Enamorada de tus síntomas asedias al dispositivo. En la madrugada escarbas en tu culpa o en el hastío a la cansada, como quien sacude una alcancía para ver que cae. En la cabeza haces malabares con las palabras. La ansiedad resbala entre los minutos como una bola que se hace cada vez más y más grande, después se empequeñece hasta casi la desaparición. En el centro del yo-yo, patinas en burbujas para encontrar un intersticio.
Nos separamos al día siguiente de la llegada. Te quedaste en la casa marcada por las coordenadas de viaje; el lugar donde el pulsar emite la señal del objetivo de destino esta abandonado. ¿Cómo saber qué pasa? Hace tres días que perdimos comunicación. Lo primero fueron las fechas en reversa en todos los dispositivos: el pasado desplegándose en el futuro. El amanecer es un crepúsculo. Desavanzan los días. Bajo la ventana se oye un ligero efecto hacia atrás, suena a lo lejos por las calles un retardo distorsionado al final de las vocales en la bocina del camión del gas.
Caminaste las aceras vacías con el tiempo hacia atrás, al principio, salías solo por comida. Esperas mi señal como acordamos, pero no llega. Revisaste los gráficos de planimetría espacial del salón subterráneo de la casa. Las lecturas son regresivas.
En la pantalla del panel del salón subterráneo gira una simulación gráfica de los satélites galileanos de Jupiter, rota en dirección contraria a las manecillas del reloj; la animación está activada desde antes de nuestra llegada. Es claro que no hubo tiempo durante la huída. Sobre el mesón de reuniones esta el tablero de Ouija. “¿Cuál es el género del tiempo?: ¿La biología expandida o la historia de la emancipación de los pueblos?”, leíste en una pantalla de cuarzo verde al bajar tu mirada sobre el centro del tablero.
Durante los tres primeros días buscaste sin éxito la clave de gravitación armónica para activar el tablero de Ouija, lo anotaste en tu bitácora de misión. No te acostumbras a escribir de izquierda a derecha:
“Este efecto de salivación canina de Pavlov es generado por la regresión temporal. Un síndrome de exitismo al revés, un aire insuflado por la regresión líquida”, pensaste tragicómica mientras juntabas pistas por cada recodo de la casa.
Los días siguientes, durante las salidas de reconocimiento, te camuflaste con tu traje cobrizo entre la gente que deambula por el casco colonial.
— Somos la vanguardia jipihappy, proclamaban los artistas y escritores de crónica periodística en sus perfiles fantasma que interceptaste con el dispositivo random. Hacían porras a los cadáveres que paulatinamente resurgían de sus sepulcros en los mausoleos encopetados para retomar las gobernaciones, las alcaldías, los corregimientos y las veedurías coloniales.
Mientras los helicópteros sobrevuelan el pueblo, las momias brindan en los palacios por su reencuentro castrense en reversa.
“No todos los muertos son cadáveres”, piensas de regreso mientras cruzas el barrio chino.
— Hay información disconexa sobre el Bureau dimensional; información filtrada bajo el formato de editorial en un portal de comunicación local de la época. El Tablero estuvo activado hasta su detección por la fuerza colonial, después se perdió toda conexión —, nos advirtió Papá Soroche en el campamento antes de salir.
“Es una subjetividad deseante de coprolito colonial la que se solaza en los salones de los mandos medios en los ministerios. Esquizos bien peinados llegan en las mañanas de la mano del rigor mortis de sus madres a firmar acciones de personal en subsecretarias y vicerrectorados”, anotaste en tu bitácora mientras almorzabas en la cocina.
Exhausta por reprogramar al generador de frecuencias durante toda la tarde para restablecer comunicación, te sentaste a tomar un café para ver amanecer la noche. El problema estaba en mi dispositivo.
La noche del cuarto día recorriste en un sueño lucido la casa entera; ya habías sospechado que la clave de activación podría estar codificada en otra frecuencia de onda.
— ¡Se trata del mapa de las formas simbólicas en ondas Delta! Entonces, ¿cuál es el valor del signo?: ¿sustancia o función? —, pensabas en voz alta durante la búsqueda.
— El triángulo de Heródoto. Fue tu primer mensaje cuando restablecimos la comunicación a la mañana siguiente. No entendí nada.
Bajaste al salón subterráneo, advertiste que el tiempo había recobrado su dirección de flujo. Todo se veía diferente, había cabezas de tzanzas de colores lilas y en tonos de grises y café, sus ojos emitían ases de luz hacia el tablero, mapas, diagramas y libros antiguos colgaban en las paredes húmedas por todas partes. En la entrada al salón, en un viejo espejo de cristal de roca, encontraste un fósil de algún insecto primitivo, como una piedra o mas bien como una papa. El caminar por la casa era muy diferente. Estaba poblada de plantas azuladas y verdes; fosforescente, como si fuese marina, la vegetación abrazaba las ventanas, las puertas, los muebles y las paredes con perfecta armonía. En la pantalla que encontramos encendida, ya no se repetía la proyección de las lunas de Jupiter, en su lugar flotaba una forma triangular que por momentos parecía de tierra o arcilla, después cobraba un aspecto mineral de obsidiana. Fue ahí que se desplegó la data, o más bien que comenzó la conversación:
“… ¿Oyes el diapasón del corazón?
Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que son.
Mis hermanos de todas las centurias
reconocen en mí su pausa igual,
sus mismas quejas y sus propias furias.
Soy la fronda parlante en que se mece
el pecho germinal del bardo druida
con la selva por diosa y por querida…” *,
sonaba un murmullo circular de fondo muy bien definido.
Sumergiste en una vasija antigua llena de agua al insecto fosilizado que guardabas en el bolsillo de tu abrigo verde. Poco a poco se hinchó como una semilla y brotó la primera raíz parlante. Desde un enorme afro púbico exponencial, proliferaban miles de raíces, sus movimientos eran circulares, hasta que estuvieron erguidas frente a ti.
—¿Tu nombre es Flagelo de Miel? — , fue lo primero que te dijeron en ondas Delta. Asentiste.
— Logografía jónica versus sofistas ¡Activa el triángulo de Heródoto! — . Te dijeron a renglón seguido. No podías definir el lugar de sus bocas.
— ¡No entiendo nada! — , les dijiste en ondas Delta. Te sentiste mirada por dentro, no estaba claro si abriste o no la boca para hablar.
— Reducto último de la resistencia de los vivos; la velocidad de los sueños entraña la verdadera direccionalidad del tiempo — . Pensaste antes de que vuelvan a decirte algo.
— Las metáforas míticas grafican sobre los papiros el acumulado. Heródoto eligió la prosa para narrar la gesta humana; para escribir la primera historia, invocó a los oráculos, a los poetas como Homero, Anacreonte, Esopo y Píndaro; escuchó la voz de los presocráticos y las costumbres de los bárbaros y los griegos por igual. Después, con Tucídides, el sofisma inauguró la razón causal que ahora tecnogobierna la vigilia en reversa — . Te dijeron en un micro segundo con sus voces, que eran un mosaico de vocecitas emanadas desde cada raíz, sonaban en unísono adentro y afuera. El sonido tenía temperatura, lo podías captar por cada poro de tu piel, te atravesó como la atmósfera impregnándose instantáneamente en tu comprensión. Estaba en ti, circulaba en tu sangre una experiencia vivida en muchos ciclos.
— La térmica es el conductor, la información está codificada de alguna manera en formas sonoras — , reflexionaste por un instante apenas pudiste retomar el pensamiento.
Tus dedos haciendo un contraluz metálico alcanzaron los tres ángulos del triángulo.
— Mitología e historia convergen en el ángulo de arriba, en la comunidad humana. En el centro, la lupa marca la dirección del tiempo. La raíz se condensó en el triángulo a través de la sonica térmica. Vi activarse el tablero de Ouija por primera vez apenas el triángulo se posó horizontal sobre él — . Me dijiste mirándome a los ojos en la mañana.
Tenemos los dispositivos interceptados, los programamos en modo random para despistar a la fuerza colonial mientras recodificamos la misión en fase Delta hacía todos los tiempos presentes.
*Ramón López Velarde, El son del corazón.