Antena Matriota

Resistencia y creación.

Retra­to por Fran­cis­co Galárraga

— Entre­vista a Mario Santucho —

“Encen­der en el pasa­do la chis­pa de la esper­an­za es un don que sólo se encuen­tra en aquel his­to­ri­ador que está com­pen­e­tra­do con esto: tam­poco los muer­tos estarán a sal­vo del ene­mi­go, si éste vence. Y este ene­mi­go no ha cesa­do de vencer”.

Wal­ter Ben­jamin, Sobre el Con­cep­to de Historia 

“La vida está hecha de la mis­ma madera de los sueños” decía Aníbal Qui­jano, sobre esa espe­cial relación entre la estéti­ca y la políti­ca en Améri­ca Lati­na; la utopía es un proyec­to de recon­struc­ción del sen­ti­do históri­co de una sociedad, ano­ta­ba Qui­jano en 1988. Sin citar explíci­ta­mente al gran filó­so­fo marx­ista peru­ano, reflex­ion­amos con Mario San­tu­cho (Buenos Aires, 1975) en torno al recor­ri­do, aquí y aho­ra, de las mis­mas y de nuevas luchas, de for­mas y de fon­dos, mar­can­do algu­nas coor­de­nadas del dile­ma de nues­tras gen­era­ciones frente a la urgente recon­struc­ción cre­ati­va de un sen­ti­do eman­ci­pador para ya.

En una mañana cál­i­da de café y mate en el pasa­do próx­i­mo, char­lam­os con Mario sobre Bom­bo, el rea­pare­ci­do (Seix Bar­ral, Buenos Aires, 2019), su libro sobre uno de los leg­en­dar­ios coman­dantes del Ejérci­to Rev­olu­cionario del Pueblo (ERP). Hijo del míti­co coman­dante guer­rillero del Par­tido Rev­olu­cionario de lo Tra­ba­jadores (PRT) y del ERP, Mario Rober­to San­tu­cho; pasó su infan­cia en Cuba, estudió Soci­ología en la Uni­ver­si­dad de Buenos Aires (UBA), for­mó parte del Colec­ti­vo Situa­ciones, es edi­tor de revista cri­sis, pub­li­cación bimen­su­al de políti­ca y cul­tura, que refundó en 2010 jun­to a un nue­vo equipo de edi­tores, cri­sis fue persegui­da por la dic­tadu­ra cívi­co mil­iar, cuan­do era dirigi­da por Eduar­do Galeano. La con­ver­sación con Mario abor­dó la his­to­ria políti­ca, la estéti­ca y la utopía, en otras pal­abras, la creación de pro­ce­sos de lib­eración social frente a la dom­i­nación en Améri­ca Lati­na, de sus for­mas en el pasa­do y las sen­si­bil­i­dades del lati­noamer­i­can­is­mo que nos con­for­man y anteceden, así como de los retos que aho­ra mis­mo enfrenta­mos, a par­tir de la inves­ti­gación militante. 

MATRIOTA: La sub­je­ti­vación ante­ri­or a la espe­cial­ización de los saberes en la pos­mod­ernidad es propia del lati­no amer­i­can­is­mo del pro­ce­so cubano, que mez­cla­ba la reflex­ión social con la estéti­ca. ¿Qué encuen­tras de esa heren­cia eman­ci­pado­ra de la izquier­da cubana en ti? 

Mario San­tu­cho: Mi sub­je­tivi­dad tiene como epi­cen­tro de su con­sti­tu­ción a Cuba, su rev­olu­ción y todo lo que gen­eró en el siglo XX en Améri­ca Lati­na. Es decir la idea y la evi­den­cia de un proyec­to de vida colec­ti­vo y rev­olu­cionario. Esas leyen­das, esas his­to­rias, sus lega­dos están en el núcleo de mi imag­i­nario. Mis viejos fueron parte fun­da­men­tal de esa expe­ri­en­cia en Argenti­na. Mis padres adop­tivos tam­bién se inscri­bieron de una man­era muy fuerte en esa his­to­ria, yo diría menos ide­ológ­i­ca que afec­ti­va­mente, lo cual es más deci­si­vo. Ellos me cri­aron a mí en Cuba, luego de que a mis padres biológi­cos fuer­an desa­pare­ci­dos por la dic­tadu­ra mil­i­tar, es decir asesina­dos. Mi infan­cia en La Habana tran­scur­rió en un momen­to par­tic­u­lar­mente vir­tu­oso del social­is­mo cubano, en tér­mi­nos de mod­e­lo de bien­es­tar pop­u­lar, hacia finales de la déca­da de los 70 y comien­zos de los años 80. Ahí me crie, hice mis primeras andan­zas educa­ti­vas, dis­fruté la vida bar­ri­al, el juego, tuve muchos ami­gos en ese con­tex­to. Soy muy afor­tu­na­do de haber vivi­do esa experiencia. 

Siem­pre digo que si hubiera sido adul­to en los años seten­ta en Argenti­na, habría esta­do donde estu­vieron nue­stros viejos. Yo nací en el 75, no viví esa his­to­ria, pero sien­to una perte­nen­cia éti­ca pro­fun­da con lo que hicieron. La necesi­dad de pen­sar un tipo de mil­i­tan­cia, o de proyec­to vital, en el que se entrela­cen dimen­siones que no sue­len estar siem­pre vin­cu­ladas para pon­er en juego un devenir que sea trans­for­mador en sí mis­mo. La políti­ca trans­for­mado­ra no es ni una esfera, ni un tema sobre el que opinar, ni un obje­to de estu­dio; es una prác­ti­ca que tiene dos atrib­u­tos fun­da­men­tales: la resisten­cia y la creación. Son atrib­u­tos que tienen que ir jun­tos, pero que a su vez impli­can pro­ce­sos y desafíos para­le­los en los que se tra­ta de desple­gar exper­i­men­tos que sean efi­caces. En el plano de la resisten­cia, la cuestión es cómo enfrentar al poder. En el plano de la creación el desafío es con­stru­ir una for­ma de vida super­ado­ra, una alter­na­ti­va social. Son dos planos muy dis­tin­tos pero que tienen que ir jun­tos. De eso se tra­ta para mí la políti­ca rev­olu­cionar­ia, de con­stru­ir expe­ri­en­cias colec­ti­vas que reú­nan estas dos cues­tiones. ¿Cómo hace­mos para con­stru­ir una resisten­cia prác­ti­ca que nos imp­i­da ade­cuarnos al modo de vida que te pro­pone el poder hoy? ¿Cómo ten­er una lec­tura sobre las for­mas de opre­sión con­tem­poránea para ejercer un con­trapoder en ese sen­ti­do? Y por otro lado: ¿cómo desple­gar una imag­i­nación políti­ca que pue­da abrir un hor­i­zonte efec­ti­vo, no sólo en el plano del pro­gra­ma o de la escrit­u­ra, sino tam­bién en el plano de la creación conc­re­ta de pro­ce­sos? Entonces, me parece nece­sario recu­per­ar esa impronta que men­cio­nan, capaz de asumir debates ide­ológi­cos pro­fun­dos o estratégi­cos, jun­to a una imag­i­nación artís­ti­ca y exper­i­men­tos en otros planos o dis­ci­plinas expre­si­vas. Y hac­er­lo en un tipo de artic­u­lación que no sea ni mer­can­til ni estatal, al menos en su esen­cia. Tiene que ser una artic­u­lación especí­fi­ca­mente trans­for­mado­ra, que siem­pre esté ponien­do en juego estas dos cues­tiones: la resisten­cia y la creación. Los años seten­ta fueron pre­cisa­mente un pun­to de cristal­ización muy alto de esta exigencia. 

Para con­seguir­lo es nece­sario dar vuelta a cier­tas pági­nas, abrir nuevas ven­tanas, los años seten­ta nece­si­tan ser recal­i­bra­dos, repen­sa­dos, recrea­d­os. Creo que la izquier­da lati­noamer­i­cana hoy está en un prob­le­ma muy serio de vigen­cia, de fres­cu­ra, de capaci­dad dis­rup­ti­va. Mi gen­eración, jun­to a quienes arreme­ten en este nue­vo siglo, ten­emos que ser capaces de desafi­ar a nue­stros pro­pios ante­cesores, sin miedo a ser irrev­er­entes. Usamos una frase: para hac­er lo mis­mo, hay que cam­biar. Una fidel­i­dad que no tol­era la copia, sino que se arro­ja a replantear sin pru­ri­tos, lejos de la solem­nidad. Esa es nues­tra impronta políti­ca, al menos en la revista cri­sis

Bom­bo regresa

En el epíl­o­go de Los casos del Comis­ario Croce (2018), Ricar­do Piglia cita a Jorge Luís Borges: “en la vida los deli­tos se resuel­ven — o se ocul­tan, usan­do la tor­tu­ra y la delación…” (…) El prob­le­ma es que la tor­tu­ra y la delación han sido asim­i­la­dos por el sis­tema de jus­ti­cia, para entur­biar su pro­pio accionar. ¿Bom­bo, el rea­pare­ci­do fue para ti un acto de ven­gan­za o un ejer­ci­cio de reparación?

Ninguno de los dos. Ni ven­gan­za, ni reparación. Esos son los tér­mi­nos de una jus­ti­cia que se ha impuesto, por lo menos en Argenti­na, en nues­tra expe­ri­en­cia colec­ti­va de con­struc­ción de memo­ria, y que deja afuera un ter­cer aspec­to. Par­ticipé en la expe­ri­en­cia de H.I.J.O.S., tam­bién acom­pañan­do a las Madres de Plaza de Mayo cuan­do más chico, y poco a poco en estos organ­is­mos de dere­chos humanos se ha ido imponien­do la idea de una reparación por parte del sis­tema insti­tu­cional democráti­co. La ven­gan­za siem­pre fue, por su parte, el moti­vo de nue­stros jue­gos infan­tiles, lo cual si bien ubi­ca el asun­to en un plano más bien lúdi­co no me parece para nada algo ingen­uo: lo infan­til es un un cam­po de fan­tasía muy impor­tante. Para mí hay una ter­cera dimen­sión de la jus­ti­cia que no cabe den­tro de este mar­co insti­tu­cional que nos ofre­cen las democ­ra­cias con­tem­poráneas. Tiene que ver con la famosa frase de Wal­ter Ben­jamin, que dice más o menos así: “nue­stros muer­tos no estarán a sal­vo has­ta que no hayamos vencido”. 

Es como si hubiera un liti­gio que no se ha resuel­to, aunque tuvo un desen­lace cir­cun­stan­cial que fue la der­ro­ta históri­ca de la gen­eración de nue­stros viejos. Pero ese due­lo, en tér­mi­nos borgeanos, per­manece y se relan­za a cada rato, porque la his­to­ria va más allá de las gen­era­ciones y de las per­sonas en sí mis­mas. No esta­mos juz­gan­do sim­ple­mente hechos del pasa­do, de ahí la impor­tan­cia de la memo­ria como ter­ri­to­rio. El hecho de que los por­ta­dores de esos proyec­tos de futuro hayan sido aniquila­dos físi­ca­mente, no quiere decir que sus búsquedas y fig­u­ra­ciones no estén disponibles, están resurgien­do siem­pre de algu­na for­ma, en movimien­tos políti­cos, expe­ri­en­cias cre­ati­vas. Eso para mí es hac­er jus­ti­cia, recrear los tér­mi­nos de esa búsque­da, hac­er­los exi­s­tir de vuelta. Mien­tras más potente, mien­tras más capaci­dad de conc­re­tarse ten­gan, más hare­mos jus­ti­cia. Por eso no se tra­ta de ven­gan­za, sino de rea­pari­ción. De ahí el títu­lo del libro.

Bom­bo se fuga cada vez, lo cual, además de dar­le un halo leg­en­dario, provo­ca la sospecha de una posi­ble colab­o­ración como infil­tra­do del apara­to repre­si­vo, a con­se­cuen­cia de haber sido que­bra­do por la tor­tu­ra. En Bom­bo, el rea­pare­ci­do, encon­tramos lo que Walsh denom­ina­ba “la nov­ela poli­cial del pobre”, una fic­ción donde la der­ro­ta es rever­ti­da por una utopía de reivin­di­cación. Pero esta fic­ción requiere de una inves­ti­gación pre­via, porque ahí es donde se abren las posi­bil­i­dades estéti­cas. ¿Cómo fue inves­ti­gar esas his­to­rias tan ínti­mas, al mis­mo tiem­po, tan políti­cas? ¿Pud­iste mover el obtu­rador, mirar al pasa­do sin posicionamiento?

Siem­pre tuve reser­vas en escribir sobre los años seten­ta. En Argenti­na hay mucha pro­duc­ción, ha sido tema de infini­tos libros, pelícu­las, debates. Sin descono­cer el val­or de ese cúmu­lo de pro­duc­ciones, siem­pre me pare­ció que el desafío más fuerte era explo­rar el ter­ri­to­rio de lo que viene, no tan­to el de lo que pasó. Pero parece que no es tan fácil escaparse del destino.

Bom­bo es el per­son­aje que me per­mite encar­ar una estrate­gia de escrit­u­ra, pero en real­i­dad el libro surge de una inves­ti­gación colec­ti­va que hici­mos sobre una expe­ri­en­cia que esta­ba bas­tante poco revisa­da en Argenti­na: la guer­ril­la rur­al del Ejérci­to Rev­olu­cionario del Pueblo (ERP), es decir la Com­pañía de Monte Ramón Jiménez. Ese “foco en el monte” me per­mi­tió meterme con cues­tiones un poco espinosas para lo que ha sido la con­struc­ción de la memo­ria políti­ca en Argenti­na: la dimen­sión arma­da de la prác­ti­ca rev­olu­cionar­ia de los seten­ta. En gen­er­al se plantea que fue un ele­men­to obvio pero menor, lo cuál per­mite ofre­cer un dis­cur­so políti­ca­mente cor­rec­to. Entien­do su sen­ti­do e inclu­so se tra­ta de una ver­sión bas­tante aprox­i­ma­da a la ver­dad, porque la prác­ti­ca rev­olu­cionar­ia tuvo dimen­siones legales, sindi­cales, estu­di­antiles, artís­ti­cas, tuvo muchos planos, no solo el mil­i­tar. La idea de que las orga­ni­za­ciones rev­olu­cionar­ias eran “mil­i­taris­tas” sim­pli­fi­ca un pro­ce­so más com­ple­jo. Sin embar­go, y dicho esto, hay que pen­sar a fon­do por qué ellos hicieron de la cuestión arma­da un ele­men­to cen­tral de su identidad.

Por otro lado, Bom­bo me per­mi­tió ir hacia un ter­ri­to­rio per­iféri­co, inclu­so mar­gin­al, pero que se con­si­tuyó en un lugar míti­co para el ERP, una especie de Sier­ra Maes­tra en Argenti­na. Al decidir hac­er su guer­ril­la rur­al en esos para­jes, se pro­du­jo una inter­ven­ción muy fuerte en la his­to­ria de una población y una región conc­re­ta, que primero vio lle­gar a los guer­rilleros y acto segui­do recibió una repre­sión de dimen­siones viet­na­mi­tas. ¿Qué pasó con los habi­tantes de los pueb­los aledaños al monte donde se instaló el foco rur­al, luego del furioso enfrentamien­to que vivieron? Bom­bo es un per­son­aje sali­do de ese pueblo que se con­vir­tió en guer­rillero y vivió la expe­ri­en­cia rev­olu­cionar­ia de una man­era muy dis­tin­ta a como la vivieron mis viejos, o los mil­i­tantes que habit­ual­mente apare­cen como pro­tag­o­nistas o autores de los libros. A mí me da una gran curiosi­dad cono­cer cómo un per­son­aje surgi­do de los sec­tores campesinos más rel­e­ga­dos en tér­mi­nos económi­cos y sociales, se poli­ti­za has­ta for­mar parte de orga­ni­zación rev­olu­cionar­ia, donde asume tar­eas impor­tantes. Qué relación con la famil­ia impli­ca eso, cómo lo percibe el pueblo, sus estrate­gias para tratar de sobre­vivir a par­tir de entonces, y qué des­ti­no puede ten­er en caso de der­ro­ta de la apuesta. 

Por­ta­da de Bom­bo, el rea­pare­ci­do, nov­ela de Mario San­tu­cho (Seix Bar­ral, Buenos Aires, 2019).

La políti­ca trans­for­mado­ra no es ni una esfera, ni un tema sobre el que opinar, ni un obje­to de estu­dio; es una prác­ti­ca que tiene dos atrib­u­tos fun­da­men­tales: la resisten­cia y la creación. Son atrib­u­tos que tienen que ir jun­tos, pero que a su vez impli­can pro­ce­sos y desafíos para­le­los en los que se tra­ta de desple­gar exper­i­men­tos que sean eficaces.

Inves­ti­gación política

Las for­mas de resisten­cia pop­u­lar se han trans­for­ma­do muchísi­mo des­de los seten­ta para acá. ¿Cómo ves el reto actu­al de con­stru­ir poder pop­u­lar en esta condi­ción nues­tra, het­erogénea, en Améri­ca Latina?

Ahí hay una cuestión metodológ­i­ca com­ple­ja. Primero, creo que es fun­da­men­tal no trazar genealogías en base a la nos­tal­gia. Las épocas históri­c­as tienen sus pro­pios desafíos y creo en una especie de pre­em­i­nen­cia del pre­sente como tiem­po de la políti­ca, del pen­samien­to y de la vida en gen­er­al. No quiere decir esto que el pre­sente esté sep­a­ra­do del pasa­do, ni del futuro, son con­stela­ciones tem­po­rales que coex­is­ten: el pre­sente está lleno de pasa­do, que aparece en tan­to ele­men­tos de vir­tu­al­i­dad que lo enrique­cen. Pero es fun­da­men­tal que el pre­sente sea lo que organ­ice el desafío políti­co. Entonces, del pasa­do ten­emos algu­nas cues­tiones esen­ciales que hemos per­di­do y nece­si­ta­mos recu­per­ar, para lo cual es pre­ciso recrear­lo. La der­ro­ta históri­ca hizo que olvidemos muchas cosas que se hacían en esa época. Por otro lado, entre aque­l­los años seten­ta y hoy hubo un cam­bio epocal muy grande, un “pase de pan­talla” que cam­bia la nat­u­raleza mis­ma de los prob­le­mas, de la políti­ca, de los suje­tos. Me parece que hay que mirar con mucho interés las expe­ri­en­cias pasadas, pero sin nos­tal­gia. El desafío es recu­per­ar una serie de capaci­dades estratég­i­cas que nos faltan.

En los seten­ta hubo una gran capaci­dad de desafi­ar al poder, porque había una con­stelación especí­fi­ca e históri­ca que lo per­mitía, pero tam­bién por la poten­cia colec­ti­va que se orga­nizó para desem­peñar tar­eas especí­fi­cas, gra­cias a la cuál se pal­pa­ba la posi­bil­i­dad efec­ti­va de der­ro­tar al ene­mi­go y con­stru­ir una sociedad alter­na­ti­va en serio. El prob­le­ma es que hoy es may­or la sutileza que nece­si­ta­mos para ser efi­caces en la dis­pu­ta con los poderes, por tan­to es más difí­cil desple­gar ese desafío. Ahí creo que hay algunos pun­tos clave, estratégi­cos, que debe­mos recu­per­ar. Per­sonal­mente estoy muy abo­ca­do a la inves­ti­gación políti­ca, que tiene como obje­ti­vo fun­da­men­tal detec­tar cómo oper­an y cuál es la fisonomía conc­re­ta de los poderes con­tem­porá­neos. Hemos con­sti­tu­i­do un grupo de tra­ba­jo que se lla­ma Equipo de Inves­ti­gación Políti­ca (EdiPo), des­de donde desar­rol­lam­os algunos tra­ba­jos que han apare­ci­do en revista cri­sis. Por ejem­p­lo, acabamos de lan­zar el Mapa de la Policía de la Ciu­dad de Buenos Aires, una platafor­ma dig­i­tal de con­trol ciu­dadano sobre las fuerzas de seguri­dad que es a la vez una her­ramien­ta de inves­ti­gación e inter­ven­ción, de pro­duc­ción de conocimien­to y orga­ni­zación con­tra la vio­len­cia estatal.

Antes habíamos hecho una inves­ti­gación sobre el movimien­to evangéli­co, en coor­di­nación con el movimien­to fem­i­nista cuan­do se esta­ba mov­i­lizan­do para con­quis­tar la legal­ización del abor­to. Tam­bién esta­mos inves­ti­gan­do a las empre­sas que con­cen­tran el poder de cap­turar las divisas del país, que en Argenti­na son los agrone­go­cios, y que luego pre­sio­n­an sobre la mon­e­da para con­seguir rentabil­i­dad extra­or­di­nar­ia, lo que sig­nifi­ca un gran poder de deses­ta­bi­lización. Des­de EdIPo entonces inten­ta­mos apor­tar recur­sos de inves­ti­gación políti­ca, que me parece una tarea fun­da­men­tal para que la resisten­cia sea más efi­caz a la hora de enfrentar a los poderes dom­i­nantes. Otra cosa dis­tin­ta es la creación, que se ocu­pa de inda­gar cómo se con­struyen hoy for­mas de poder pop­u­lar que con­tengan los gérmenes de una sociedad deseable, alter­na­ti­va, super­ado­ra del cap­i­tal­is­mo. A eso le llamo inves­ti­gación mil­i­tante y es lo que hacíamos con el Colec­ti­vo Situa­ciones: detec­tar o bien par­tic­i­par de la con­struc­ción de imá­genes de futuro que es lo pro­pio de los movimien­tos sociales contemporáneos.

Habit­ual­mente, cuan­do emer­gen luchas nove­dosas existe una serie de estrate­gias de lec­tura que tien­den a ubicar a esos movimien­tos insur­gentes en su gra­do de politi­ci­dad más están­dar. Son víc­ti­mas que recla­man, deman­dan inclusión, piden reparación. La inves­ti­gación mil­i­tante se pro­pone ir más allá, describir o deve­lar esa prác­ti­ca orig­i­nal que se está desple­gan­do, pon­er­le nom­bre e ima­gen a las for­mas de socia­bil­i­dad que aso­man, el ger­men de una comu­nidad que viene. Com­pren­der en qué sen­ti­do hay en esa prác­ti­ca ele­men­tos de un poder pop­u­lar antag­o­nista, es decir het­erogé­neo al poder con­sti­tu­i­do, cuáles son los ras­gos de ese con­trapoder. Para poder hac­er­lo bien hay que crear metodologías especí­fi­cas, con­stru­ir cat­e­gorías a par­tir de las situa­ciones conc­re­tas y acti­var una fuerte imag­i­nación teóri­ca, lejos de todo dog­ma­tismo o pen­samien­to burocrático.

¿Hubo una expe­ri­en­cia indi­genista en la Argenti­na, vin­cu­la­da a los movimien­tos arma­dos de izquierda?

La respues­ta debería ser no. En las expe­ri­en­cias rev­olu­cionar­ias de ese momen­to había dos cues­tiones que con­sti­tuían la iden­ti­dad ide­ológ­i­ca de la izquier­da: por un lado la clase social, y por otra parte la nación. El debate enfrenta­ba a quienes sostenían que el suje­to políti­co era la clase obr­era, obvi­a­mente quienes abraz­a­ban el marx­is­mo; y por el otro lado los que ponían en primer plano la nación y su enfrentamien­to con el impe­rio, que en nue­stro país expresó muy bien el per­o­nis­mo. La expe­ri­en­cia de mi papá y mi mamá fue quizás la expe­ri­en­cia arma­da más impor­tante del primer uni­ver­so, que fue el Par­tido de los Tra­ba­jadores (PRT) y su Ejérci­to Rev­olu­cionario del Pueblo; pero tam­bién ahí se inscribe el Par­tido Comu­nista, el Maoís­mo, los par­tidos trot­skistas. Tam­bién un sec­tor del per­o­nis­mo en ese momen­to enar­bo­la­ba la cuestión de clase.

Tan­to la pos­tu­ra nacional como la cla­sista rel­e­garon a un segun­do o ter­cer plano a la cuestión indí­ge­na, en eso no había grandes difer­en­cias. Obvi­a­mente, la con­sti­tu­ción de la nación implicó un pro­ce­so de bor­ramien­to. Mi papá, Mario Rober­to San­tu­cho, nació y se crió en el norte argenti­no que es donde más pres­en­cia tuvo y siguen tenien­do las tradi­ciones indí­ge­nas. Y en su for­ma­ción tuvo gran influ­en­cia uno de sus her­manos, Fran­cis­co René San­tu­cho, que era indi­genista. Fran­cis­co René era más grande que mi papá. El fundó la libr­ería Dimen­sión, a fines de los años 50, tam­bién fundó una revista que llev­a­ba el mis­mo nom­bre, en la que sigue muy de cer­ca el desar­rol­lo del APRA en Perú, con Haya de la Torre. Por esa época mi papá da sus primeros pasos políti­cos en el mar­co de este indi­genis­mo, con mucho tra­ba­jo en la zona rur­al de San­ti­a­go. Inclu­so Fran­cis­co René se vin­cu­la a la revi­tal­ización del indi­genis­mo aymara en Bolivia, a prin­ci­pio de la déca­da del 70, que pron­to iba a derivar en el Kataris­mo, movimien­to cuyo prin­ci­pal diri­gente era Felipe Quispe y del que par­tic­i­pan Álvaro Gar­cía Lin­era y Raquel Gutier­rez, entre otres. 

Dimen­sión era una revista de ideas, pero además pub­li­ca­ban un pan­fle­to de agitación que se edita­ba tam­bién en quechua y se difundía mucho en la zona rur­al de San­ti­a­go del Estero. El primer grupo políti­co que ellos fun­dan jun­tos se lla­ma Frente Rev­olu­cionario Indoamer­i­cano y Pop­u­lar (FRIP), a prin­ci­pio de la déca­da del sesen­ta en San­ti­a­go del Estero. Mi papá después se va a estu­di­ar a la Uni­ver­si­dad Nacional de Tucumán y ahí se vin­cu­la al pro­le­tari­a­do azu­carero, era fuerte la indus­tria cañera en Tucumán. La Rev­olu­ción Cubana estal­la en el año 59 y entonces se ges­ta la nue­va izquier­da lati­noamer­i­cana, el gue­varis­mo. Ya para medi­a­dos de los sesen­ta el FRIP se fusiona con el trot­skismo, con el grupo Pal­abra Obr­era que esta­ba dirigi­do por Nahuel Moreno, con la inten­ción de con­sti­tuir una orga­ni­zación nacional, que será pre­cisa­mente el PRT. Un poco más tarde, a comien­zos de los años seten­ta, el sec­tor de mi papá definió que era hora de asumir la lucha arma­da pero Nahuel Moreno no gustó de esa idea y se man­tu­vo en la lóg­i­ca más insur­rec­cional. Entonces se dividió el PRT, sien­do la frac­ción de mi viejo la más numerosa y la que va a dar lugar al Ejérci­to Rev­olu­cionario del Pueblo, su bra­zo armado. 

En el recor­ri­do de mi papá se puede ver un ini­cio en el indi­genis­mo, una deri­va marx­ista hacia el obreris­mo, que desem­bo­ca en el gue­varis­mo, que es una especie de lenin­is­mo intere­sante. Lam­en­ta­ble­mente la impronta indi­genista que­da en el pasa­do y no se reac­ti­va en ningún momen­to. Pero creo que es un aflu­ente impor­tante. Hace unos años me encar­gué de que saliera una edi­ción fac­sim­i­lar de la revista Dimen­sión, a través de la Bib­liote­ca Nacional Argenti­na, con un estu­dio intro­duc­to­rio sobre Fran­cis­co René escrito por mi y otro escrito por Hora­cio González, quien en ese momen­to dirigía la Biblioteca. 

Mi tío Fran­cis­co René habla­ba kich­wa. Segu­ra­mente leyó a Faus­to Reina­ga. Él sigu­ió sien­do fiel a esa expe­ri­en­cia indi­genista, por lo que quedó un poco rel­e­ga­do en la dinámi­ca políti­ca, siem­pre en vín­cu­lo con mi papá de todas man­eras. Una de las últi­mas cosas que sabe­mos de él, antes de que fuera secuestra­do por los mil­itares y des­pare­ci­do, es que par­ticipó de un Con­gre­so de la lengua quechua en Bolivia, en 1975, y entra en con­tac­to con el Katarismo. 

Hay  otra ver­tiente que surge del per­o­nis­mo, per­son­ifi­ca­da en Rodol­fo Kusch, un gran teóri­co del indi­genis­mo en la Argenti­na, vin­cu­la­do a Mon­toneros, donde ocupó sin embar­go una grav­itación marginal.

Hace un momen­to hablabas sobre la críti­ca a la mil­i­tan­cia rev­olu­cionar­ia de los 70, que se redu­jo a la con­de­na a la acción mil­i­tar. Esas críti­cas vienen tan­to des­de afuera como des­de aden­tro, tal es el caso de Oscar del Bar­co. ¿Cómo te rela­cionas con la gente que estu­vo den­tro del pro­ce­so y que años después for­muló un posi­cionamien­to que nega­ba la acción revolucionaria? 

A mí me da la impre­sión de que se tra­ta de una dis­cusión com­ple­ja. Creo que han sido mín­i­mos los casos de con­ver­sión, o de gente que se haya “pasa­do de ban­do”. Pero hay derivas como la de Oscar del Bar­co, por ejem­p­lo, en su car­ta a Ser­gio Schmu­cler, donde se plantea el prin­ci­pio moral de No matarás y ubi­can el asun­to en un lugar com­pli­ca­do. Me parece poco intere­sante esa especie de moral democráti­ca o human­ista, que toma dis­tan­cia y se para en un lugar trascen­dente des­de donde emite juicios y autocríti­cas de una man­era un tan­to abstrac­ta. La respues­ta de León Roz­itch­n­er, por el con­trario, “la cla­va en el ángu­lo”: la críti­ca rev­olu­cionar­ia existe en situación, el prin­ci­pio éti­co se ver­i­fi­ca en el momen­to, como una fuerza acti­va en coor­de­nadas especí­fi­cas. Obvi­a­mente los rev­olu­cionar­ios se equiv­o­caron en muchas cues­tiones, pero éti­ca­mente mi impre­sión es que son irre­prochables. Fueron a fon­do para lle­var ade­lante el proyec­to dig­no y deseable de cam­biar el mun­do de raíz.  Y hay que desar­mar la idea fal­sa de que los que van a fon­do en su lucha o proyec­to ter­mi­nan sien­do total­i­tar­ios. No, lle­var al máx­i­mo el com­pro­miso con la vida no impli­ca en ningún caso pro­mover la muerte.

Creo que la izquier­da lati­noamer­i­cana hoy está en un prob­le­ma muy serio de vigen­cia, de fres­cu­ra, de capaci­dad dis­rup­ti­va. Mi gen­eración, jun­to a quienes arreme­ten en este nue­vo siglo, ten­emos que ser capaces de desafi­ar a nue­stros pro­pios ante­cesores, sin miedo a ser irrev­er­entes. Usamos una frase: para hac­er lo mis­mo, hay que cambiar.