— Entrevista a Nicolás Mavrakis —
Recorrida por ejércitos, irritada, lustrosa o húmeda, la piel es un campo mental también. El alma no necesita del cuerpo, pero este no puede prescindir de lo invisible que le da vida. ¿Qué pasa con la piel en el encierro, o expuesta a la intemperie y sus intemperancias? ¿Qué hay tras ese pulso entre vellos y poros? Matriota platicó con el escritor argentino Nicolás Mavrakis acerca de sus dos últimos libros: En guerra con la piel (Azul Francia Editorial, Buenos Aires, 2020) y Byung-Chul Han y lo político (Prometeo libros, Buenos Aires, 2021).
La banalidad del bien
Matriota: “El lenguaje, sin dudas, es el elemento determinante para descubrir el motivo de la lucha”, dice uno de los narradores de En guerra con la piel. En tus cuentos hay una teoría de la ciudad, tal como la definió David Viñas, como una manera de hacer política. Para ti, ¿qué puede la literatura hoy?
Nicolás Mavrakis: Ahí hay algunos cuentos, en particular El cuerpo, que trata sobre un hijo de desaparecidos, que me pareció oportuno para empezar a discutir lo que tras casi 40 años de historia y distancia empieza a abrirse a otras perspectivas. Por ejemplo, la sátira. Entonces, ¿qué pasa cuando alguien que es hijo de las víctimas de la dictadura militar se siente obligado a representar la “reivindicación” de esa época y de su hipotético heroísmo? ¿Y qué pasa si esos hijos ya no son capaces de compartir políticamente nada con esos padres? Por lo tanto, El cuerpo cuenta lo que le pasa a un hijo de desaparecidos que gana el premio Nóbel de la Paz por ser el último de los nietos recuperados, y sin embargo no sabe qué hacer con ese legado heroico… y hace cualquier desastre. Ahora bien, al pensar lo político, ¿qué puede hacer la literatura? En este caso en particular, creo que la realidad misma ya superó a la ficción. Aquí existe un organismo estatal, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), dirigido por una funcionaria que es también hija de desaparecidos, que hace unos meses tuvo un pequeño escándalo por utilizar los recursos del Estado para pagarle una indemnización por despido a su empleada doméstica. Dejando de lado este singular avance de la realidad sobre la ficción, diría que cuando la literatura y la política se cruzan con algún criterio puede abrirse una pregunta alrededor de aquello que no siempre se suele interrogar en voz alta.
Alguna vez señalaste que la sátira ya no era posible, pero el protagonista de “El cuerpo” sabe que no es hijo de un militante sino de un colaborador militar. ¿Cómo ves al arte utilizado con fines políticos desde la derecha, o desde ciertas posiciones liberales, que tienen como blanco a las izquierdas? ¿La sátira es incompatible con la democracia liberal?
Podríamos decir que la democracia y la sátira, como dice Martin Amis, están en conflicto desde el momento en que la sátira nos invita a reírnos del otro y no con el otro. Y, por supuesto, existe cierto discurso sobre la democracia que dice que sólo hay que reírse con el otro y nunca del otro, porque entonces la risa sería hiriente y discriminatoria. La cuestión es si esto, a pesar de sus buenas intenciones, no termina anulando la posibilidad de la crítica. Tal vez la crítica, aún en forma de risa satírica, invite todavía a interrogar ciertos eventos e incluso demandar políticamente más y mejores respuestas en lugar de conformarnos con el silencio del “aquí no pasó nada”. Por lo tanto, no creo que uno debilite lo político porque se ría de lo político. Incluso Primo Levi escribió una novela satírica sobre Auschwitz, La tregua (1969).
Parecería haber una paleta de temas a los que se impone una censura comercial basada en temas morales. ¿Qué temas te tientan de esa paleta?
Supongo que el más interesante siempre es el sexo, todo lo que tiene que ver con nuestra supuesta moral alrededor del sexo. No estoy en contra de una moral alrededor del sexo, pero sí me parece que cuando esta ingresa dentro de la órbita de control de la “corrección política”, surge de inmediato una absurda hiperregulación de lo humano mismo. Es entonces cuando las relaciones afectivas, amorosas y sexuales se convierten en su propia sátira. La idea de una “responsabilidad sexo-afectiva”, donde todos los elementos intercambiables entre dos personas deben ser previstos y claros, como si se tratara de un contrato, ¿no es satírico en sí mismo? La demanda absoluta de certezas, regulaciones y normas resulta siempre en lo más inhumano posible. Por eso la literatura satírica tiene mucho que decir aunque lamentablemente, por lo menos en Buenos Aires, es uno de los géneros menos habituales. En cambio se habla del realismo, o incluso se insiste en la “crónica narrativa”, que ya está bastante desarmada por los efectos expansivos de su propio núcleo, que es la mala “literatura del yo”.
¿Cómo le explicarías a un extranjero lo que es la literatura argentina hoy?
Como en todos lados, supongo que en la literatura argentina hay cosas buenas y cosas malas, y también hay una literatura más “política” y otra más “pasatista”. También hay, como buena parte del resto del mundo, una literatura muy acentuada en las escritoras y en la cuestión femenina, lo cual, como ocurre con toda moda comercial, sirve para que se produzcan cosas buenas y cosas malas (aunque es cierto, probablemente en este caso predomine lo malo, pero eso siempre pasa en la curva final de las grandes modas). Luego, hay un enorme abanico editorial más allá de los dos o tres grandes sellos multinacionales. Soy parte de la revista Paco e incluso nosotros editamos libros de papel. En términos generales, y a pesar de las muchas peripecias, no veo al abanico editorial menos saludable que en otros momentos. Hay una literatura y hay sellos editoriales independientes que asumen una estética liberal, y hay una literatura y hay sellos que asumen una estética progresista, y ambas conviven, aún si no discuten tanto como deberían. Para ponerlo en pocas palabras, no veo que nadie pueda decir en serio que le falten el espacio o la oportunidad para escribir y publicar lo que quiera, siempre y cuando sea sensato respecto a lo que implica esta libertad de elegir.
Con la pandemia, el campo cultural latinoamericano parece dinamitado. Tanto evento virtual licuó la noción de trabajo, la sobreexplotación mostró que no hay intercambio de ideas, solo la explotación laboral. El campo de la edición parece haber quedado disminuido. ¿Habrá un rebrote en el buen sentido?
Las grandes editoriales están replegadas en lo seguro, es decir, en lo que creen que se vende, aunque con casi total seguridad se trata de una oferta que tiende a expulsar cada vez más a cualquier lector exigente. De hecho, muchas de estas novedades indigentes surgen directamente de las redes sociales en forma de transcripciones encuadernadas de lo mismo que se puede leer en Twitter o Facebook. En tal caso, puedo contarles sobre Ediciones Paco. Nosotros vamos a sacar este año tres libros en papel que cuyo canal de venta es digital, lo cual quiere decir que, por ahora, estamos por fuera del servicio de distribución en grandes librerías. Sin embargo, nuestros libros circulan y se leen. Si eso es por un golpe de suerte, si es por su calidad (lo cual es más probable) o si es porque la cuarentena hizo que la compra por plataformas fuera más habitual que antes, es una discusión aparte. Tal vez ya no juega tanto dónde está un libro sino cómo encontrarlo.
¿Existe algún mapa de medios alternativos en Latinoamérica, con alguna dedicación a la cultura y a la política, o es la presión por el “clickbait” la predominante?
Estoy más de acuerdo con la segunda parte de la pregunta. Creo que ya ni siquiera hay medios sino autores que pueden aparecer en un medio u otro. En algunos son más libres de escribir lo que quieren, en otros no tanto. En algunos tienen algo que decir, en otros no dicen nada. Más que un mapa de medios, me parece que hay momentos en los cuales ciertos autores encuentran un lugar y un momento donde puede pensar y publicar lo que quieran sin mayor interferencia. Yo no sigo medios, sigo autores. “Autores periodísticos”, quiero decir, que de repente escriben en un lugar o en otro.
Seúl, Moscú, Latinoamérica
Alexander Dugin lee el binomio de la izquierda y la derecha como parte de la misma modernidad capitalista liberal. En La cuarta teoría política (2013) formula un sujeto político vinculado al concepto del ser en sí de los pueblos, la conjunción de lo mítico y lo político; dentro de ese concepto multipolar, de esa raíz mítica de la comunidad humana. ¿Cuál crees que sería el sujeto político de América Latina?
Si lo supiera sería un líder de masas, y sería un líder terrible. Llegué al pensamiento de Alexander Dugin (1962) a través de sus discusiones con el filósofo coreano Byung-Chul Han (1959). Han es un pensador de origen heideggeriano, Dugin también. Lo interesante es que Dugin discute con Han sobre esa esfera común que él llama globalismo. Ahí la pregunta es cómo uno y otro ven la posibilidad de ese sujeto político esencial, si es mítico, si es una cuestión de la tierra misma, del territorio con su historia. Para Dugin esto tiene sentido en su lectura del peronismo como indicador de una gran identidad latinoamericana, y ahí surge el paralelismo entre lo que Vladimir Putin intenta hacer desde Rusia a partir de lo que Dugin llama “euroasianismo”, que es un nombre distinto para referirse a lo que antes fue la extensión territorial de la Unión Soviética. Han, con la misma esencia heideggeriana, dice que no, que esa pregunta por la esencia de la política está más olvidada que nunca. En tal caso, me identifico más con las intuiciones de Han que con las intuiciones de Dugin. Porque la identidad latinoamericana, ¿dónde empezaría? ¿Dónde terminaría? ¿Incluye Ecuador o no? ¿Llega hasta México? ¿Incluye a los latinoamericanos que se van a Europa soñando con ser europeos? En este sentido, soy un poco más escéptico, más pesimista, como diría Han. Pero lo que para Dugin sí tiene sentido es pensar en la soberanía política que puedan construir los países de Latinoamérica. Después de la pandemia, en un mundo multipolar, es una pregunta interesante en términos políticos, pero no sé si en términos de un “sujeto político esencial”.
¿Cómo ves tú en Argentina a la comunidad? Por lo menos en esta zona de los Andes, la comunidad aún funciona fuertemente. Esta la dinámica comunitaria indígena más allá del embate de las redes. Pero existe ese embate, quizá perdiendo la pulseada con la dinámica individualizadora y atomizante de las urbes. ¿Cómo ves tú esto en el Cono Sur?
Te puedo decir un poco de lo que veo en Buenos Aires. Con la pandemia y la cuarentena, y después del espectacular empobrecimiento que provocó el gobierno liberal absolutamente fallido de Mauricio Macri, la brecha entre las clases sociales es mucho más profunda, lo cual vuelve más compleja la idea misma de “comunidad”. Si me disculpan, me voy a poner más pesimista todavía. En La sociedad paliativa (2020), uno de sus últimos libros, Han habla de una “posdemocracia”, es decir, de un mundo tan desigual que la democracia ya no parece servir para mucho. Y esto vuelve a la pregunta por el sentido de una comunidad. Podríamos preguntarnos, ¿comunidad en torno a qué? ¿Al más puro individualismo? No sé en Ecuador, pero en Argentina tenemos grupos en favor de las vacunas enfrentados a grupos antivacunas. O sea que ni siquiera hay un consenso absoluto respecto a vacunarse ante un virus mortal. Esta disputa me parece significativa, ya que habla acerca de una absoluta confusión frente a lo que, en teoría, se presenta como un acto de soberana libertad individual. No vacunarse no es un acto de libertad individual sino simple estupidez criminal. Es en este punto donde dejaría todavía pendiente alguna respuesta tranquilizadora acerca de la “comunidad”.
¿Ese ser en sí en los Andes podría ser el núcleo del Tahuantinsuyo? Digamos, el pensamiento katarista, el indigenismo, incluso algunas tendencias que a veces parecen de ciencia ficción en el Perú, vinculadas a un nacionalismo, a la cuestión prehispánica, mezclado con elementos de izquierda, o a veces incluso con elementos de extrema derecha. ¿Cómo ves esto?
Para retomar a Han, vivimos una época de máxima desigualdad. No lo dicen los filósofos ni lo digo yo, lo dice el economista Thomas Piketty; está demostrado que en los últimos 100 años nunca hubo tanta desigualdad, nunca hubo tanta diferencia entre los ricos y los pobres, como ahora. A la vez, con la pandemia, los que eran ricos se hicieron más ricos, y los que eran pobres se hicieron más pobres. Y no solamente se profundizó la desigualdad, el encierro y nuestra dependencia de las plataformas digitales, de las pantallas, también exacerbó más que nunca nuestro narcisismo. En consecuencia, nunca fuimos tan cautivos de la desigualdad y de la soledad como ahora. Entonces, ¿qué tipo de comunidad sería capaz de incluirnos a todos? Para volver a la figura de quienes se oponen a las vacunas: en una época de máxima opresión técnica y máxima desigualdad económica, sin duda hay distintos movimientos ideológicos a la búsqueda de algo que se parezca o al menos se perciba como libertad. Y más allá de que a veces sean movimientos de extrema derecha o extrema izquierda, lo que se repite es ese anhelo, el deseo genuino de liberarse. Pero, ¿liberarse de qué? ¿Tenemos claro qué es lo que nos oprime?
El consumo de identidades de este mundo globalista que plantea Dugin, esa exacerbación del individuo, la fantasía de la Federación de Star Trek, de ese otro que está domesticado, cortado de la raíz de la verdadera identidad étnica o cultural, de esa especie de pluralidad supuesta de la modernidad, la democracia de individuos ante el Estado. Esas falsas identidades como un instrumento de dominación del Imperio Atlántico sionista. ¿Realmente son identidades vacías, el consumo de esa pluralidad de causas que caracteriza también la posmodernidad?
Dugin no miente, toda discusión de una política identitaria impide discutir la distribución de riqueza. En eso no hay ninguna duda. En Argentina podés elegir tu género, es decir, cómo te “autopercibís”, al mismo tiempo que tu salario se vuelve cada mes menos valioso, los precios suben, la inserción en el mercado formal resulta más dificultosa y las ilusiones de algún tipo de ascenso social se difuminan. Dugin describe muy bien estas ilusiones disolventes de libertad consecuentes con el globalismo y su mercado de identidades. Ahora bien, no sé si Vladimir Putin podría resolver esto de una manera en la cual fuéramos “más libres”. La máquina soviética (2021), la novela de Sebastián Robles, es un dardo en la oscuridad justo al centro de este asunto. Ahí Robles nos invita a preguntarnos qué representa Stalin hoy. ¿Es la figura del padre que no está más, un padre que te diría qué hacer? Pero si vivimos en un individualismo generalizado, ¿cómo alguien me va a decir quién soy, lo que tengo que hacer, si yo me “autopercibo” y me “autodefino” según mis propios intereses? En todo caso, Dugin también habla con mucho criterio acerca de la soberanía nacional: la necesidad de pensar cómo el propio Estado debe definir sus prioridades, su agenda, su territorio, su economía, para no quedar en manos de la trampa globalista.