PostApocalipsis Nau

Momia

Tra­di­tion is not the wor­ship of ash­es, but the preser­va­tion of fire.

Gus­tav Mahler.

Lugarci­to Pul­gar­ci­to decías des­de tu sotana inte­ri­or, huel­la de car­bono suda­ka para tus patrones, no podrás huir del analgésico.

Como todas las mañanas te trasladaste rum­bo a la ofic­i­na del museo. Políti­ca­mente cor­rec­to deberás hac­er méri­tos para ascen­der de puesto, sin embar­go, te toca res­ig­narte hin­chan­do el pecho y día a día limpiar la momia del patíbu­lo. Rozas sus manos con un trapo cuida­dosa­mente impreg­na­do con el líqui­do espe­cial traí­do de Ale­ma­nia. Pules pro­li­ja­mente los bor­des de bronce de los filos del sepul­cro y cada letra del graba­do de su nom­bre, fechas y agradec­imien­tos de arzo­bis­pos, alcaldes y militares.

Sus­pi­ras. No cualquiera tiene el hon­or de velar por Su Exce­len­cia, quien tuvo a bien, aunque sin éxi­to, ofren­dar al impe­rio francés estas bár­baras tier­ras colo­niales.  Como siem­pre redac­taste informes de activi­dades jus­ti­f­i­can­do gas­tos de bode­ga, imag­i­nan­do al mis­mo tiem­po que firmabas decre­tos min­is­te­ri­ales de suma impor­tan­cia, sien­do parte indis­cutible del gabi­nete selec­to de Su Excelencia.

Ya a la hora del almuer­zo, entre taba­co y taba­co, pen­saste si asi­s­tir o no a la cita con la descono­ci­da que te escribió por Face­book, o si mejor olvi­dar ese asun­to y pasar com­pran­do un dia­bli­to en fun­di­ta de esos que te gus­ta fumar para tru­car por un instante la inten­si­dad, un sim­u­lacro de sen­timien­to en tu ruti­nar­ia san­tigua­da existencial. 

No es un día cualquiera, pen­saste tem­pra­no en la mañana.  Anudaste tu cor­ba­ta frente al espe­jo tal como te enseñaron en la empre­sa acred­i­ta­da para el tit­u­la­je; lo úni­co que aprendiste fue a jus­ti­ficar tu esta­tus. Des­de la noche, dejaste pren­di­da una vela al obis­po para lograr un pupitre en el jerárquico supe­ri­or del gob­ier­no local. Se van a fijar en tu tal­en­to sin igual, tal como lo hace mamá en el desayuno mien­tras te acari­cia el ego con su neu­ro­sis blanqueada.

La invitación fue sug­er­ente, ya no te pasan estas cosas, nor­mal­mente tienes que hac­er mucha vuelta para lograr que una chi­ca acce­da a tomarse un café con­ti­go. Todo el día pen­saste si más tarde ibas o no a pospon­er la hora de la pastil­la para dormir y asi­s­tirías a la cita ten­ta­do­ra. Mien­tras cam­inabas por los pasil­los del museo limpiando libros como en una que­sería gruyère, sen­tías ese cosquilleo de la época de uni­ver­si­dad cuan­do tenías novia. Aunque sea para susti­tuir a mamá por un instante viviste el amor pro­gra­ma­do, aunque sea para que en el futuro ten­gas un moti­vo para la nos­tal­gia que a fin de cuen­tas es mejor que nada.

Bajaste y subiste escaleras pulien­do can­de­labros y aspi­ran­do las corti­nas del pat­ri­mo­nio cul­tur­al del clo­ro­for­mo. Cristal­iza­do sus­pi­raste con la oli­gar­quía ter­rate­niente de la cual nun­ca fuiste parte, aunque bien tiene su cuo­ta ínti­ma en la nos­tal­gia imag­i­na­da que las beatas de tu famil­ia te inocularon. 

Guardas bien las llaves del mau­soleo y dos copias de las entradas al museo: una de la puer­ta prin­ci­pal y la otra de la puer­ta lat­er­al. Las llaves te fueron encomen­dadas para que coordines cada seis meses el ser­vi­cio de fumi­gación de la momia; un ser­vi­cio que brin­da la empre­sa del her­mano del Alcalde. Ya sabes como es esto, parte de tu respon­s­abil­i­dad es hac­erte de la vista gor­da, mejor mirar hacia otro lado y quizá tuitear algu­na ala­ban­za a la sucur­sal local de la Real Acad­e­mia de la Lengua. Después de todo es mejor ser cabeza de ratón y acari­ciar la ilusión de algún día for­mar parte de tan hon­rosa sucur­sal, así sea que en la prác­ti­ca dicha cofradía es tan rel­e­vante como la hemor­roides del ori­fi­cio de otro ratón.

Cae la tarde, eres un cruza­do cotid­i­ano de la pro­tec­ción de la memo­ria patronal y orgul­loso inter­calas paso seguro rum­bo a la cita. Abri­gas la expec­ta­ti­va de que por lo menos no acabarás como todas las noches: a uní­sono, trastor­na­do, vien­do porno en tu habitación con todas las apli­ca­ciones acti­vadas, dis­paran­do des­de el telé­fono letras en var­ios chats vir­u­len­tos de indi­gnación exaltada.

¡Ojalá y puedas lle­gar al lugar de la cita! Las cosas en la Repúbli­ca del Agua Tib­ia están con­vul­sion­adas, parece que los comu­nistas y el fla­ge­lo cas­tro-chav­ista ase­di­an el con­ven­to, dice tu tía en el tweet. El gob­ier­no ha declar­a­do toque de que­da y no se sabe bien qué pasará. Otros hablan de un ataque zom­bi des­de el cam­po e inclu­so de un bom­bardeo alienígena.

Mien­tras cam­i­nas, oscilas entre el miedo y el que­meim­por­tismo, te gus­ta acari­ciar la idea de que todo se acabe, que alguien o algo destruya la humanidad y con ello por fuerza cat­a­stró­fi­ca se lleve tu vida inocua. ¡Que te liberen por fin! porque solo te alcan­za para la his­te­ria, después de todo, ter­mi­nar tu vida te excede en tem­ple y con­vic­ción. Lo tuyo es el tañi­do las­timero y lo sabes; no será otra la estrate­gia de seduc­ción que te inspire cuan­do la chi­ca del Face­book sucum­ba a tu con­ver­sación. Ya la vez sen­ta­da frente a ti con la boca abier­ta, mar­avil­la­da ante tu inteligen­cia excep­cional, oyen­do tus relatos melo­dramáti­cos mien­tras atraí­da se com­padece de ti. Pien­sas: ¿Cómo será? no tenía foto de per­fil. Bueno, tam­poco estas para exi­gen­cias may­ores. Aunque debe ser rubia, como te gus­tan, la imag­i­nas y sigues cam­i­nan­do rum­bo al lugar acordado. 

Si algo es gratis el nego­cio eres tú.

Una vez conec­ta­da la sinap­sis, escolta­dos por los bor­des de fuego, naveg­amos por el flu­i­do de Tiquina. Nues­tras pal­mas rozaron el tran­scur­so líqui­do del tiem­po de Chu­cuito y Wiñay­mar­ca. Tocamos tier­ra en la rivera y cam­i­namos has­ta lle­gar al tron­co del árbol de fuego que nos rodea en los tres tiem­pos del verbo. 

El reac­ti­vo esta­ba lis­to con antic­i­pación en el acel­er­ador de partícu­las. El equipo para la mues­tra ósea fue revisa­do min­u­ciosa­mente, las instruc­ciones eran claras: al lle­gar, la operación debe realizarse al caer la tarde, con poca luz. 

— Papa Soroche, Fla­ge­lo de Miel, Fugi­ti­vo Con­cur­ri­do, exclamó Sol de Aguas. 

— ¡Pre­sente!, respondi­mos a unísono.

Cam­i­namos hacia la hélice a rit­mo de tam­bor. En su eje, el cilin­dro elíp­ti­co comen­zó a girar has­ta despren­der un vien­to de luz con filo de sonido, cor­ri­mos hacia él, desnudos de ancla­je tem­po­ral hici­mos equi­lib­rio incan­des­cente. La fric­ción ilu­mina­ba el aurea de nue­stros min­u­tos frontales.

— Las antiguas mari­posas aho­ra son demo­ni­os ener­van­do la pre­sión atmos­féri­ca, dijo Sol de Aguas cuan­do desa­parec­i­mos del campamento.

Al lle­gar, nos cor­porizamos, traspasamos inad­ver­tidos los Monas­te­rios de la Vig­i­lan­cia. Mi cuer­po femeni­no se sen­tía bien. Cam­i­namos por calles estre­chas con olor a orines, poco a poco fuimos mas lento. Son las 18:30, la hora local, pen­só para todos Fugi­ti­vo Con­cur­ri­do. Revisamos los dis­pos­i­tivos, la biolec­tura señal­a­ba cor­rec­ta­mente el lugar pro­gra­ma­do: Café Modelo.

— Todos a sus posi­ciones, comu­nicó Papa Soroche y mar­có la cuen­ta regresiva. 

Entré al pun­to cero mien­tras mis com­pañeros mod­u­la­ban el cam­po de vibración y miré mi dis­pos­i­ti­vo: el Stel­li­um lo dela­ta, es el indi­vid­uo anfitrión, pen­sé. Fla­ge­lo de Miel fue lo ulti­mo que escu­cho después de agrade­cerme por lle­gar con una mira­da ansiosa. Me acerqué y en rotación lo apunte de frente con mi biolec­tor, los sen­sores se acti­varon y pro­gra­mamos sus movimientos. 

Entramos al museo como fan­tas­mas. Los cua­tro bajamos por las gradas al mau­soleo. La biolec­tura mar­ca­ba cenizas mien­tras tomamos mues­tras bio­quími­cas de la momia. Los tres nos repar­ti­mos por la estancia toman­do mues­tras mien­tras el cuer­po del indi­vid­uo anfitrión esper­a­ba sen­ta­do como otro mue­ble a que con­cluyamos la mis­ión. Había ras­tros de sed­i­mentación con­cep­tu­al arcaica y flu­i­dos auto ref­er­en­ciales de baja vibración. 

Una vez com­ple­ta­da la mues­tra, emprendi­mos la fusión de teji­dos de ambos cuer­pos para no dejar ras­tro de la operación y nos ale­jamos. La momia lucía un poco más joven en su nue­va mix­tu­ra con el cuer­po del indi­vid­uo anfitrión. Cor­ta­mos una de sus manos que aún esta­ba pro­gra­ma­da para cer­rar cada cer­radu­ra de las puer­tas con las llaves orig­i­nales en el tran­scur­so de salida. 

Una vez que establec­i­mos con­tac­to con el cam­pa­men­to, den­tro de nue­stros pechos un rulimán giró fuerte­mente oblig­án­donos a despe­gar de nue­vo, sorteamos en segun­dos los arrecifes del tiem­po como si hubiéramos vivi­do muchas vidas por sobre la urdim­bre colec­ti­va de gen­era­ciones geográ­fi­cas de individuos.

Al lle­gar, ani­males nos hin­camos felices mien­tras el sol aleteó sus enaguas en el vien­to, el cabel­lo nos había cre­ci­do notable­mente y Papa Soroche lucía una bar­ba larga.

— Aho­ra ten­dremos un antí­do­to para impedir que resuciten los asesinos regre­sivos y los sol­da­dos de la nada, dijo Fla­ge­lo de Miel, mien­tras la luz hacía tor­na­sol en las comisuras de su boca. 

Sol de Aguas exclamó la bienvenida: 

— Telúri­cos en un poe­ma, los Cere­bro­mor­fos de la Grey Mat­ters nos acari­cian des­de siem­pre y para siempre.

Fotoilus­tra­ciones por Fran­cis­co Galárraga.