— Entrevista a Nancy Giampaolo —
El control, la vigilancia, la dominación y la colonización están amalgamados a la cultura de masas; los grandes medios y las instituciones educativas se encargan de propagar la sujeción ideológica: si bien en la antigüedad estaba claro que ese rol lo cumplía la religión, hoy, el subordinado se piensa como el dominador, en sus labios nunca faltan los discursos emancipatorios que operan para los intereses financieros neoliberales, un pulpo global de miles de organizaciones sin fines de lucro, financiadas por el lucro; una gobernanza global liberal con franquicia local, que mientras mas enfatiza en valores como la libertad, la democracia, el humanismo, los derechos, la igualdad, menos los práctica; un cuarto de espejos de dobles y triples significantes en el que navega la segmentación de causas y sus prioridades en la producción de contenidos y narrativas político culturales.
De esto y más conversamos con Nancy Giampaolo, periodista, guionista y docente, autora de tres libros fundamentales para entender las derivas de los feminismos de la Argentina. Los volúmenes de artículos y entrevistas de Género y política en tiempos de globalismo (Nomos, Buenos Aires, 2021), Feminismos. Liberación y dependencia (Grupo editorial Sur, Buenos Aires, 2021), y La literatura frente al mercado y el Estado (Casagrande editorial, Buenos Aires, 2021).
Matriota: ¿Es la política de género un arma del neoliberalismo?
Nancy Giampaolo: Cuando hablamos de neoliberalismo, me gusta tomar como referente a la filósofa norteamericana Nancy Fraser. Ella sostiene que las reivindicaciones de minorías en general fueron y son absorbidas por diferentes estructuras como ONGs, fundaciones y demás a fin de articular junto a partidos políticos y otros actores un cuerpo de políticas que, efectivamente, terminaron por ser funcionales a lo que entendemos por neoliberalismo. Sitúa el punto de partida de este fenómeno en los años de Bill Clinton, cuando la sociedad norteamericana empezó a imbuirse en un mar de discursos aparentemente vindicatorios de los grupos desfavorecidos mientras se corroía la industria del país y el sistema de trabajo se precarizaba cada vez más.
¿Cómo lees a las agendas globalizadoras, a sus relatos corporativos dentro de las políticas de género?. ¿Es posible dar la batalla al vaciamiento de toda causa justa?
Creería que es posible dar una batalla cultural apoyándome en el hecho de que muchos la están dando a lo largo del mundo. Ahora bien, el éxito o el fracaso de esa batalla se verá con el tiempo.
La Modernidad Mundo atraviesa al Estado, la nación y la clase bajo relaciones asimétricas de dominación. Si solo hay una hegemonía cultural liberal occidental: ¿Es factible una agenda global que sea emancipatoria y no un dispositivo de dominación?
Por el momento, lo que entendemos como agenda global está en contra de cualquier tipo de emancipación real de los pueblos porque se digita desde las elites. Ante eso, algunos filósofos contemporáneos, sobre todo filiados a la izquierda, como el italiano Diego Fusaro o un tiempo antes el español Gustavo Bueno, han hecho hincapié en la necedad de seguir cultivando la identidad nacional y algunas tradiciones como una forma de resistencia a la fagocitación de las identidades que son resultado de siglos de historia por parte de una elite que busca imponer un pack de identidades ad hoc.
Hay quienes piensan que la clase no determina al sujeto histórico, ¿es posible la igualdad de género sin lucha de clases?
Desde mi manera de ver no. Pensar que las necesidades y problemas de una mujer de países periféricos como los nuestros es idéntica a las de una mujer de países que forman parte de lo que entendemos por primer mundo es de una ingenuidad escalofriante. Lo mismo dentro de un mismo país o sociedad, en Argentina hay un 50 por ciento de pobreza, lógicamente el feminismo debe atender a ese fenómeno con coherencia para tener alguna razón valedera de ser.
Ante el feminismo hegemónico, ¿existen facciones dentro del feminismo con un verdadero proyecto político popular, arraigado en lo local, a quienes sumarse en las movilizaciones por venir?
Existen movimientos de mujeres muy diversos en todo el mundo. Están las mujeres de Chiapas y sus luchas ligadas a la vida campesina y revolucionaria, hay feminismos islámicos con características variadas a lo largo de todo el mundo musulmán, que son feminismos con desafíos intelectuales muy grandes pues deben compatibilizar con el Corán y la sharía, amén de los intereses políticos y geopolíticos cruzados de todo medio oriente, hay feminismos indigenistas… Diría que la clave para detectar la autenticidad de estos movimientos, como de cualquier activismo — y con autenticidad quiero decir capacidad concreta de mejorar la vida de aquellos a quienes representan en primer lugar — hay que rastrear la ruta del dinero. Si detrás de un movimiento indigenista, por ejemplo, tenés una fundación globalista, estás frente a algo que no va a bregar por mucho más que los propios intereses globalistas que, como venimos viendo, no son los de las mayorías, ni las de los grupos sub representados a los que el globalismo pretende absorber. Y así en todos los casos: la financiación es clave porque el que paga siempre tiene la última palabra. No se puede hablar de empoderamiento si el dinero para un activismo sale de un organismo o ente con intereses que van por otro lado.
Al ser un referente en Latinoamérica, los movimientos feministas de Argentina tampoco escapan a la grieta regional entre la izquierda radical (Cuba, Venezuela) y el progresismo (Chile, Argentina). Desde lejos no son apreciables los bandos y las disputas que lo intregran. ¿Hay determinaciones de clase en su interior, hay tensiones entre globalismo y soberanismo?
No veo que en Argentina exista un feminismo atento a la soberanía en términos concretos. Muchas feministas hablan en Twitter de cosas como la justicia social, mientras que otras vindican movidas extranjerizantes como el Me too, pero más allá de lo meramente discursivo, de la soberanía no se ocupa nadie. O aún peor: la ministra de género se ufana de cada reunión que tiene con los embajadores británicos ¡Imaginate!
Ciertos feminismos parecen no tener una perspectiva geopolítica, ni la redistribución de la riqueza ni las divisiones de clase aparecen en su programa, además, en algunos casos, parecen carecer de un proyecto anticapitalista o postcapitalista. ¿Qué se viene después de la legalización del aborto? ¿Una agenda nacional y popular o los hologramas del neoliberalismo progresista?
Desgraciadamente tiendo a pensar que se vienen esos hologramas que decís. La geopolítica por el momento no parece ser una disciplina que atraiga a nuestras referentes y activistas con llegada a los grandes medios. Más bien se entusiasman con nociones como “responsabilidad afectiva”, “empatía” o el, a esta altura bastante hilarante slogan “yo te creo hermana”. Como mujer, me avergüenzo bastante de ese entusiasmo excluyente por el costado vincular y o afectivo, en detrimento del pensamiento situado de cara a un mundo que, geopolíticamente, se está reconfigurando.
Después de los escraches, esta puede ser una impresión equivocada, el #MeToo sirvió para que los verdaderos depredadores se blinden. Se instaló la presunción de culpabilidad para unos pocos. Aún así, ¿por qué muchos de los señalados gozan de impunidad hoy en día? ¿Hasta dónde llega la impugnación al sistema de justicia del movimiento feminista?
Te diría que el #Me Too no es más que una vertiente insignificante en términos de mejorar la vida de las mujeres dentro del feminismo en general. Como dijo la histórica escritora feminista francesa Catherine Millet se trata de “un grupo de millonarias” que no representa ni por asomo al conjunto de las mujeres. Y coincido en que la utilidad de la movida de escrachar hombres por parte de actrices de Hollywood ha sentado malos precedentes en cuanto a presunción de inocencia y demás pero también permitió que muchas mujeres se dieran cuenta de que un feminismo de elite no les sirve para nada.
La última conquista de los feminismos en algunos países de la región ha sido la legalización del aborto. Pero parece una conquista en peligro, el avance de la ultraderecha menoscaba los derechos sexuales y reproductivos. Pero ¿esos mismos feminismos podrían poner en peligro a su propia conquista? Parafraseando a cierto personaje de la militancia rioplatense: ¿Cuánto le falta al feminismo para salir a marchar contra el aborto?
No creo que pongan en peligro su propia conquista porque el énfasis puesto en la sanción de las leyes de aborto ha sido extraordinario. En lo personal, lamento que ese énfasis no se haya puesto también en otros puntos que, como argentina y latinoamericana, me parecen igual de importantes, como la regulación de leyes que amparen a las madres trabajadoras de la precarización laboral extrema que padecen muchos países, entre otras cuentas pendientes. Por otra parte, si bien hay gobiernos locales que pueden hacer cumplir o no la ley, el aborto legal y facilitado desde el Estado mediante la administración gratuita de fármacos como el misoprostol es algo que responde a un clima de época contra el que no se puede ir demasiado en contra.
Justamente, el movimiento feminista quiere influir en las políticas públicas, pero valiéndose de datos imprecisos e incompletos, como señala la filósofa argentina Roxana Kreimer. Dichas políticas públicas de inspiración feminista son erráticas, no llegan a quien prometen beneficiar. ¿Estas políticas fallidas no están alentando el surgimiento de un populismo de derechas?
La falta de datos reales o concretos sumada en muchos casos a el falseamiento de los datos es, junto a ciertas vertientes extremas que llaman directamente a silenciar a los varones o eliminar la presunción de inocencia para ellos entre otras atrocidades, lo más flojo del último feminismo. Y si, es probable — y esperable y lógico — que despierte reacciones de todo tipo. En cuanto a las categorías derecha e izquierda también prefiero remitirme a Nancy Fraser y hablar de “neoliberalismo progresista” o “populismo reaccionario” dando a entender cómo se han hibridado, y como ya es muy difícil hablar de una izquierda o una derecha puras.
Muchos movimientos culturales y políticos de Latinoamérica han sido intervenidos desde el exterior por la agenda del gobierno norteamericano. El feminismo no ha sido la excepción. ¿Qué le espera a esos sectores minoritarios, ideologizados, parapetados en la academia, en fundaciones o en organismos internacionales, siempre amplificados por los medios hegemónicos, siempre listos a moralizar la discusión desde la corrección política?
No soy buena para hacer futurismo, realmente no sé qué les espera. Pero si advierto que por fuera de esos espacios que mencionás (la academia, las ONGs, los medios hegemónicos) son sectores que no cuentan con un verdadero apoyo popular. En Argentina, fuera de los ínfimos circuitos formados por instituciones, activistas de redes sociales, medios financiados por la pauta oficial o fundaciones y partidos políticos que ponen dinero desde las sombras más algunas carreras de algunas universidades, el éxito del feminismo no se verifica. En tanto la economía está cada día peor para mujeres, hombres, niñas, niños, personas no binarias y ancianos por igual, la declamada “revolución feminista” no encuentra un lugar para hacer valer su presunta existencia. Hasta se ha creado un Ministerio de género que a esta altura es para el votante oficialista una “oportunidad perdida” y para el resto de los votantes un negocio en el que se pone mucho dinero que se gasta en cosas innecesarias o que se pierde por ahí. Para colmo, con la pandemia, hubo muchos casos de mujeres violentadas en sus hogares durante las cuarentenas que no encontraron amparo estatal de ningún tipo.
Los discursos son inclusivos, pero los precios son excluyentes. Determinados avances de derechos se han dado sin incomodar al poder, de hecho, hasta parecen impulsarlos. ¿Por qué se conceden derechos a segmentos sociales específicos, dejando por fuera a grandes sectores? ¿Cuánto más estamos dispuestos a soportar?
Todo parece indicar que la dialéctica de las minorías, la inclusión, los derechos y las leyes es la que signa este siglo. El poder, compuesto a grandes rasgos por el sistema financiero, los gobiernos, los entes transnacionales que deciden muchas veces contra los mismos pueblos que dicen proteger y las corporaciones cada vez más oligopólicas, encontraron en esos discursos que suenan tan humanos y amigables, un medio para crecer y perpetuarse. Entonces se reparten derechos que luego no se cumplen o que no responden al interés de las mayorías y se legisla para algunos sí y para otros no. En esto de promulgar leyes y gestar derechos que sólo corren para algunos sectores la segmentación social encuentra su mejor caldo de cultivo. Y ya sabemos que no hay nada que le sirva mejor al poder que la división de las mayorías. Divide y reinarás…
La literatura escrita por mujeres hoy es predominante. En esas obras, ¿encuentras una crítica a las nociones de patriarcado, algún replanteo de los feminismos frente a la higienización de las industrias culturales, o las tramas sin aura del neoliberalismo progresista. ¿En cuáles escrituras te reconoces, qué poéticas reivindicas?
Como lectora no me fijo por norma en sí algo está hecho por mujeres, hombres y disidencias sexuales. Tampoco me interesan categorías como juvenil, infantil y adultos. Leo la literatura como una sola. Pero a nivel mercado es obvio que las autoras, editoriales y los editores se han colgado del fenómeno feminista para encuadrar trabajos que, cuando son panfletarios, suelen carecer de cualquier otro valor. Tengo un libro publicado, La literatura frente al mercado y el Estado. Radiografía de la corrección política (Casagrande Editorial, Buenos Aires, 2019), con entrevistas a cuatro escritores argentinos (Alan Pauls, Ana María Shua, Ariana Harwicz y Martin Kohan) con los que tratamos estos temas. En algunos pasajes Shua y Harwicz hablan de esto desde su lugar de autoras en forma crítica. No puedo parafrasear demasiado pero sí acordar con ellas en que difícilmente una obra plantada desde una posición sectaria tenga alguna trascendencia en el tiempo y la memoria de los lectores.
Género y política en tiempos de globalismo termina con una lectura reivindicatoria de Evita, aparentemente extemporánea por incómoda.
No la veo como reivindicatoria, más bien tomo la figura de quien, a todas luces, es la mujer con mayor proyección internacional de mi país y hablo de ella sin los sesgos que el feminismo oficialista (que es menos peronista que kirchnerista) le impuso. Llamo a revisitarla como lo que realmente fue: un personaje lleno de contradicciones, tenaz, intrépido y elegante, amado y odiado, pero fundamentalmente recordado por todos nosotros aún siete décadas después de su muerte.