de de los caminos que dejan los quechuas del norte andi­no de la Argenti­na, son las ofren­das con las que empieza Cielo sucio (2022), tu últi­ma nov­ela; las piedras sobre las tum­bas judías de Car­ta a un padre, tu doc­u­men­tal ¿esas piedras, ten­di­das entre destier­ros, qué des­ti­nos entrete­jen en ti?

Sí lo supiera… Sien­to que tienen un sen­ti­do y que es mejor respetar­lo sin inen­tar definir­lo con pal­abras. Las piedras que están en la tier­ra guardan una energía primera, así como los obje­tos hechos por la mano del hom­bre guardan algo de la per­sona que los hizo. 

Has pro­duci­do en la lit­er­atu­ra, el cine y el teatro ¿Cómo se da tu pro­ce­so cre­ati­vo entre var­ios lengua­jes artísticos?

Fueron dis­tin­tos momen­tos de mi vida. Des­de que me detec­taron un cáncer me puse a escribir sin pausa.

A propósi­to de la muerte de Jean Luc Godard el año pasa­do ¿Qué crees que tiene aún para decirnos, aquí y aho­ra, el cine francés de los años sesen­ta y seten­ta del siglo XX?

Eso te lo podrán decir los jóvenes. Yo respeto su vol­un­tad de inten­tar, has­ta el final, seguir bus­can­do. Me irri­tan sus desplantes.

Has dicho que para ti el cine no tiene que ver con las artes visuales, sino con el tiem­po. ¿Explí­canos esta concepción? 

Es como la músi­ca, se desar­rol­la en el tiem­po, no en el espa­cio. Por eso la tentación, en el cine no nar­ra­ti­vo, de hac­er durar una ima­gen fuerte para obligar a la con­tem­plación, como ante un Goya o un Giorgione.

Tus pelícu­las sue­len uti­lizar mate­r­i­al de archi­vo: noticieros, fotografías… ¿Hay una búsque­da del Aura, en tér­mi­nos de Wal­ter Benjamin?

Hoy no me ani­mo a invo­car al san­to tan manosea­do. En 1981, cuan­do hice La guer­ra de un solo hom­bre, pen­sé en su idea de un libro hecho de citas.

Tra­ba­jas un tipo de cine basa­do en el sonido, su ver­dadera base no es la anéc­do­ta, ni la fotografía; la mez­cla sono­ra es la base de la nar­ración ¿De dónde viene esa téc­ni­ca? ¿Háblanos sobre tu pro­ce­so de montaje? 

El sonido mod­i­fi­ca la ima­gen, y no hablo sólo de la voz en off. En el mon­ta­je, sólo puedo decidir lo que va a durar la ima­gen has­ta que le pon­ga un ambi­ente sonoro.

En La guer­ra de un solo hom­bre enca­bal­gas los diar­ios de Ernst Jünger con los noticieros de pro­pa­gan­da del nazis­mo durante la ocu­pación ¿Se podría ver tu doc­u­men­tal cómo una pro­fecía de la guerra? 

Mira… No soy Tire­sias ni Casan­dra… Pero en los diar­ios de Jünger hay una frase escri­ta a fines de la segun­da guer­ra mundi­al que hoy resue­na con un eco par­tic­u­lar: “En el futuro todas las guer­ras serán civiles”.

“La podredum­bre siem­pre ter­mi­na por pro­ducir energía”, dice Lucía.

Tan­to en mi fic­ción como en mis ensayos avan­zo como un detec­tive, el pri­vate eye de Chan­dler, que bus­ca la tra­ma ocul­ta en medio de indi­cios poco fiables.